LITERATURA / BAUMGARTNER, DE PAUL AUSTER
A pesar de lo dicho por el propio autor, uno, como lector, no quiere creer que se encuentre ante la última novela de Paul Auster, ante su testamento literario. En 4321 Paul Auster parecía haber dado casi todo de sí, pero después de la magna reivindicación literaria de Stephan Crane, un ensayo para eruditos, nos llega Baumgartmer, la que se anuncia como despedida de la literatura por parte del autor y puede que de la vida.
El novelista norteamericano, a lo largo de su dilatada y brillante trayectoria literaria que, sin embargo, no le hace merecedor de un Premio Nobel (y ahí está Milan Kundera que se fue sin haberlo recibido) ha sabido crear una especie de secta de adeptos entre los que me encuentro. Será por cercanía generacional (no me separan mucho años de él), o porque entiendo y comparto esa interrelación entre vida y ficción que se da en sus novelas, lo cierto es que Paul Auster es ya, desde hace muchos años, uno de mis autores de cabecera como lo pueda ser Enrique Vila-Matas, y ambos, curiosamente, mantienen una relación cercana que va mucho mas allá de la literatura.
La última novela de Paul Auster, Baumgartner, el nombre de su desafortunado protagonista con el que
el lector rápidamente empatiza, gira en torno a la pérdida del ser querido,
algo sobre lo que el autor, golpeado sucesivamente por la muerte accidental de
su nieto y el suicidio posterior de su hijo, puede hablar en primera persona,
pero en la novela Paul Auster, quizá para marcar distancias personales, habla
de la pérdida de la pareja del protagonista, del amor de su vida, Anna, una
nadadora extraordinaria a la que una ola asesina le arrebata la vida: Empezó la verdadera vida de Baumgardner, su
primera y única vida que duró hasta nueve veranos atrás, cuando Anna se
zambulló en el mar en Cape Cod y se topó con la cresta monstruosa y feroz de
esa ola que le rompió la espalda y la mató…
Empieza la novela con un acto traumático, la amputación de unos dedos que sufre un operario en la vivienda del protagonista mientras hace unas reparaciones: Baumgartner ve los dos dedos cortados, que caen sobre un montón de serrín en el suelo. Ve la sangre fluir de los muñones sin piel, en carne viva. Oye gritar al señor Flores.
Baumgartner, que como el propio Paul Auster, es escritor— Un año y un mes después, Baumgartner está sentado frente al mismo escritorio, en la misma habitación, sin saber si mantener la frase tal como la acaba de escribir o tacharla y empezarla otra vez.—, trata de gestionar esa nueva vida sin Anna, pero la mujer de su vida, de la que sigue estando enamorado — Esa era Ana, una persona que siempre hacía lo que quería y no aceptaba negativas, una persona impulsiva y exultante, aparte de ser una nadadora fuera de serie.—y cuya ausencia no asume— De pronto se encontró pensando en el entierro, y allí estaba él junto con todos los demás diez días atrás, de pie sobre la tumba abierta…—, reina en sus sueños, su fantasma se le aparece una y otra vez en su solitaria existencia: …sí sabe que los vivos y los muertos están conectados, y el hecho de que estuvieran tan unidos en vida puede continuar incluso en la muerte, porque si uno muere antes que el otro, el vivo puede mantener al muerto en una especie de limbo temporal entre la vida y la no vida… Sospecha uno que Paul Auster, una vez más, hace autoficción, mezcla su realidad personal con lo ficcionado, y que en realidad Baumgartner no sea él sino su mujer Siri Huatvedt y él esa Anna que muere pero sigue viviendo en la mente de su amado.
El novelista de Brooklyn, a través de su personaje, habla de sus antepasados judíos, del Holocausto que colateralmente afectó a miembros de su familia — Los alemanes condujeron a los supervivientes judíos a los bosques que rodean la ciudad para fusilarlos una y otra vez hasta que no quedó ni uno: decenas de miles de personas muertas de un tiro en la nuca y seguidamente enterradas en fosas comunes excavadas por las víctimas antes de ser asesinadas. —; de la guerra de Vietnam que le arrebató a Anna uno de sus idilios de juventud — La explosión lo hizo pedazos, convirtiéndolo en una masa de fragmentos que salieron disparados y se esparcieron por el aire en todas direcciones antes de caer de nuevo a tierra.—; del oficio de escribir: Es el paso fundamental que hay que dar para poner fin al libro, porque después de vivir día y noche con la obra durante algunos años, incluso muchos, cuando uno la acaba está tan apegado a ella que ya no es capaz de juzgar lo que ha hecho.
Baumgartnerser, profesor de Filosofía que acaba de jubilarse, se enfrenta a su último período de vida con cierto pánico escénico —No solo cuántos años antes de estirar la pata, sino, más en concreto, cuántos años de vida activa, productiva, antes de que su intelecto o su cuerpo o los dos empiecen a fallarle y se vuelva un inútil sacudido por dolores, un imbécil incapaz de leer, pensar y escribir…—a pesar de autoengañarse iniciando una relación con una persona mucho más joven que él: Con Anna, la diferencia de edad había sido solo de dos años y medio. Con Judith es de dieciséis y, a los cincuenta y cuatro, ella continúa yendo a toda marcha mientras él va dando resoplidos.
Baumgartner es una
novela que Paul Auster no podía haber escrito a sus cuarenta años sino ahora
que ve, y asume, el final de su vida e ironiza sobre esa antesala por la que
todos debemos pasar si no nos vamos antes: …la
bragueta abierta es el principio del fin, el primer paso en el camino cuesta
abajo hasta el fondo del mundo.
La última y brillante novela de Paul Auster es, como los anteriores, una obra más reflexiva que narrativa, un diálogo consigo mismo del que se puede extraer esa frase definitiva sobre el actual estado de su autor: Vivir es sentir, dijo para sí, y vivir con miedo al dolor es negarse a vivir. En eso está el escritor de Brooklyn.
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