7-LA CRÓNICA DE LA SEMANA NEGRA
LA HORA DEL ADIÓS
Se habló, en la Semana Negra, mucho del mal─ ha sido, este año, el de los nazis─; de los monstruos inocentes y románticos de la ficción, Frankenstein y el Conde Drácula en esa maravillosa colección que edita Fernando Marías para 451 de Chavi Azpeitia; del nazismo y del placer de narrarlo, y allí estuve yo entre contertulios, rodeado de colegas de la altura de Raúl Argemí, que me han dicho ha cometido una maravillosa locura por la que ya le he felicitado, y no es literaria, o sí lo es, porque le atañe a él, que es escritor, y a Cristina Fallarás, también escritora y ausente de la feria; porque estuvo Fajardo, Carlos Fortea, Paco Ignacio Taibo II, Jerónimo Tristante, el siempre brillante Ernesto Mallo, la emotiva Juana Salabert que convertía sus segundos en posesión del micrófono en minutos, y Vicente Álvarez, autor de EL NECROMICÓN NAZI y presentador de SHANGRI─LA . Acostumbrado a tertulias inconcretas y evanescentes, sobre el sexo de los ángeles, paridas como diría Andreu Martín, otro de los ausentes del evento, hablar del nazismo ─ que es algo que, a juicio de muchos, ha ganado la partida, está ahí, bajo otro nombre, lo hemos visto cerca de nuestra frontera, en la ex Yugoslavia, está rompiendo la cascara de huevo de serpiente y saldrá, no tengan la menor duda, cuando esta Europa entre en crisis económica, que ya entra, y alguien señale con el dedo a los emigrantes que desembarcaron en nuestras playas y aeropuertos ─ resultó de lo más estimulante. Y no vale decir que a nosotros eso no nos pasará, porque el fantasma del totalitarismo, de los fascismos de derecha e izquierda, los tenemos dentro, afloran, son ese enano maldito de lo peor de nuestro ser que debemos achantar constantemente, es esa fiera tribal que nos hace despreciar a los que no son como nosotros, a enrocarnos con los nuestros, aunque, ¿quién son los nuestros?
Hubo momentos memorables, como ese concurso de tostas, celebrado en lugar tan secreto, Pachu Ariñu, que se perdieron, porque no estaba en los mapas, todos los concursantes menos uno y la mitad de un jurado, elegido por el volumen de su panza ─Lorenzo Lunar y Juan Bas, no el fibroso Carles Quilez─y que premió a una enorme tosta, la única que llegó a buen puerto, con lecho de salmorejo, cebolla caramelizada y una enorme ración de lomo; hubo un concurso de belleza de más de 50 años, que quizá hubiera ganado y al que no llegué a tiempo de concursar; pude disfrutar de las tablas escénicas de David Panadero, declamando, a altas horas de la noche, sin que de las ventanas próximas le escanciaron los cubos de agua que sin duda merecía, los versos de un clásico con su voz potente de barítono; coincidí una noche, y más tarde en una comida en La Iglesiona, con el escritor norteamericano Rolando Hinojosa, de físico gringo y alma chicana, al que muchos llaman Ronaldo u Orlando, otro de los veteranos de la Semana Negra al que prometí saludar cuando vaya a Texas; y visité a la gran familia de libreros de ESTUDIO EN ESCARLATA, padre, madre y niño, que me vendieron todos los ejemplares de EL MAL ABSOLUTO.
Fue momento culminante el del fallo de los premios de la Semana Negra, que nos concitó a todos, expectantes, en el sótano del Don Manuel, en sus catacumbas, y que, en el apartado de relatos, premió uno magnifico, de Ignacio Padilla, de tema circense. El de novela, el Hammeth, se lo llevó, ex aequo, EL IMÁN Y LA BRUJULA, de Juan Ramón Biedma, al que abracé con profunda alegría pese a haber comparado, en una tertulia, a la Madre Teresa de Calcuta con Josef Mengele, un secundario de EL MAL ABSOLUTO. Y se otorgó el Silverio Cañada, quien fuera mi primer editor y por el que sentiré gratitud eterna allá dónde esté, a Carlos Salem, el entrañable pirata del Bukowski. En cuanto a la mexicanita guindilla Sanjuana Martínez, exultante aunque sin libros, se alzó con el Rodolfo Walsh con su alegato contra los curas pederastas, tema en el que se inspiró el Rufus, ese espantoso muñequito por el que todo el mundo anda loco, de este año.
Y los días pasaron, con sol, con ausencias─ las de los que se iban, que eran reemplazadas de inmediato con los que llegaban─ hacia ese momento triste que nadie quería que llegara, el del día final, en un acto multitudinario, tanto como cuando regalaron el maravilloso libro colectivo sobre la república de Weimar, cuando Paco Ignacio Taibo II, flanqueado por las autoridades, alcaldesa de la ciudad y presidente del principado, dio la Semana por concluida a las 12 del día 20, domingo lluvioso, no sin agradecer a todos, pero a todos sin excepción, desde los que escriben a los que barren, desde los senegaleses que tocan el tam-tam y venden camisetas D&G, a los bomberos y policías ─un recuerdo a Alejandro M. Gallo, el policía jefe escritor y autor de UNA MINA LLAMADA INFIERNO, que me presentó el año anterior LA CARAQUEÑA DEL MANÍ─ su participación.
La espicha en Avilés, este año sin gaitas, sin entonar el habitual “Asturias, patria querida”, atiborrándonos de cervezas, vino tinto, empanada asturiana, tortilla de patata, croquetas, ibéricos y arroz con leche ─parece que pensaron en mí─del que di cuenta cuantas veces pude: cuatro. Y entre tanta comida de verdad, no de probeta ni deconstruida, aún pude intercambiar algunas frases con el norteamericano David C. Hall, mi compañero de habitación en aquella primera Semana Negra de hace 21 años, y hacerme unas cuantas fotos con Nerea Riesco, Carlos Salem y PIT II gracias a la cámara versátil de Julio Murillo.
Y cuando di un abrazo a Paloma, y a su encanto de hija Marina, la fotógrafa oficial, porque Paco Ignacio Taibo II se me escurrió entre dimes y diretes, me pregunté, ya camino del avión, en la furgoneta lujosa y cómoda de Julián, el conductor por excelencia, en medio de una charla sobre métodos de trabajo que tenía en el mismo bando a Julio Murillo y Nerea Riesco, partidarios del guión literario, y enfrente yo, que todo lo cifro a la improvisación, cuántas semanas negras le quedan a uno, no cuántos años.
Esto es la Semana Negra. Y sigue.
Se habló, en la Semana Negra, mucho del mal─ ha sido, este año, el de los nazis─; de los monstruos inocentes y románticos de la ficción, Frankenstein y el Conde Drácula en esa maravillosa colección que edita Fernando Marías para 451 de Chavi Azpeitia; del nazismo y del placer de narrarlo, y allí estuve yo entre contertulios, rodeado de colegas de la altura de Raúl Argemí, que me han dicho ha cometido una maravillosa locura por la que ya le he felicitado, y no es literaria, o sí lo es, porque le atañe a él, que es escritor, y a Cristina Fallarás, también escritora y ausente de la feria; porque estuvo Fajardo, Carlos Fortea, Paco Ignacio Taibo II, Jerónimo Tristante, el siempre brillante Ernesto Mallo, la emotiva Juana Salabert que convertía sus segundos en posesión del micrófono en minutos, y Vicente Álvarez, autor de EL NECROMICÓN NAZI y presentador de SHANGRI─LA . Acostumbrado a tertulias inconcretas y evanescentes, sobre el sexo de los ángeles, paridas como diría Andreu Martín, otro de los ausentes del evento, hablar del nazismo ─ que es algo que, a juicio de muchos, ha ganado la partida, está ahí, bajo otro nombre, lo hemos visto cerca de nuestra frontera, en la ex Yugoslavia, está rompiendo la cascara de huevo de serpiente y saldrá, no tengan la menor duda, cuando esta Europa entre en crisis económica, que ya entra, y alguien señale con el dedo a los emigrantes que desembarcaron en nuestras playas y aeropuertos ─ resultó de lo más estimulante. Y no vale decir que a nosotros eso no nos pasará, porque el fantasma del totalitarismo, de los fascismos de derecha e izquierda, los tenemos dentro, afloran, son ese enano maldito de lo peor de nuestro ser que debemos achantar constantemente, es esa fiera tribal que nos hace despreciar a los que no son como nosotros, a enrocarnos con los nuestros, aunque, ¿quién son los nuestros?
Hubo momentos memorables, como ese concurso de tostas, celebrado en lugar tan secreto, Pachu Ariñu, que se perdieron, porque no estaba en los mapas, todos los concursantes menos uno y la mitad de un jurado, elegido por el volumen de su panza ─Lorenzo Lunar y Juan Bas, no el fibroso Carles Quilez─y que premió a una enorme tosta, la única que llegó a buen puerto, con lecho de salmorejo, cebolla caramelizada y una enorme ración de lomo; hubo un concurso de belleza de más de 50 años, que quizá hubiera ganado y al que no llegué a tiempo de concursar; pude disfrutar de las tablas escénicas de David Panadero, declamando, a altas horas de la noche, sin que de las ventanas próximas le escanciaron los cubos de agua que sin duda merecía, los versos de un clásico con su voz potente de barítono; coincidí una noche, y más tarde en una comida en La Iglesiona, con el escritor norteamericano Rolando Hinojosa, de físico gringo y alma chicana, al que muchos llaman Ronaldo u Orlando, otro de los veteranos de la Semana Negra al que prometí saludar cuando vaya a Texas; y visité a la gran familia de libreros de ESTUDIO EN ESCARLATA, padre, madre y niño, que me vendieron todos los ejemplares de EL MAL ABSOLUTO.
Fue momento culminante el del fallo de los premios de la Semana Negra, que nos concitó a todos, expectantes, en el sótano del Don Manuel, en sus catacumbas, y que, en el apartado de relatos, premió uno magnifico, de Ignacio Padilla, de tema circense. El de novela, el Hammeth, se lo llevó, ex aequo, EL IMÁN Y LA BRUJULA, de Juan Ramón Biedma, al que abracé con profunda alegría pese a haber comparado, en una tertulia, a la Madre Teresa de Calcuta con Josef Mengele, un secundario de EL MAL ABSOLUTO. Y se otorgó el Silverio Cañada, quien fuera mi primer editor y por el que sentiré gratitud eterna allá dónde esté, a Carlos Salem, el entrañable pirata del Bukowski. En cuanto a la mexicanita guindilla Sanjuana Martínez, exultante aunque sin libros, se alzó con el Rodolfo Walsh con su alegato contra los curas pederastas, tema en el que se inspiró el Rufus, ese espantoso muñequito por el que todo el mundo anda loco, de este año.
Y los días pasaron, con sol, con ausencias─ las de los que se iban, que eran reemplazadas de inmediato con los que llegaban─ hacia ese momento triste que nadie quería que llegara, el del día final, en un acto multitudinario, tanto como cuando regalaron el maravilloso libro colectivo sobre la república de Weimar, cuando Paco Ignacio Taibo II, flanqueado por las autoridades, alcaldesa de la ciudad y presidente del principado, dio la Semana por concluida a las 12 del día 20, domingo lluvioso, no sin agradecer a todos, pero a todos sin excepción, desde los que escriben a los que barren, desde los senegaleses que tocan el tam-tam y venden camisetas D&G, a los bomberos y policías ─un recuerdo a Alejandro M. Gallo, el policía jefe escritor y autor de UNA MINA LLAMADA INFIERNO, que me presentó el año anterior LA CARAQUEÑA DEL MANÍ─ su participación.
La espicha en Avilés, este año sin gaitas, sin entonar el habitual “Asturias, patria querida”, atiborrándonos de cervezas, vino tinto, empanada asturiana, tortilla de patata, croquetas, ibéricos y arroz con leche ─parece que pensaron en mí─del que di cuenta cuantas veces pude: cuatro. Y entre tanta comida de verdad, no de probeta ni deconstruida, aún pude intercambiar algunas frases con el norteamericano David C. Hall, mi compañero de habitación en aquella primera Semana Negra de hace 21 años, y hacerme unas cuantas fotos con Nerea Riesco, Carlos Salem y PIT II gracias a la cámara versátil de Julio Murillo.
Y cuando di un abrazo a Paloma, y a su encanto de hija Marina, la fotógrafa oficial, porque Paco Ignacio Taibo II se me escurrió entre dimes y diretes, me pregunté, ya camino del avión, en la furgoneta lujosa y cómoda de Julián, el conductor por excelencia, en medio de una charla sobre métodos de trabajo que tenía en el mismo bando a Julio Murillo y Nerea Riesco, partidarios del guión literario, y enfrente yo, que todo lo cifro a la improvisación, cuántas semanas negras le quedan a uno, no cuántos años.
Esto es la Semana Negra. Y sigue.
Comentarios
El año que viene, más.
Fantástica Semana Negra, y un placer haberla vivido con todos vosotros y las camareras que muerden en la Iglesiona.
paloma dientes.
Cristina Macía