CINE / LA FURIA, DE GEMMA BLASCO
En una fiesta
alcoholizada y narcótica de Nochevieja, Álex (Àngela Cervantes), una joven que
quiere abrirse paso en el teatro como actriz, es brutalmente violada por uno de
los asistentes al que no consigue identificar. Durante un año largo arrastra
ese trauma del que solo da cuenta a su hermano Adrián (Àlex Monner), intentando
darle salida con su interpretación en la obra de teatro Medea hasta que estalla
la furia a que hace referencia el título de la película.
Cuenta, la directora Gemma
Blasco (Barcelona, 1993), que la película actúa como exorcismo para dar salida
a una situación de violencia sexual que sufrió ella misma siendo más joven,
pero las buenas intenciones de este su segundo largometraje tras El Zoo,
no se ven recompensadas con el resultado global. Tiene uno la sensación de que
en ese relato cinematográfico debería haber intervenido más el montaje que
habría suprimido secuencias innecesarias o las habría abreviado —los dos
descuartizamientos del jabalí que cazan; algunas sobremesas familiares;
demasiadas fiestas alcoholizadas; las recurrentes sesiones de higiene vaginal
de la protagonista en el baño…— y la película habría fluido. Tampoco encaja, se
ve forzada, esa representación de Medea en la que está inmersa la protagonista
femenina en una especie de catarsis a través de esa tragedia clásica de una
madre que sacrifica a sus hijos. Y es una pena, porque hay secuencias muy
buenas, y originales —la manera en que Àlex trata de descubrir a su violador;
la misma violación con pantalla oscura que obvia la imagen y resalta el sonido;
ese disparo del fúsil de caza que delata el nombre del violador— que se pierden
por ese ruido constante y quedan diluidas como destellos solitarios de talento
cinematográfico en esa sucesión de imágenes a las que les falta un hilo
narrativo.
La furia,
rodada en la localidad turolense de Torrevilla y hablada en buena parte en
catalán, es un retrato de una juventud desquiciada y frívola que consume sexo,
anfetaminas y alcohol al mismo tiempo por falta de expectativas laborales, un
puñetazo en la mesa contra las cada vez más frecuentes agresiones sexuales que
se producen contra mujeres en estado vulnerable —ese sambenito machista de no
bebas ni te drogues y así no te pasará nada—, relato visceral —y las vísceras
físicas y sanguinolentas están muy presentes, diría que excesivamente en
pantalla como revulsivo— con una
interpretación, eso sí, sobresaliente de la actriz Àngela Cervantes, muy
física, de piel y músculo, que está siempre presente en pantalla e interpreta
al límite el dolor —la desgarradora prueba de interpretación en el escenario
del teatro en la que saca todo lo que lleva dentro—, el desconsuelo y la rabia de
ese personaje femenino fuerte con el que, sin embargo, cuesta empatizar quizá
porque apenas sabemos nada de él excepto que tiene un novio magrebí, Samir, inconsistente
en la narración a favor del hermano que toma como suya la bárbara agresión, y
un padre en el sur que hace su vida. Furiosa,
llena de rabia, gritando bien fuerte contra esa lacra social La furia de
Gemma Blasco.
En una fiesta
alcoholizada y narcótica de Nochevieja, Álex (Àngela Cervantes), una joven que
quiere abrirse paso en el teatro como actriz, es brutalmente violada por uno de
los asistentes al que no consigue identificar. Durante un año largo arrastra
ese trauma del que solo da cuenta a su hermano Adrián (Àlex Monner), intentando
darle salida con su interpretación en la obra de teatro Medea hasta que estalla
la furia a que hace referencia el título de la película.
Cuenta, la directora Gemma
Blasco (Barcelona, 1993), que la película actúa como exorcismo para dar salida
a una situación de violencia sexual que sufrió ella misma siendo más joven,
pero las buenas intenciones de este su segundo largometraje tras El Zoo,
no se ven recompensadas con el resultado global. Tiene uno la sensación de que
en ese relato cinematográfico debería haber intervenido más el montaje que
habría suprimido secuencias innecesarias o las habría abreviado —los dos
descuartizamientos del jabalí que cazan; algunas sobremesas familiares;
demasiadas fiestas alcoholizadas; las recurrentes sesiones de higiene vaginal
de la protagonista en el baño…— y la película habría fluido. Tampoco encaja, se
ve forzada, esa representación de Medea en la que está inmersa la protagonista
femenina en una especie de catarsis a través de esa tragedia clásica de una
madre que sacrifica a sus hijos. Y es una pena, porque hay secuencias muy
buenas, y originales —la manera en que Àlex trata de descubrir a su violador; la
misma violación con pantalla oscura que obvia la imagen y resalta el sonido;
ese disparo del fúsil de caza que delata el nombre del violador— que se pierden
por ese ruido constante y quedan diluidas como destellos solitarios de talento
cinematográfico en esa sucesión de imágenes a las que les falta un hilo
narrativo.
La furia,
rodada en la localidad turolense de Torrevilla y hablada en buena parte en
catalán, es un retrato de una juventud desquiciada y frívola que consume sexo,
anfetaminas y alcohol al mismo tiempo por falta de expectativas laborales, un
puñetazo en la mesa contra las cada vez más frecuentes agresiones sexuales que
se producen contra mujeres en estado vulnerable —ese sambenito machista de no
bebas ni te drogues y así no te pasará nada—, relato visceral —y las vísceras
físicas y sanguinolentas están muy presentes, diría que excesivamente en
pantalla como revulsivo— con una
interpretación, eso sí, sobresaliente de la actriz Àngela Cervantes, muy
física, de piel y músculo, que está siempre presente en pantalla e interpreta
al límite el dolor —la desgarradora prueba de interpretación en el escenario
del teatro en la que saca todo lo que lleva dentro—, el desconsuelo y la rabia
de ese personaje femenino fuerte con el que, sin embargo, cuesta empatizar
quizá porque apenas sabemos nada de él excepto que tiene un novio magrebí,
Samir, inconsistente en la narración a favor del hermano que toma como suya la
bárbara agresión, y un padre en el sur que hace su vida. Furiosa, llena de rabia, gritando bien fuerte
contra esa lacra social La furia de Gemma Blasco.
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