SOCIEDAD / EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
En 1899 el polaco Joseph Conrad escribió una obra capital de la literatura universal titulada El corazón de las tinieblas en donde abordaba el colonialismo, el choque de culturas y la violencia endémica del ser humano. La novela hablaba, sin citarla, de la política criminal y racista de uno de los mayores genocidas del planeta en aquellos momentos, el rey Leopoldo II de Bélgica en su colonia del Congo, un país que a día de hoy no sabemos si existe o no, olvidado de las noticias. No sé si el escritor sabía que estaba escribiendo un libro premonitorio, como lo fue, años después, entre 1947 y 1948, George Orwell que publicó otra novela profética titulada 1984. Ambas de plena actualidad. La ficción no puede cambiar nuestro mundo, pero sí alertarnos de los peligros que nos acechan si sabemos escuchar. Pero somos ciegos y sordos. El siglo pasado fue el más letal para la historia de la Humanidad y el presente no lleva camino de ser mejor.
La madre de buena parte de los conflictos
modernos surge de un pequeño territorio en Oriente Medio en disputa entre dos
pueblos seculares, judíos y palestinos, y del derecho de ambos a tener un
estado propio. Israel lo ha conseguido a costa de Palestina que está reducida a
una franja costera, la de Gaza, que según la opinión de la vicealcaldesa de
Jerusalén tiene muy buenas playas, y un
territorio permeable, Cisjordania, sobre la que la Autoridad Nacional Palestina
no ejerce ningún control efectivo y sí Israel y sus colonos que avanzan por él
de la misma forma que lo hicieron los colonos del antiguo Oeste desplazando a
sus genuinos habitantes. Los palestinos, como antes lo fueran los judíos, son
el pueblo maldito al que nadie quiere, ni siquiera sus propios hermanos árabes
que, cuando lo han considerado necesario, los han masacrado como ocurrió en
Septiembre Negro en Jordania, cuando intentaron tumbar la monarquía hachemita,
o en Líbano en su guerra civil que acabó con la llamada Suiza de Oriente Medio
y la convirtió en el infierno de Dante. La colonización británica de la zona
había fragmentado previamente con tiralíneas todo lo que era Arabia y
Mesopotamia para impedir que de ahí naciera una poderosa nación tras la caída
del imperio otomano. Los sueños del panarabismo murieron con Nasser, y más
adelante con Sadam Hussein y Gadafi, hábilmente liquidados por Occidente para
desestabilizar la zona. Estados Unidos había amortizado a los dos sanguinarios
sátrapas y ya no les servían de nada. Israel, en cuanto a particiones, ha hecho
lo mismo con Palestina, fragmentarla para que sea inviable que los pocos
palestinos que aún no han tomado el camino de la diáspora tengan un estado
propio con fronteras consolidadas. Eso, lo de un estado palestino, todos los
politólogos lo consideran una quimera. A Gaza se la conoce como la mayor cárcel
a cielo abierto del mundo. En Cisjornadia han muerto abatidos por el ejército
israelí y los colonos sesenta palestinos de los que nadie se acuerda por la
carnicería que sufre Gaza.
Israel tiene todo el derecho a existir que le
niegan sus enemigos ancestrales, cada vez menos porque un buen número de países
árabes moderados lo reconocen pasando por encima de la opinión pública de sus
ciudadanos que no ven con buenos ojos esa amistad circunstancial. Palestina,
una población árabe dispersa que malvive bajo gobiernos autoritarios y
corruptos, sin recursos y en un erial, por lo que se ve no tiene ese derecho y
su único futuro es la diáspora, desaparecer, que sus habitantes vacíen un
territorio del que poco a poco e inexorablemente son expulsados sus habitantes.
Israel tiene el apoyo del mundo occidental y, sobre todo, de Estados Unidos. La
paz entre opresores y oprimidos es imposible y solo hubo un leve atisbo de ella
cuando se firmaron los acuerdos de Oslo entre Isaac Rabín (asesinado) y Yasir
Arafat (envenenado). La sociedad israelí goza de una opulencia y un bienestar
ausente en Palestina, es el primer mundo sitiado por el tercero, una isla
moderna y civilizada entre bárbaros. Israel es una democracia para los suyos,
pero no para los palestinos a los que de forma cotidiana dispara o encarcela
sin juicio. En las cárceles de Israel hay miles de presos sin derechos, muchos
de ellos niños detenidos por lanzar piedras a los vehículos militares de la
potencia ocupante. Palestina en Cisjordania es un régimen corrupto y en Gaza
una teocracia radical bajo la influencia de Irán, el único país fuerte de la
zona tras la invasión y ocupación de Irak, gobernada por Hamás después de unas elecciones
democráticas supervisadas internacionalmente. La desesperación inclina la
balanza hacia el radicalismo. Hamás fue creado para debilitar a Al Fatha. Los
monstruos, una vez creados, se revuelven contra sus creadores. Que se lo digan
a Estados Unidos y Al Qaeda.
La situación en la zona se ha hecho más
irrespirable si cabe con los últimos acontecimientos, con esa incursión de
Hamás que ha echado por tierra la invulnerabilidad de Israel y la reacción de
un pueblo herido por un zarpazo terrible no se ha hecho esperar. La actuación
del gobierno ultraderechista de Netanyahu responde sencillamente a la asimetría
que existe entre esas dos entidades enfrentadas y como puede hacerlo, lo hace,
aunque vulnere las leyes internacionales y hago caso omiso de todas las
resoluciones de Naciones Unidas que son siempre papel mojado. Israel se siente
el pueblo elegido, elegido sobre todo por Estados Unidos que tiene allí un peón
fuerte armado hasta los dientes, una base de operaciones para controlar todo
Oriente Medio. Y Europa, que hace décadas carece de voz propia, lo bendice.
Y vayamos a la sangrante actualidad derivada de esa espantosa acción de Hamás incursionando en territorio israelí, como lo viene haciendo habitualmente Israel en territorio palestino, asesinando a casi un millar de israelíes y secuestrando hasta doscientos como moneda de cambio. Bombardear un hospital y causar 500 muertos es un crimen de guerra. Aterrorizar a toda una población de dos millones de civiles mediante bombardeos indiscriminados es un crimen de guerra. Privarles de agua, luz, comida y combustibles, es un crimen de guerra. Destruir las viviendas de Gaza, es un crimen de guerra. Israel está asesinando indiscriminadamente a la población de Gaza y la comunidad internacional occidental se posiciona con Netanyahu. El mundo al revés. ¿Dónde están las condenas y las sanciones que hemos visto cuando Putin invadió Ucrania? ¿Cuántas varas de medir hay en el mundo? ¿Por qué vale menos la vida de un niño gazatí que la de un ucraniano? Israel ganará esta guerra a costa de asesinar cada día a los gazatíes, más de novecientos niños ya, y lo seguirá haciendo para que su poderoso ejército se mueva entre las ruinas humeantes sin tener apenas bajas, pero hace décadas que perdió la batalla de la opinión pública. Un genocidio. ¿Tan pronto ha olvidado el pueblo judío su propia historia? Israel esgrime el Holocausto, que un horror así no se pueda volver a producir jamás. Palestina la nakba, su catástrofe, el éxodo de su población. La razón de la fuerza se impone, una vez más, a la fuerza de la razón.
El horror tiene sus imágenes particulares. Una, la de esa
joven muchacha francesa secuestrada que pide por su vida en un vídeo grabado
por Hamás como prueba de vida y uno se pone en el lugar de sus padres y el
drama espantoso que están viviendo. Otra, la de ese médico gazatí que reconoce
en la cama de un hospital el cadáver de su propia hija y se abraza a otro que
también ha perdido a su hijo. Uno de los gazatíes entrevistados por televisión
que ha perdido todas las casas y va de una a otra, dice a cámara que envidia a
los muertos. El horror conradiano en estado puro. Y no podemos hacer nada por
evitarlo.
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