CINE / GLADIATOR 2, DE RIDLEY SCOTT
A sus 86 años aún hay
quien quiere amargar lo que le queda de vida a Ridley Scott (South Shields,
1937), un club de negacionistas de su talento inmenso que no soportan que sea
uno de los mejores directores vivos y cuestionan cada una de sus películas: que
si hay un exceso de testosterona, que si la sutileza no va con él, que se pasa
la historia por el arco del triunfo, etc. Por suerte el británico director de Los
duelistas, su primera película y obra maestra, Alien, Blade
Runner, 1492, Thelma y Louise, Los Gucci y El
último duelo, entre muchas otras, le da exactamente lo mismo lo que digan
de él, a esa edad le resbalan las críticas y no pierde tiempo, que es de lo que
anda más escaso, para ponerse manos a la obra y regalarnos otra película.
Suele decirse que nunca
segundas partes fueron buenas. Con Gladiator Ridley Scott consiguió
reverdecer el peplum que la industria de Hollywood había dejado morir, lo mismo
que el western, y dio en la diana: una historia potente, una realización a tono
con esa narrativa épica, en la que el realizador se siente muy cómodo, y un
intérprete, Russell Crowe, en estado de gracia absoluta dieron como resultado
un film redondo. La película fue uno de los mayores éxitos de la historia del
cine, arrasó en la taquilla, se llevó un buen puñado de estatuillas doradas y
se convirtió en alternativa a los héroes idiotas de Marvel y sus innecesarios
efectos especiales.
Gladiator 2 tiene
el principal inconveniente en la existencia de su predecesora redonda, pero es
una película más que aceptable, autentico cine espectáculo que vamos a echar de
menos los cinéfilos cuando el señor Scott dé el último suspiro, seguramente en
medio de un rodaje. Retuerce el guion el británico para enlazarla con la
primera parte —resulta que Lucius (un Paul Mescal, el protagonista de la
intimista Aftersun, desatado) es hijo de Máximo Décimo Meridio (Russell
Crowe) cuando en la primera parte ni se rozaba con Lucila (Connie Nielsen)— y
abusa de la Inteligencia Artificial en el diseño de algunos de sus monstruos
innecesarios —los monos esperpénticos (me preguntó por qué no optó por agresivos
mandriles), ese rinoceronte excesivo que parece un tanque (tigres, leones y
panteras hubieran sido más vistosos y creíbles) y ese espectáculo marino en el
Coliseo con tiburones en la recreación de un combate naval que remite a Piratas
del Caribe—. Pero, a pesar de esos fallos incomprensibles en un director de
su veteranía, que merman el conjunto del film, Gladiator II cumple con
las expectativas que había suscitado y por el que fue creado, es cine
espectáculo de primer orden —Ridley Scott acierta siempre en donde pone el
objetivo de su cámara—, es épica pura de uno de los directores que mejor filma
batallas y luchas cuerpo a cuerpo (ahí está el duelo entre Adam Driver y Matt
Damon de El último duelo, insuperable hasta para él mismo) y atesora un
sentido de la épica cinematográfica heredada de los grandes directores del
pasado (Anthony Mann de La caída del imperio romano de la que Gladiator
es un claro remake; William Wyler de Ben Hur) que nadie más que él tiene
en la actualidad. Su cine es violento sin caer en lo gore —Lucius decapita, con
dos espadas, al gladiador vencido—, alterna momentos épicos —el asalto a las
murallas de Numidia recuerda al asalto de Jerusalén en El reino de los
cielos— con otros más intimistas y aboga por el héroe solitario que se alza
contra la tiranía. Hay quien podrá ver en los esperpénticos emperadores Geta
(Joseph Quinn) y Caracalla (Fred Hechinger) los trasuntos de Donald Trump y
Elon Musk, y no ande muy desencaminado, y reclame la presencia de un nuevo
Lucius para hacer justicia poética en este mundo desnortado que se nos echa
encima.
El elenco de actores
funciona. La danesa Connie Nielsen, veinte años después, sigue siendo una
bellísima Lucila, la hija de Marco Aurelio; el chileno Pedro Pascal, un
proteico general Marcus Acacius que se bate con gallardía en el Coliseo contra
Lucius, y Denzel Washington, como el manipulador Macrinus, repite con Ridley
Scott diecisiete años después de American Gangster. Para los amantes de
pasar un buen rato en el cine sin mirar un solo momento el reloj y para los
nada escrupulosos con la verdad histórica (Macrinus fue un emperador romano de
origen africano, pero en el film de Ridley Scott no pasa de ser un villano con
muy corto reinado), que el director británico maltrata sin complejos, Gladiator
II es su película, aunque uno siempre se decante por el Stanley Kubrick de Espartaco,
pero es que entonces estamos hablando de otra liga, la de los dioses del Olimpo
cinematográfico.
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