LITERATURA / RUMBO AL MAR BLANCO, DE MALCOLM LOWRY
Malcolm Lowry (New Brighton,
1909-Chalvington whit Ripe, 1957), con una muy corta obra publicada a sus
espaldas y una vida azarosa marcada por el alcoholismo y el peregrinaje de un
lugar a otro que hizo del viaje una huida hasta su muerte por coma etílico o
suicidio (nunca se aclarará), es un escritor maldito y uno de los autores
capitales del siglo XX gracias a Bajo el
volcán, novela icónica que tiene un peso considerable en la historia de la
literatura. Rumbo al Mar Blanco, que llega a los lectores por una verdadera
carambola del destino, completa la visión desencantada del mundo de este autor
clave.
La historia de la
publicación de Rumbo al Mar Blanco
tiene ribetes de novela de misterio que a su vez podría novelarse. La que es
considerada obra póstuma de Malcolm Lowry no la vio el autor publicada en vida,
es más, la dio por perdida cuando un incendio pavoroso redujo a cenizas su
cabaña y el manuscrito de esa novela en la que llevaba trabajando durante más de
trece años. Rumbo al Mar Blanco iba a
ser su obra más ambiciosa, una especie de colofón a su particular Divina
Comedia —Levantó la mirada y con su
ojo interior vio cuerpos cayendo al interior del volcán, y luego, por todas
partes, cuerpos cayendo en combate y estallando en llamas— cuya primera parte era Bajo el volcán, un viaje literario interminable desde el infierno volcánico al
paraíso del mar helado lleno de referencias a la obra de Herman Melville Moby Dick, la ballena blanca —Mañana hablaremos, cuando la ballena blanca yazga aquí, atada por la
cabeza y la cola—. Malcolm Lowry murió con la
certeza de que ese manuscrito que iba a formar parte de una magna trilogía se
había perdido para siempre, pero no fue así. Una copia apareció en varias
décadas después en la casa neoyorquina de su suegra y gracias a eso podemos
tenerla.
Ningún texto de Malcolm
Lowry es fácil. Rumbo al mar Blanco
tampoco lo es, decididamente, entre otras cosas porque está inacabado y porque
no está pulido por el autor, pero a pesar de ello, y de que el hilo narrativo
se pierde en infinidad de vericuetos en aras de un caos quizá buscado, la
novela fascina por la prodigiosa belleza de su prosa y las formidables imágenes
que suscitan sus frases: Enfrente, en
Flint, sobre el fondo de las montañas galesas, los hornos de Mostyn descargaban
latigazos de rojo contra la negrura.
A través del marinero
noruego Sigbjørn, un vagabundo de los mares que es un alter ego del propio
Malcolm Lowry, el lector hace un viaje interior al mundo de la literatura,
indaga en el concepto del doble, la revolución social y el amor imposible: Mirando a Birgit tiene la certeza de que
llegará a conocerla más a fondo y plenamente que a nadie que haya conocido
antes. Sabe también que amarla puede traerle sufrimiento y traición, que podría
ser una pesadilla, pero es que es inexorable. Sigbjørn, omnipresente en las
más de 400 páginas que se conservan del texto original del autor de Bajo el volcán, ve con fatalismo su vida
como algo ya escrito: Descubrir que tu
libro ya lo ha escrito mejor otra persona es una experiencia siniestra incluso
para quien carece de talento. Y el mar como una metáfora de huida que nunca
acaba de alcanzar: El vagabundo solitario
surcaba ya mares de acerba frialdad. Cabeceaba lenta y pesadamente en el largo
oleaje. Oculta la puesta del sol tras jirones de nubes, era un mundo de
semioscuridad.
La novela huye de la acción
estricta para centrarse en la reflexión. Desde
la noche de los tiempos, millones de hombres como ellos habían recorrido
gesticulando las estrechas calles de Cambridge. ¿Adónde iban? ¿De dónde venían?
Para estas almas, por instruidas que fueran, era como si nunca hubiera existido
la serena hermandad de los filósofos. Su protagonista es un escritor en
ciernes inseguro y frágil poco convencido de su valía literaria: Hace tres años deseaba encontrarme a mí
mismo, ahora deseo perderle. Entonces quería descubrir mi sitio en la tierra,
convencido de que era el de escritor: ahora sé que jamás encontraré realidad
verdadera o permanencia alguna en mi universo (o multiverso) personal.
Deslumbra Malcolm Lowry con
la belleza y la fuerza de una prosa extraordinariamente descriptiva, tanto de
ambientes —Allí todo estaba desierto y
desolado, las chalanas recogidas en los cobertizos, y la corriente remolona,
tapizada por una abundante capa de hojas caídas a la luz doliente de las
farolas de gas. Se apoyaron en la barandilla, mirando en silencio el agua
apagada y sigilosa, pero no tan muda de emoción que no llegara a devolverles
desde las profundidades infinitas que se abrían a sus pies el titilar del
reflejo del terror encapuchado que eran sus propias figuras— como de personajes —El desconocido era alto, barbado y de una tez rubicunda, térrea, en la
que los ojos despedían un brillo extraño como dos flores azules. Una cicatriz a
modo de zurcido la atravesaba un lado de la cara, de la sien a la barbilla— o por sus sorprendentes y
brillantes metáforas: La muerte era un
patinador oscuro lanzando a tumba abierta colina abajo.
Prima el nihilismo en el
texto, amargo, desencantado con el devenir de la sociedad, a la que no ve
solución posible que no pase por una alteración violenta del orden de las cosas
—Sin debacle, la revolución es imposible. Yo hago una debacle del yo— y concreta su posición
política, a la izquierda, en una Europa sacudida por los fascismos: En España había una revolución. En Italia,
rumores de guerra. En todas partes, sombríos rumores de guerra, revolución,
desastres, cambio. En todas partes, debacles. Y en algún sitio, gente que se
manifestaba. Algunos desfilaban hacia la muerte, otros hacia una vida nueva.
El marino noruego protagonista, el escritor frustrado que hace ese viaje
iniciático hacia el mar Blanco, es un tipo comprometido con la sociedad, un
radical: Sigbjørn, que cree en el comunismo,
cree también que el alma emprende su viaje en la vida buscando a Dios. Pero
Erikson no cree en nada salvo en que el hombre es indeciblemente vil. Ha
abrigado todas las creencias y todas las ha desechado.
La sombra de Herman Melville
es muy alargada, por supuesto, en la novela póstuma e inacabada de Malcolm
Lowry que puede leerse como un homenaje del escritor británico al
norteamericano —Sigbjørn murmuró algo muy
parecido a una plegaria. ¿Hacia dónde irías, Melville, si vivieras? — pero
también de Joseph Conrad, ya que siendo aún muy joven viajó como marinero al
Lejano Oriente, donde permaneció varios meses, y tuvo una vida errante que lo
llevó a Londres, Nueva York, México, Canadá e Italia. Kullen como un cabo de nieve adentrándose en el mar, las islas ahora
islas de nieve; y en los intersticios de toda esa costa sepultada, el mar,
abierto y negro, centellante de escarcha.
Rumbo al mar blanco es una lección es escritura, uno de esos libros que le animan a uno a
seguir en este oficio maravilloso de contar historias, un ejercicio estilístico
de primer orden que seduce en su laberíntico caos, una obra incompleta pero
inestimable para apreciar el genio de un escritor magistral y único.
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