CINE / UNA BALLENA, DE PABLO HERNANDO
Cuesta mucho sorprender
en un thriller. Lo más fácil es seguir caminos trillados. Una ballena
tiene el mérito de desconcertar al espectador desde la primera secuencia: una
sicaria espera tranquilamente a su víctima que entra en su casa sin notar su
presencia. Perfecto maridaje de cine negro, versión sicarios, con el fantástico,
versión monstruos marinos el segundo largometraje en solitario del joven alavés
Pablo Hernando (Vitoria, 1986) tras Berserker. Película oscura y
atmosférica, lacónica en palabras e imágenes gélidas, de ambiente lluvioso,
opresivo y norteño que podría haber sido rodada en Islandia, pero se ubica en
el País Vasco, en Bilbao concretamente, en una época imprecisa.
Un puerto y quien
controla ese puerto por donde entran misteriosos contenedores centra el
argumento del filme. Lo que pueden albergar los millones de contenedores
descontrolados que surcan los mares nadie lo sabe a ciencia cierta. Tampoco se
sabe en Una ballena lo que contiene un contenedor por el que una mujer
con un marido agónico paga una fortuna. Dos tipos mafiosos que quieren hacerse
con el control de ese puerto, un joven ejecutivo (Eneko Sagardoy) dispuesto a
todo por controlarlo y se compra todo un feo edificio atalaya para vigilar
desde lo alto, y un viejo sabueso llamado Melville (Ramón Barea), que se
resiste a abdicar y pasar el testigo. Y uno y otro contratan a la misteriosa
Ingrid (Ingrid García-Jonsson), una sicaria silenciosa, hábil e implacable que
extrae con pinzas las balas de los cadáveres para no dejar ninguna pista.
Hay una extraña conexión
en este thriller de la protagonista con el mar —Ingrid que acaricia esa ballena
varada en la playa y allí conoce al submarinista interpretado por Kepa Errasti
que sale del mar; las pesadillas subacuáticas; el encuentro con ese monstruo
marino que la abduce con sus tentáculos— en una película decididamente gélida,
resaltada por una fotografía gris azulada de Sara Gallego y una banda sonora
inquietante de Izaskun González. Homenajea Pablo Hernando al cine de Jean
Pierre Melville, a El silencio de un hombre (Le Samurai) por la
meticulosidad de la sicaria y su tendencia al minimalismo —vive en un
destartalado hangar que bien podría ser un contenedor— y a la soledad —esa
relación gélida con el submarinista—; a Herman Melville por todo el entorno
marino y esas ballenas que remiten a Moby Dick, y hasta a H.P. Lovecraft,
y a una de las películas más fascinantes y más injustamente olvidadas del cine
fantástico, Under the skin, Bajo la piel, del oscarizado (La zona de
interés) Jonathan Glazer: si Scarlette Johansson era una alienígena que
venía a la tierra a devorar seres humanos tras la cópula como mantis, Ingrid
García-Jonsson parece surgir de las profundidades marinas para liquidarlos.
Atmosférica, envolvente
como una pesadilla y con unos efectos especiales más que notables, este
ejercicio de estilo oscuro que es Una ballena es muy recomendable para
los amantes del cine negro y fantástico por su propuesta original.
Comentarios