EL LARGO ADIÓS

JAUME CARBONELLHace unos días una persona muy cercana, después una larga conversación, me deslizó al oído una mala noticia. No sé si decírtelo, ¿sabes quién se ha muerto? Jaume Carbonell. Te lo digo porque sé que le habías dedicado un relato. Tiene buena memoria. En el ya lejano 1989 publiqué, dentro del libro de relatos La lanzadora de cuchillos y otros relatos eróticos (Icaria), que Manolo Vázquez Montalbán tuvo la generosidad de prologar, un relato titulado La mujer cíclica que dediqué a quien ahora mismo no sé dónde está y me deja un vacío.
A mí Jaume Carbonell, tipo tranquilo y de apariencia plácida, siempre me pareció, por su físico, un pintor impresionista francés. Quizá fuera una reencarnación de Renoir. Suavemente grueso, con panza de quién disfruta de los placeres del yantar y del buen beber, lucía siempre una enmarañada barba y ocultaba ojos muy vivos tras los cristales de sus gafas. Durante años coincidimos en las páginas del Butlletí, la revista mensual de la Asociación de Empleados de la Caixa en la que publico reseñas cinematográficas desde hace veinticinco años. Muchas de las portadas de la revista, en uno de sus periodos, salieron de los pinceles de Jaume. Sus cuadros eran un canto a la vida, llenos de luz mediterránea y coloridos, hermosos, decididamente naifs y fue siempre fiel a su estilo, algo que es poco habitual en un pintor.
Qué mejor homenaje que el relato que aquí ofrezco, La mujer cíclica, una pieza curiosa que bascula entre realidad y ficción, recorrida por erotismo desbordante, en el territorio de la duermevela, con un escritor que encuentra las notas perdidas de un pintor en el cajón de una cómoda de la casa que alquila. Y para paliar la oscuridad del relato lo ilumino con reproducciones de ese amigo que se ha ido y engrosa la cada vez más larga lista de los ausentes en la que acabaré figurando.



LA MUJER CÍCLICA
© José Luis Muñoz

A Jaume Carbonell, pintor.

No se consideraba supersticioso, pero al traspasar la puerta del apartamento tuvo la extraña sensación de que entraba en un mundo aparte y como prohibido.
Era un diminuto piso del barrio de Gracia de apenas treinta metros cuadrados y el casero se lo había dejado por el módico alquiler de treinta mil mensuales. «Es ideal para escribir», le había dicho, « ¿porque usted me ha dicho que lo quiere para escribir?» Era silencioso y oscuro en extremo. Sus ventanas se abrían a un patio interior y lo más que llegaba a él era el rumor de los cuchicheos de las mujeres mientras colgaban la ropa en los tendedores. Tenía el suelo cubierto con unas baldosas muy curiosas, de cerámica antigua catalana, las paredes descascarilladas con la pintura amarillenta del humo y los años, y unos muebles ancianos y herrumbrosos que debían estar comidos por la carcoma.
—¿Quién vivía aquí antes?
—Un pintor.
—¿Qué fue de él?
Le vio dudar un instante antes de contestar, como si sopesara el efecto de sus palabras y su conveniencia, pero debió pensar que ya tenía firmado el contrato y nada perdía con su confidencia. —Se suicidó.
Ahora aquel «Se suicidó», mientras traspasaba las puertas de las sucesivas habitaciones, le golpeaba de forma intermitente el cerebro y no cesó hasta que abrió todas las ventanas del apartamento y una bocanada de aire fresco irrumpió como un vendaval en su interior desalojando el olor pesado a cerrado que reinaba.
Fue a cenar a una tasca, y, mientras comía un par de huevos fritos con beicon y bebía una jarra de fresca cerveza, no pudo dejar de pensar en las circunstancias harto extrañas que le habían impelido a coger ese apartamento angosto, oscuro y rancio en el popular barrio de Gracia. Debía dar gracias de ello a su malsana pasión de escritor que le tenía vampirizado desde hacía casi dos años y le había ido alejando sucesivamente de su trabajo, de su esposa y finalmente de sus hijos. Ante la disyuntiva de yo o la literatura, que había sido el ultimátum dado por ella cuando su situación había llegado a un punto límite de incomunicación, y el quehacer literario le absorbía casi por completo las veinticuatro horas del día, no había dudado en optar por la literatura. Hubo de partir, hacer sus maletas, coger su máquina de escribir y peregrinar buscando un lugar tranquilo en el que poder recogerse y crear.
Volvió al apartamento pasadas las doce de la noche. No tenía sueño, se había tomado después de la frugal cena un par de cafés, y se sentó en un butacón con una botella de coñac en una mano y un vaso en la otra. El aire fresco de la noche veraniega penetraba por la ventana abierta e incluso se vislumbraba un retal de cielo tachonado de estrellas.
No tenía sueño, ni tampoco ganas de escribir. El folio permanecía en blanco, aprisionado por el rodillo de la máquina, y el vaso vacío de cristal le hacía compañía. Encendió un cigarrillo y recorrió a pequeños pasos el salón. Sintió entonces como una punzada extraña entre las vértebras, algo parecido a un escalofrío pero que no tenía ningún sentido, y sus ojos se dirigieron casi sin querer hacia una vieja cómoda coronada por un espejo. Se aproximó a ella. No tenía nada de particular; la madera estaba perforada por cientos de túneles, obra de espeleología de las diminutas carcomas, y el cristal rayado duplicaba su cara ojerosa, de pelo entrecano y barba de dos días que le otorgaba un aspecto decididamente sombrío. Abrió entonces, uno por uno, los cajones de la cómoda y se llevó un sobresalto al advertir en uno de ellos un cuaderno de piel. Lo cogió con sumo cuidado. Alguien lo había dejado olvidado allí, posiblemente un inquilino de aquel apartamento, quizás el pintor suicida, se dijo mientras con el cuaderno aprisionado en las manos, como si de una joya valiosa se tratara, iba a sentarse en el sillón y se situaba bajo el haz de luz de la lámpara de pie.
Le bastó hojear unas páginas al azar para comprender que se trataba de un diario y se sintió un poco delincuente violando una intimidad ajena mientras devoraba con los ojos el contenido de aquellas páginas y uno tras otro colmaba vasos de coñac hasta los bordes y encendía cigarrillos.

Barcelona 9 de Setiembre.

Merche no ha querido recibirme. La he estado llamando durante todo el día pidiéndole, más que pidiendo suplicando, una cita y no ha habido manera de conseguirla. Noto que me odia, que no quiere verme nunca más y yo soy un estúpido por andar arrastrándome tras ella. ¿No hay cientos de hermosas mujeres que me están esperando abiertas de piernas? Pues entonces.

Barcelona, 10 de Octubre

Su odio hacia mí llega a límites difícilmente soportables. Si no fuera porque soy un hombre pacífico, que odia la violencia hasta extremos enfermizos, ya le habría echado las manos al cuello y se lo hubiera apretado suavemente hasta ver salir de su linda boca su lengua ennegrecida por la asfixia. Me doy cuenta de que trata de poner a mis hijos en mi contra, de que les está convenciendo de que su padre es un monstruo pervertido y vicioso, un ser alucinado, lo noto en las miradas asustadas de ellos cada vez que vienen aquí a pasar los fines de semana conmigo. ¿Monstruo? ¿Monstruo es amar la pintura, invertir tu tiempo libre en intentar plasmar en un lienzo lo que tus ojos aprehenden de esta lastimosa ciudad en ruinas? Los artistas somos seres envueltos en tinieblas, incomprendidos, que vagamos por la noche eterna del arte sin que nadie sienta otra cosa que conmiseración, una raza aparte de lunáticos condenados a dejar de existir en esta sociedad cada vez más mecanizada que camina hacia la robótica del alma. Si estamos casados somos considerados adúlteros. ¿Nuestra amante? El arte. Y ellas no pueden soportar el que alguien inmensamente superior, intangible, sin envoltorio carnal, les robe el espacio hedonista a que están tan bien acostumbradas.
Barcelona, 15 de Octubre

Se llama Amaya y es vasca. La encontré aterida de frío en un portal tocando con su flauta una linda pieza de Mozart. Tenía el sombrero vacío de dinero y los transeúntes pasaban muy rápidos por su lado, acuciados por el frío. La he utilizado como modelo para un lienzo. No tiene un cuerpo muy hermoso, más bien todo lo contrario, es muy seca y se le marcan las costillas de una forma lastimosa bajo los diminutos senos, pero tiene un bonito culo redondo y carnoso que no me hace ascos a la hora de ingerir mi semen. La he pintado idealizándola mucho, con unos senos armónicos, casi marmóreos, unas caderas pronunciadas y dulcificando la expresión de sus labios amargos. Se ha sentido herida por el retrato, no me ha dicho nada pero lo he notado, se ha sentido muy herida por él, quizá es porque crea que me estoy riendo de ella pintándola tan hermosa cuando no lo es en absoluto.

Barcelona, 12 de Diciembre

Amaya parece no haber entendido muy bien nuestra relación. No podía estar en el apartamento mientras estén mis hijos. Se ha resistido a partir y casi he tenido que echarla a empujones. Ha sido algo muy desagradable, algo tan desagradable que me ha dejado un sabor de boca horrible y me ha obligado a ir a la taberna para hincharme de vino. Luego he subido al apartamento y he roto su cuadro, lo he destrozado, lo he hecho jirones y lo he arrojado al cubo de la basura. No quiero saber nada más de ella, deseo olvidarla, como un mal sueño, olvidarme de todas las mujeres/cárcel.

Barcelona, 12 de Enero.

Merche ha pedido formalmente el divorcio. Lo suponía y no me he sorprendido por ello. He recibido una burocrática citación de su abogado que he hecho añicos de un modo frío e implacable, imaginando que cada trocito de carta era un trocito de su cuerpo. A veces me da miedo la violencia insensata que me recorre por dentro, de la que enseguida me avergüenzo.

Barcelona, 24 de Enero.

He encontrado a una extranjera rubia en la calle y me he sentido francamente fascinado por su cuerpo. No es un cuerpo perfecto pero sí tiene unos contornos pictóricos. Muchos de mis amigos no entienden porque los pintores muchas veces no preferimos auténticas beldades para modelo de nuestros lienzos. Quizá es que tengamos miedo de enfrentarnos a una belleza casi perfecta y optamos por retratar la imperfección realzándola. Me ha costado mucho convencerla de que se desnudara, que se tendiera en el suelo, abriera las piernas y mostrara su vulva rosada. He querido hacer un cuadro muy detallista, concentrarme sólo en su sexo, abierto entre los muslos como una flor, oferente, sin fijarme en el aleteo nervioso de su nariz, en los estremecimientos de su cuerpo, no sé si de turbación o de deseo, pero yo no la he deseado y la he dejado partir con un beso en la frente y un «hasta mañana».
Barcelona, 22 de Febrero.

Me ha venido a visitar Ricard Pérez. Quiere montarme una exposición y yo estoy encantado con ello. Será la segunda que haga en una sala comercial de prestigio. El problema va a ser localizar todos mis cuadros desperdigados por las casas de mis amiguetes, convencerles de que me los presten. La gente es muy reacia a desprenderse de las obras de arte, aunque les digas que son para una exposición, temen que luego ya no vayas a devolvérselas.

Barcelona, 29 de Febrero.

He tenido una visita inesperada. La rubia extranjera de la vulva rosada y grande se ha presentado de forma inopinada y ha entrado muy excitada en el apartamento. La he estado observando mientras me decía en chapurreado inglés que necesitaba pasar la noche aquí porque no tenía dónde ir a dormir y que se había quedado sin blanca. Debe pensar que soy Papá Noel. A ello debe ayudar mi aspecto bonachón, mi exuberante panza y mis luengas barbas de pope griego. No me apetecía nada, pero luego he pensando que hacía más de un mes que no echaba un polvo y ya me imaginaba penetrando su trasero sonrosado. Por la noche me ha buscado ella, yo hacía que dormía y la rubia nórdica se ha arrastrado por el suelo hasta dónde yo yacía y me ha plantado sin más preámbulos su vulva sobre mis labios. Estaba muy limpia, se había lavado especialmente para la ocasión, me dije, mientras a mi vez le hundía mi pene erecto en su boca y tras unos vaivenes me corría con profusión en su paladar y ella se tragaba mi lengua.

Barcelona, 30 de Marzo.

La he tenido que echar también. Me revienta tener que hacerlo, pero es que sino no se van y yo, para crear, necesito de la soledad. Aparte que ya comenzaba a estar cansado de ella, de su cuerpo, de sus labios perforados cada noche, de su ano violado y de sus redondas tetas rogando siempre mis caricias. Había llegado a un estado en que me sentía saturado de sexo y ansiaba una relación más espiritual.

Barcelona, 2 de Mayo.

Hasta ahora no había reparado en él. 0 sí, había reparado en él pero no le había dado la menor importancia. Es un pliego de hojas amarillentas que supongo pertenecieron a un inquilino anterior y permanecían escondidas en un rincón del armario. Lo he comenzado a leer hoy, sin demasiado entusiasmo, pero muy pronto me he sentido prendido de lo que dice. Lo que allí se cuenta es un relato extraño, algo tan increíble que difícilmente puedo dar crédito a ello. No soy supersticioso, no creo en fantasmas, y todas esas sandeces que se dicen en esa especie de diario deberían provocarme hilaridad, pero no es así.

Barcelona, 3 de Mayo.

La lectura de ese maldito manuscrito me tiene como enloquecido. Está muy mal redactado, peor caligrafiado, le faltan acentos y comas, pero pese a todo yo me apasiono con su lectura como un muchachito de quince años ante el primer libro pornográfico que cae en sus manos. Lo que me revienta es que la lectura clandestina y morbosa de esos pliegos fechados en 1910 me impide hacer otra cosa que no sea beber y fumar en pipa. Hace más de un mes que no pinto una sola tela y ello me atormenta. Pero más me inquieta mi falta de voluntad para desprenderme de estos malditos papeles amarillentos de principios de siglo que parecen haberme vampirizado.
Barcelona, 4 de Mayo.

Pero, ¿cómo puedo yo creer en la existencia de fantasmas? Imposible. El autor de estas páginas que yo, noche tras noche, devoro, sí que cree en ellos. Todo es esforzarse, dice, dejarse llevar por la imaginación, cerrar los ojos y un fantasma, delicioso o terrorífico, te visitará todas las noches. ¡Bobadas! Aunque quizá sí sea así; ¿no estaba rodeado de fantasmas blancos en mis noches de insomnio cuando tenía cinco años? ¿Eran frutos de mi imaginación o realmente estaban allí y sólo la mente pura y no contaminada de un niño era capaz de captarlos?

Barcelona, 5 de Mayo.

Algo raro me ha sucedido esta noche. Ya he finalizado la lectura de las cuartillas amarillentas y trato de olvidar a marchas forzadas su contenido que ha estado ejerciendo sobre mí el efecto de una droga dura. Me he corrido. Hacía que no tenía ninguna polución nocturna desde por lo menos los quince años. Entonces tenía poluciones casi cada día y mi madre me retiraba las sábanas de la cama con orgullo porque su niño se había hecho hombre y yo me sentía muy avergonzado de las enormes manchas que dejaba a diario. ¿A qué una polución con casi treinta y ocho años encima? ¿Vuelvo a la infancia? Claro que llevo casi dos meses sin tirarme a nadie y ya iría siendo hora de buscarse un trozo de carne que pasarme por la entrepierna.

Barcelona, 6 de Mayo.

Ha sido muy decepcionante. La tía era medio puta pero ello no era óbice para que mi conducta sexual haya sido tan desastrosa. Yo lo he achacado en parte a que no me haya dejado hundírsela entre sus labios negros como hubiera sido mi deseo oscuro, pues tenía una curiosidad estética por comprobar el efecto cromático del semen blanco derramándose por su barbilla oscura de melanina. Una guineana pequeña, gordita y del oficio, con más de una enfermedad venérea, pero no había encontrado nada mejor en la calle. Cada vez que conseguía una erección y caminaba hacia ella orgulloso, con mi miembro en la mano, dispuesto a hundírselo como una espada en su sexo, tropezaba con su pelambrera hirsuta y áspera como un estropajo de su sexo y ello me destrempaba automáticamente. Ha sido una noche de pesadilla. Finalmente he entrado en el lavabo a masturbarme para saber si el problema era mío o de la negrita. Era mío.

Barcelona, 7 de Mayo.

Una nueva polución y ahora recuerdo algo muy extraño. Había estado con alguien en la cama, una muchacha muy pálida que apenas hablaba y que cerraba sus muslos sobre mi pene mientras mis manos acariciaban sus tetas gélidas. ¿Por qué gélidas? Y, ¿cómo es que no estaba ahora a su lado?

Barcelona, 8 de Mayo.

La extraña desconocida me visita por las noches. La recuerdo perfectamente. Hace el amor de una forma muy clásica, como si viniera de otro siglo, y toda ella, desde el cuerpo hasta la cara, me produce una sensación de antiguo. No me consiente que le meta el miembro en la boca ni tan siquiera lo besa, se limita a yacer a mi lado, a abrir discretamente los muslos y dejar que me vaya dentro. Sin embargo me corro fuera, porque las sábanas de la cama están manchadas. ¿Marcha por las noches, cuando ya todo ha terminado?
Barcelona, 9 de Mayo.

Esta noche todo ha sido más extraño si cabe. He encontrado mi semen desparramado por el pasillo, grandes cantidades de esperma fresco que he recogido con una bayeta. Mientras tomaba mi desayuno he tratado de recordar en qué había invertido la noche pasada. Sí, ella estaba presente, pero no hizo el amor conmigo en la cama, fue en el pasillo, y yo la sostenía firmemente por las caderas mientras una y otra vez la dejaba caer sobre mi miembro.
Barcelona, 10 de Mayo.

Ella sólo viene cuando duermo. Pero no es un sueño. Cada vez duermo más, y no es por desidia. Quiero estar con ella el máximo tiempo posible. Estoy obsesionado por saber qué textura tienen sus labios, por explorar el interior de su garganta con mi miembro. No tomo café, me tiendo en la cama a media tarde, cierro los ojos y espero. A veces tarda una eternidad en venir, pero cuando lo hace la dulzura del momento no admite parangón.

Barcelona, 11 de Enero.

Parece que paulatinamente me voy despegando de las cosas terrenales de este mundo. Hoy me han cortado el teléfono y ayer fue la luz. Tengo un montón de cartas acumuladas, de facturas, de reclamaciones, de recibos impagados que me introducen por debajo de la puerta. Llaman a veces insistentemente y yo hago ver que no estoy. Realmente no estoy. Sólo estoy para ella, y ella no precisa de puertas ni ventanas para estar conmigo.

Barcelona, 12 de Mayo.

Me gusta follarla, follarla con la intensidad que da la pasión, rodear su cintura fría, abrir un poco sus muslos, besar su pubis, en el que a continuación me voy a sumergir, y bailar sobre ella la danza rítmica del amor. No es sexo lo que me atrae de ella sino belleza, porque ella es bella, me recuerda a alguien muy querido, es Venus de Botticelli saliendo de las aguas, con sus suaves cabellos sedosos cayéndole sobre los hombros desnudos. ¡Dios mío! ¡Cuánto la deseo!

Barcelona, 13 de Mayo.

Me lavo y como por ella, sólo por ella, me peino y me visto por ella, sólo por ella, y luego, cuando se desvanecen las luces del sol, me desnudo siguiendo un ritual bien aprendido ante el espejo, y trato de no ver mi abultado vientre que se sumerge bajo las sábanas. La espero con religioso recogimiento, viene con el primer sueño, entra siempre desnuda y desnuda se echa a mi lado, sin hablar, pero sus ojos lo dicen todo. Hay fiebre en su mirada, una fiebre que me arrastra hacia un Más Allá. Quisiera seguirla a donde esté ella. Porque ella no está aquí, no es de aquí, es de otro sitio, y yo ya quisiera estar con ella mañana y tarde.

Barcelona, 14 de Mayo.

Merche estaba detrás de la puerta. La he oído, he oído como gritaba histérica que le abriera, que con ella no valían los trucos, que tenía una citación de los juzgados, que la custodia de los niños la tenía asegurada a la vista de que me había desentendido por completo de ellos en los últimos días. La he dejado gritar hasta que se ha cansado y he oído sus piernas armadas de tacones puntiagudos bajar la angosta escalera hasta la calle. Las ventanas entornadas, la puerta cerrada con dos vueltas de llave, la luz apagada perpetuamente. Si duermo por la mañana, ella viene; si duermo por la tarde, ella viene. Deseo dormir siempre, siempre, para poder tomarla continuamente entre mis brazos.
Barcelona, 15 de Mayo.

Hoy ha sido muy dulce. Se ha sentado sobre mi vientre, de espaldas a mí, y la he visto subir y bajar suavemente engullendo mi pene entre sus nalgas redondeadas en un vaivén imparable que me ha conducido a un furioso orgasmo. Quería tocarla imperiosamente pero mis manos estaban como agarrotadas sobre la cama. La he bañado en esperma.

Barcelona, 16 de Mayo.

Tiene los senos marmóreos, como los de las esculturas. A veces pienso, por la frialdad de su piel, que se trata de eso, de una escultura bajada del Olimpo que se corporiza al contacto de mi carne. Tiene el pezón grande, sonrosado, y el músculo tenso, sin ningún síntoma de flacidez, y la separación que existe entre uno y otro seno no excede de un dedo. Saben a carne fresca y a leche, lo que los hace casi maternos; cuando los succiono con verdadera glotonería tengo la sensación de que de un momento a otro una oleada de líquido cálido me va a inundar mi garganta, y sigo succionando con esa oscura esperanza mientras me abro paso entre sus muslos y dibujo los contornos de su vulva con mi miembro.

Barcelona, 17 de Mayo.

He tomado una decisión. Dormir. Sólo voy a vivir para dormir. Quiero follarla día, tarde, noche y alba. Quiero estar eternamente dentro de su vulva agradable y recorrer centímetro a centímetro su piel marmórea con mis labios impuros. Quiero dormir. La solución está en la cocina, si no me han cortado el gas todavía.

Se resistió a dormir. A la mañana siguiente, nada más amanecer, salió a la calle y se encaminó a las Ramblas. Los barrenderos extendían chorros de agua helada sobre las calzadas y las palomas picoteaban las migajas de pan dejadas la víspera por algún indigente. Vagó todo el día por la ciudad, comió en una tabernucha de mala muerte e intentó llenar unas cuartillas mientras se tomaba un coñac en el Café de la Opera. Se hizo de noche muy temprano y se hundió en la penumbra de un cine en el que visionó una película sin argumento ni actores. Salió a la calle y continuaba siendo de noche. Compró el diario y regresó a su apartamento, muy despacio, tan despacio que cuando introdujo la llave en la cerradura de su puerta el reloj de péndulo de un vecino señalaba las tres de la madrugada. Dentro de cuatro horas amanecería, pensó, mientras cerraba la puerta tras sí y encendía todas las luces, hasta las del lavabo. Se sentó en el butacón y ante el temor de quedar dormido fue a la cocina donde se hizo una taza de café muy cargado. Pese a todo le invadía un sueño profundo que parecía rondar por las paredes del apartamento. Y ya no había más café. Recorrió arriba y abajo la habitación e hizo compañía a una entrañable mosca que se paseaba por el cristal de la ventana. Tras la ventana brillaba la luna y su brillo le producía un extraño estremecimiento. Sentía frío y se sentó en el sillón, pero allí, inmóvil, el frío creció y hubo de levantarse para echarse una manta por encima. Sintió entonces un calor muy agradable, dio cabezadas desesperadas, luchó contra el sueño sabiendo de antemano que la batalla estaba perdida.


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