LITERATURA / 38 SEMANAS NEGRAS

 


Eso llevo. No son pocas. No tantas, porque en el siglo pasado el comisario me castigó, y justo es decirlo, por mal comportamiento: uno a los treinta y pocos era joven e inconsciente. Siempre que puedo, lo digo: nací, literariamente hablando, con la Semana Negra de Gijón. Asturias me premió con el Tigre Juan, el Café Gijón, con la editorial Júcar de Silverio Cañada que publicó El cadáver bajo el jardín y Barcelona negra, mis primeras novelas, y la primera y mítica primera Semana Negra de Gijón de hace 38 años. Entonces, era el más joven del grupo, como me recordaba el amigo Alejandro M. Gallo en Llanegra en la Casa de la Cultura de Llanera, ese llano próximo a Gijón, en donde di una charla con Lluna Vicens hablando de Los 39 y Monrovia. Ahora, me recuerda Mariano Sánchez Soler, otro fijo que va con su hacha a cuestas y El leñador, soy de los más veteranos, de los que resisten el paso de los años y las enfermedades que se han llevado a Manuel Vázquez Montalbán, a Francisco González Ledesma, a Luis Sepúlveda, a Ángel González, a Almudena Grandes, a Pedro Gálvez, a Yulian Semionov, a Miguel Agustí, a Donald Westlake, a José Javier Abasolo, a Salvador Robles Miras…, una lista interminable de colegas, muchos amigos, que estuvieron en Gijón, la madre de todos los festivales de España, y del mundo, y ya no están.


He conocido a todos los comisarios de este macro festival que resiste a todos los intentos por liquidarlo casi desde su fundación: Paco Ignacio Taibo II, que este año no estaba y sé que no se pierde ninguna Semana Negra; Ángel de la Calle; Miguel Barrero que este año viene con El guitarrista de Montreal. He conocido a sus equipos de colaboradores a los que veo cada año entre bambalinas y que hacen posible esa semana tramposa que dura diez días. Me río siempre con Fritz Glockner, el amigo mexicano que cruza el charco con su librería y sus libros. Este año me han presentado Monrovia y he presentado Los cuentos del lado oscuro de la luna, esos relatos negrísimos que han salido de la mente retorcida de Lluna Vicens que cocina a la perfección la carne picada mientras escribe poemas; he presentado La soledad de Hilary Koolin, esa novela negra tan divertida como ácida de Luis Aleixandre Giménez; me he reencontrado con José González Cabolugo, el medio gallego y medio asturiano que me hizo el mejor retrato en una de las ediciones de la Semana Negra, muy pensativo yo; y con Meli Suárez, la mujer que hace el mejor arroz con leche del mundo mundial y lo sigue haciendo (doy fe de ello); y con Jose Iñarrea, ese poeta inédito que no hay manera que publique esos poemas maravillosos que escribe; y con Esther Abellán Rodes, inseparable de su Mariano. He cruzado palabras y abrazos con Paco Gómez Escribano, que se va sin el Hammett pero se lleva un Rufo; con Paco Bescós, a quien no veía desde el pasado siglo; con mi gran amigo, por tamaño y cariño, el bilbaíno Juan Bas, mi nexo de unión con Fernando Marías; con ese niño grande hiperactivo y gamberro que es Luis Artigue, que presentaba a todo el mundo en la Semana Negra y ha convertido a Donald Trump en un vampiro y se queda corto en su Trumpsilvania (la realidad que siempre va por delante de la ficción); con mi admirado articulista de cabecera David Torres a quien sigo fielmente en el diario Público; con Juan Infante que le sigue sacando partida al exgánster Tomás Garrincha; con Javier Sagastiberri que está exultante por el éxito de su novela Beltza y su candidatura al premio de la crítica del País Vasco; con José Ramón Gómez Cabezas que venía a Gijón con novela nueva y a pasar algo de fresco desde el horno de Ciudad Real; con Sandra y Michael Martínez-Raguso, autora ella, profesor él, y con su hijo Noah al que le prometí escribirle el prólogo de ese libro que está escribiendo… porque la Semana Negra, fundamentalmente, se reduce a eso, a abrazar a los amigos y celebrar que estemos vivos aunque tengamos goteras, seguramente porque no probamos el vino Vanidoso, ese caldo exquisito que siempre reclama Paco Gómez Escribano a su sumiller particular para que se lo sirvan con una buena fabada en el Don Manuel. Y seguimos con la edición 39 y a ver si llegamos a la 40, que esa es una de las razones por las que uno escribe: estar en el escaparate gijonés. 

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