3-LA CRONICA DE LA SEMANA NEGRA

Y EN ESAS LLEGÓ JUAN BAS
Y se notó. Y no por la enorme humanidad que desplaza el escritor bilbaíno, quien mejor domina un género difícil en verdad como es el de humor, y ahí están las desternillantes ALACRANES EN SU TINTA, libro de culto, y VORACIDAD, sino por la risa que siempre generan sus vitriólicos chistes no aptos para almas sensibles y son prueba palpable de que los vascos nunca fueron romanizados y por eso son tan brutos. Me mostró el bilbaíno, antes de sumergir su boca en un vaso de cerveza con la que celebramos el encuentro, la cicatriz modelo Scarface que surca su cuello, desde la oreja hasta la carótida casi, y le da un magnífico porte patibulario, fruto de su reciente operación. Se añadió a la charla de café, en la terraza del Don Manuel, un recién llegado Julio Murillo cuya carrera es un meteoro. Tras discusiones, decidimos, finalmente, dirigir nuestros pasos hacia La Iglesiona, el templo de la comida gijonesa, haciendo parada antes en un tugurio de buen vino blanco con dos puertas y una barra larga en donde brindamos con Rueda con Juan Bolea y Alfredo Mateo─Sagasta, que ya estaban allí dándose unos homenajes. Allí, finalmente, Juan Bolea contó el desenlace del relato iniciado en El Cubanísimo con la perdida de sus gafas en plena fiebre salsera, como dos días después un sujeto, con dos vasos de cerveza en las manos, irrefutable forma de tenerlas ocupadas, se acercó al escritor aragonés, que acababa una presentación, y le dijo que se había llevado por equivocación sus gafas del mostrador del templo de la salsa.
─¿Y dónde las tiene?
─ En el bolsillo del pantalón.
─ ¿Me las da?
─ No, cójalas.
No tuvo más remedio Juan que hundir su mano en el bolsillo, tomar sus gafas secuestradas y, de paso, tocar los cojones a tan rocambolesco personaje que hay que ver lo que había urdido, que trama tan enrevesada, sólo para que el hijo de Clark Kent, o sosias de Stephen Boyd como dice Julio Murillo al que llaman el Butragueño cuando va a países árabes─ ya ves, Juan, cómo te envidiamos todos ─, le hiciera un frotamiento al pene. Con semejante troupe, más la que fuimos arramblando por el camino, desembarcamos en La Iglesiona en donde fuimos castigados a esperar un buen rato en la barra, dándole al blanco salvo Sagasta, que es del negro, y de nada me sirvió reservar un plato de arroz con leche a una camarera, de negro, que me dijo, con sonrisa sádica, que llegaba tarde, que el último plato se lo estaba comiendo R.R. Martin, el autor de novela fantástica norteamericano que parece un ogro y viaja con ocho maletas─a saber lo que guardará en ellas─y devoraba, con una corte de frikis, un plato de fabada nocturna, ante lo cual todos los presentes celebramos alojarnos en pisos distantes del gran autor yanqui de fantaciencia.
Después de la comida, con breve repaso a algunos compañeros ausentes─el chismorreo no perdona ni en las alturas literarias, hace mella en el buenismo de la Semana Negra─entablamos sesuda tertulia, dos de nosotros por intereses espurios ─ la novela de Julio Murillo y la mía van de nazis─sobre lo malos que podemos llegar a ser, sobre como el inocente cuchillo con el que sajamos la carne de cordero nos sirve para degollar a nuestro vecino, o como con el tenedor somos capaces de hacer una transfusión en el brazo de alguien, o vaciar la cuenca de un ojo humano con una inocente cucharilla de postre.
Hice mi siesta, que siempre la hago cuando hay una presentación literaria pendiente, y esperé la noche, esa hora tardía y no muy buena, en la que la gente anda buscando restaurante y no está para libros, aunque se trate de EL MAL ABSOLUTO, y así, entre las nueve y las diez, encaminé mis pasos por la arena de la Playa de Poniente hacia la Carpa de Encuentro, con camiseta negra, tejanos, zapatillas de deporte y barba de cuatro días, bajo el ritmo africano de los tam-tam de los cientos de senegaleses que el evento concita y bajo cuyo nombre se sienten amparados, representados, porque ellos también hacen su Semana Negra, y nunca mejor dicho. Con la mitad de las localidades vendidas en la Carpa de Encuentros inició la presentación de EL MAL ABSOLUTO, la excusa principal por la que estaba presente en Gijón, Fernando Marías, como miembro del jurado que me premió con el Ciudad de Badajoz, e hizo hincapié en que la novela no era una más de nazis, ni mucho menos, que era durísima, que reflexionaba sobre un hecho complejo y que había en ella mucho de novela negra como para estar en el evento, como también de novela histórica, de thriller. Tomó la palabra Julio Murillo para decir, generosamente, lo buen escritor que era, lo enraizado que estaba en la Semana Negra, nuestros tiempos en la revista Playboy, lo que le había impresionado mi novela perfectamente escrita ─ es una maravilla decir esto, ponerlo uno mismo negro sobre blanco con la excusa de que transcribes lo dicho─, que por muchos documentales y libros que se leyeran sobre el nazismo nunca se había impresionado tanto─lo siento, pero son varios lectores los que me lo han manifestado, lo que me hace sumamente feliz─, y animó a los presentes a sumergirse en las páginas de mi libro, odiar a Gunter Meissner, solidarizarse con Yehuda Weiss, dudar con Eva Steiger. Tomé yo la palabra para decir que uno de los premios que tenía escribir era cosechar amigos de la talla de Fernando Marías y Julio Murillo, personas maravillosos y escritores excelsos ─ hay incienso para todos─, que realmente me había horrorizado escribir sobre ese periodo de la historia, pero a los nueve años ya lo había hecho con una novela llamada AUSCHWITCZ, que EL MAL ABSOLUTO llamó a la puerta de mi cerebro a través de una entrevista que vi en la BBC cuando se cumplían 50 años de la liberación del campo de exterminio por el ejército rojo, que es mi novela menos narrativa y más reflexiva, que casi se puede leer como un ensayo, que no se sabe bien en qué género inscribirla, si en el negro, el histórico, la novela de tesis, la periodística, el drama psicológico, que seguramente tiene ingredientes de todos los géneros con excepción de la fantasía y la ciencia ficción. Y así fuimos hablando de la novela, del nazismo, de la portada del libro, perfecta, porque es su esencia, con ese oficial nazi sin cara para que cada cual ponga la suya, de que la historia siempre la escriben los vencedores y de haber vencido los nazis no estaríamos hablando de eso ahora, y cerró las intervenciones, camuflado con el público, el argentino Ernesto Mallo, que de represión sabe mucho, pero no vi en el auditorio, porque se estaban poniendo guapas para la noche, imagino, ni a Sanjuanita─me lo apunto, niña, y te lo devuelvo ─ni a mi futura editora Silvia Pérez. Me fui, al terminar, disparado a la mesa de firmas y firmé con gusto y devoción un ejemplar al actor de cine, homenajeado por esta Semana Negra, el astur mexicano Germán Robles, intérprete vampírico del cine azteca que anda ahora, por si acaso, con dos cruces colgando del cuello para ahuyentar a los fantasmas de la noche que le dieron de comer, que me contó cómo veía desfilar por las calles de Gijón a los nazis desembarcados de sus barcos; firmé todos los ejemplares que hubo, que fueron pocos, y días mas tarde, mientras paseaba por la arena, firmé otros, y me fui a cenar con los colegas, esta vez al Wok, que es un autoservicio de cocina oriental, con lo poco que me gustan esos chiringuitos porque no suelen tener arroz con leche, solo verduritas, fritangas y lichis, por lo que me concentré, a falta del postre lácteo, en hacer una degustación de arroces diversos ─ hervidos, fritos, salteados─con algún rollito de primavera o sucedáneo y un wok de verduritas que el cocinero chino calentó sobre un fuego gigantesco tipo lanzallamas ─hay que ver las llamaradas que salen, capaces de carbonizar un cadáver en un plis plas ─, tras lo que nos fuimos a tomar el fresco y el gin tonic a la terraza del Don Manuel en donde se nos unió un desaparecido en combate Juan Bas que soltó una tanda de chistes irreverentes que puso en peligro nuestra digestión china. Llegó, en estas, Nerea Riesco, escritora de éxito vasca afincada en Sevilla, tan simpática como bonita, chica de grandes ojos vivarachos que era finalista con su novela ARS MÁGICA, sobre las brujas de Zugarramurdi─otro de mis proyectos atrasados en el que otros se me adelantaron─, al premio Espartaco, como lo era Julio Murillo con su EL AGUA Y LA TIERRA, a desternillarse con las ocurrencias salvajes de Juan Bas, pero, a medida que avanzaba la noche, se produjeron deserciones, imagino que hacia El Cubanísimo, hacia otras mesas y otras camas, y a eso de las tres yo era testigo, con un gin tonic y un café solo, porque estoy de un abstemio militante, a las múltiples libaciones de mis dos colegas de mesa, Julio Murillo y Juan Bas, en su afán por vaciar de whisky todas las botellas del Don Manuel, hasta que, en medio de un pedo formidable, se desafiaron, como caballeros medievales, a una mañana de natación a las diez del día siguiente, con cita previa en la terraza del Don Manuel, en donde deberían comparecer con toalla de baño y chancletas por armas.
En la playa me estuvieron esperando, en vano, Silvia Pérez y Sanjuana Martínez, que, según dijeron ellas, tomaron el sol con sus bikinis ─ son todo curvas las chicas, asique forzosamente serán sexys, imagino, porque no las vi─y quienes sí se bañaron, en distintas playas, fueron los chicos del norte, Fernando Marías en La de Poniente, que es tranquila y está dentro del recinto de la Semana Negra, y Juan Bas, en la otra, que no sé cómo carajo se llama, batida por las olas y las mareas. Julio Murillo, como era de esperar, se rajó, se quedó durmiendo la mona en su cuarto del Hotel Pathos─¿O Patos?, porque él, con su fijación helenística, a raíz de hacer de Esquilo un hombre de acción, es capaz de poner una H al vulgar palmípedo ─y vi regresar a mi querido Juan Bas, mientras yo desayunaba el cotidiano café con leche, croissant y zumo de naranja a cuenta de los vales, con el pelo y la barba húmedas, con la cola de algún pez asomando entre los labios, renegando del catalán que le había dejado plantado, que me recordó cómo, el año pasado, alguien de la dinastía Taibo le advirtió que tuviera cuidado porque un tiburón rondaba las playas de Gijón, a lo que el jocoso escritor contestó con naturalidad:
─Tranquilos, que no pienso hacerle daño.
Ese día nos plantó Juan, nos cambió a Julio y a mí por una rusa alta y rubia, una relación blanca según dijo el sátiro del norte, y el autor de LAS LÁGRIMAS DE KARSEB y yo no sé adonde fuimos, pero seguro que volvimos a La Iglesiona y nos adherimos a una mesa multitudinaria con Monteverde, Bolea, Fermín, en la que terminamos hablando del feminicidio de Ciudad Juárez, que era el argumento de la novela que me tocaba presentar a las seis de la tarde y había terminado el día anterior, sobre el prado de Cimadevilla, junto a la escultura de Chillida y sobrevolado por gaviotas, la estupenda CIUDAD FINAL, la novela de Kama Gutier de la que tenía que hablar en La Carpa A Quemarropa, e invertí la siesta en hacerme un esquema mental de mi intervención. Cuando llegó el momento, dos segundo antes, se presentó Kama ─ que no se llama Kama, como la protagonista homónima de su novela, y que sospecho que no tiene un lagarto llamado Freddy, pero que todo lo demás sí es cierto─, de la que dije, ya en público, después de decirle en privado la gran verdad de lo mucho que su novela me había gustado, la sensación que tuve, al leer esa estupenda novela negra, que es un grano de arena más en la denuncia de ese espantoso asunto de los crímenes de Ciudad Juárez todavía sin resolver, de madurez narrativa hasta el punto de que no parece una primera novela, y creo, sinceramente, que será una clara candidata al premio Silverio Cañada del año próximo. Hablé de la corrupción política, policial, judicial, de que para mí Ciudad Juárez es una franquicia del crimen, que la inoperancia policial mejicana, con más de un 98%!!!!! de casos no resueltos es un significativo acicate para que delincuentes y sádicos vayan a la urbe fronteriza a buscar a sus víctimas, y tomó la palabra Kama Gutier, que habló de cómo ella, como criminóloga, fue testigo de lo que pasa en la ciudad, de cómo las madres de la víctimas se cruzaban en las calle con los brutales asesinos de sus hijas sin que nada pudieran hacer para meterlos en la cárcel, de cómo fue apartada del caso por la judicatura mejicana, que le había contratado para lavar su imagen, cuando se convirtió en personaje molesto, y prometió nuevas entregas de su alter ego Kama Gutier, aunque esta vez ambientadas en Los Ángeles, su ciudad de residencia.

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