SOCIEDAD / ES VUESTRO HIJO DE PUTA
Me viene a la cabeza la frase que dijo el ya fallecido Henry Kissinger con respecto al dictador Augusto Pinochet, parafraseando al presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt con respecto al dictador nicaragüense Anastasio Somoza, y cito textualmente: «Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta». El principio inamovible de la real politik yanqui. De vivir Kissinger, la habría aplicado al monstruoso Herodes que gobierna Israel y lleva a cabo matanzas diarias, la última la de los trabajadores humanitarios de la organización del chef José Andrés, masacrados con tres misiles, una minucia si la comparamos con las treinta y dos mil víctimas, casi todas civiles, y entre los que se encuentran centenares de trabajadores de la ONU, más de cien periodistas, personal sanitario, ambulancias, hospitales, etc.
Y, ¿por qué lo hace Netanyahu? Porque puede, sencillamente, y nadie absolutamente, ni siquiera los estados árabes, le paran los pies. Estados Unidos condena con la boca pequeña mientras sigue enviando armas y recursos letales a Israel a diario que causan esta terrible mortandad y la comunidad internacional permanece callada, salvo excepciones (nuestro gobierno), nadie se plantea romper relaciones con Israel, bloquear sus fondos, asfixiarla económicamente, y la opinión pública se muestra sencillamente aterrada ante el asesinato masivo de civiles que supera, con mucho, los de la guerra de Ucrania.
Porque en Gaza, seamos objetivos, no hay una guerra, porque no hay ningún ejército enfrente del todopoderoso Israel, y sí un genocidio planificado.
El genocidio que se estuvo cometiendo en Europa contra el pueblo bosnio en las guerras sucesivas que se desencadenaron con la desmembración de Yugoslavia se paró en seco cuando la OTAN, bajo el mandato de Javier Solana y ante las imágenes insoportables de las matanzas, como las que estamos viendo ahora mismo, bombardeó Belgrado y luego fueron llevados al TPI los principales cabecillas y condenados a cadena perpetúa. Me temo que la OTAN, o Estados Unidos, que es lo mismo, no va a bombardear Tel Aviv, ni va a capturar a Netanyahu, su hijo de puta, y a los demás hijos de puta que siguen asesinando a mansalva seres humanos.
Lo único positivo de la enloquecida deriva sangrienta del mandatario psicópata israelí es que va a ser la tumba para el pusilánime Biden, un lelo político que tiene perdidas las elecciones de antemano. Mientras, la sangre que se vierte a raudales se convierte en lluvia de millones para los buitres de los conflictos.
En un paraje helado e inhóspito, mientras se desata una pandemia letal en todo el mundo, Ben Ferguson, en su soledad forzada, ajusta cuentas con su pasado. Una novela negra sobre fondo blanco. Alaska, la última frontera.
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