CINE / EL SUPERVIVIENTE DE AUSCHWITZ, DE BARRY LEVINSON
¿Se
puede contar alguna historia que ya no sepamos del Holocausto? Pues sí. Hay
directores de origen judío que no pueden resistirse a llevar a la pantalla ese
tema que les toca tan de cerca como es la mayor masacre de la historia de la
humanidad cometida en la civilizada Europa, el exterminio sistemático de una
raza que estaba en el epicentro de una ideología del odio y el mal absoluto.
Roman Polanski lo hizo en El pianista,
Steven Spielberg en La lista de Schindler
y Barry Levinson seguramente pone un broche de oro a su carrera, a los ochenta
años, con El superviviente de Auschwitz,
rodada hace un par de años (y seguramente no estrenada en su momento por la
pandemia) que nos llega ahora y cuyo argumento es muy similar a la polaca El campeón de Auschwitz de Marciej
Barczewski del 2020 inédita en nuestros cines.
Barry
Levinson (Baltimore, 1942), que también es guionista (Silent Movie, Tootsie, Donnie Brasco), pertenece a esa
generación de directores artesanales que han dirigido filmes de todos los
géneros, muchos de ellos sin pena ni gloria, sencillamente alimenticios, y
otros muy notables como Rain Man, por
la que obtuvo el Oscar a la mejor película, Good
Morning, Vietnam, Cortina de humo
o Bugsy, y que, como Ridley Scott, no
tira la toalla y parece querer morir en el set de rodaje filmando (Wise Guys, una historia de gángsteres
con Robert de Niro será su próximo trabajo).
La
historia de Harry Haft (Ben Foster, el hermano abatido por el sheriff Jeff
Bridges en Comanchería), un boxeador
judío de origen polaco que sobrevive a los campos de exterminio, le sirve a
Barry Levinson para desgranar una película dura y dramática que, sin embargo,
huye de todo sentimentalismo. El discreto pugilista, que llegó a enfrentarse
con la leyenda del ring Rocky Marciano (Anthony Molinari) para salir en la
prensa y ser localizado por su primer amor Leah Krichinsky (Dar Zuzovsky)
deportada por los nazis en Polonia a principios de la Segunda Guerra Mundial,
tiene una parte oscura en su pasado que el periodista Emory Anderson (Peter
Sarsgaard) escarba para darle notoriedad: durante su internamiento en
Auschwitz-Birkenau, el entonces miembro de los Sonderkommandos (los judíos que
hacían el trabajo sucio en los campos de exterminio como llevar a los suyos a
las cámaras de gas y acarrear luego sus cadáveres para llevarlos a los hornos
crematorios), que respondía al nombre de Hertzko Haft, cayó en gracia al
oficial de las SS Schneider (Billy Magnussen), con quien mantuvo una relación
ambigua de agradecimiento (gracias a él vivió) y odio (por lo que tuvo que
hacer para sobrevivir), que lo convierte en un boxeador temible, la bestia judía, y lo utiliza en
combates a muerte (hasta 72) contra otros presos para diversión de los oficiales
del campo. Y esta colaboración con los nazis, para sobrevivir al horror, pesa
como una losa en la conciencia del boxeador, le acarrea un sentimiento de culpa
que le va a acompañar durante toda la vida.
Rodada
en color la parte actual, y en un expresivo blanco y negro las escenas del
campo de exterminio, Barry Levinson dirige la que sin duda es su mejor
película, un drama que duele tanto como las brutales secuencias de combates del
pasado y el presente a las que se enfrenta ese boxeador que persigue durante
toda su vida el fantasma de la chica de la que estaba profundamente enamorado y
por la que sobrevive a cualquier precio con la esperanza de reencontrarla. Se
puede comparar El superviviente de
Auschwitz con Toro salvaje
(atención a los espectaculares combates de boxeo que salpican de sangre la
platea) y con La lista de Schindler
sin que desmerezca un ápice la película de Levinson que es una pieza clásica, y
por ello duradera, ejecutada con brío por un realizador octogenario que no ha
querido salir de este mundo sin aportar su grano de arena a la denuncia de la
mayor monstruosidad de la historia de la humanidad.
Sin las
excelentes interpretaciones de los actores, la película no llegaría al público.
Ben Foster encarna al atormentado Harry Haft, se mete en su piel, pierde 28 kilos para estar convincente en su papel
de preso judío y gana 22 para interpretarlo en la actualidad (como Robert de
Niro en Toro salvaje), transmite su
dolor y furia desde la pantalla en donde su presencia es omnipresente y poderosa.
Vicky Krieps, la envenenadora de El hilo
invisible de Paul Thomas Anderson, interpreta a Mirian Wofsoniker, la
esposa que le ayuda a buscar a su antigua novia desde su centro de búsqueda de
supervivientes del Holocausto, y Danny DeVitto reaparece brevemente para
interpretar a Charley Goldman, el preparador judío de Rocky Marciano que le da
algunos consejos al boxeador novato para perder con dignidad y sobrevivir en el
intento.
Hay
secuencias memorables, además de las pugilísticas, en la película que jamás
baja el tono y lo mantiene muy alto en sus más de dos horas de proyección, como
la de ese combate a muerte con uno de sus mejores amigos que recuerda al de
Epartaco (Kirk Douglas) y Antonino (Tony Curtis) en la obra maestra de Stanley
Kubrick y que acaba con un rezo en yidis, sencillamente estremecedora, o la
frustrada noche de bodas entre Harry y Miriam cuando el primero fija la vista
en la mirilla de la puerta del hotel y le hace retrotraer al horror del campo,
una pesadilla de la que jamás se libra.
La
última película de Barry Levinson, coproducción entre Estados Unidos, Canadá y
Hungría (en donde se han rodado las secuencias del campo de exterminio) es una
excelente lección de historia, porque esa atrocidad hay que recordarla
constantemente, y buen cine (bien rodada, bien musicada por Hans Zimmer,
extraordinariamente fotografiada por George Steel, ambientada con rigor, con un
montaje perfecto que nos hace ir del pasado al presente), se sitúa entre las
mejores películas sobre la barbarie nazi, una lista larga en la que yo
incluiría, además de las dos citadas de Roman Polanski y Steven Spielberg, El hijo de Saúl de Lászlo Nemes, La zona gris de Tim Blake Nelson y Paraíso de Andréi Konchalovski. Aún
pueden contarse historias sobre el Holocausto sin repetirse. Barry Levinson lo
ha hecho con un film estremecedor que cierra, a modo de metáfora, con un
excelente chiste judío que hace que asome la sonrisa entre tanto horror.
La eterna huida de Aribert Ferdinand Heim, el doctor Muerte del campo de concentración de Mauthausen que jamás fue detenido y vivió una vida con un sinfín de identidades y fue dado por muerto en numerosas ocasiones. Un thriller adictivo sobre los monstruos del nazismo que viven entre nosotros.
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