DIARIO DE UN ESCRITOR
Madrid,
27 de mayo de 2012
Estuve
días atrás en Fuengirola. ¿Días atrás? Día atrás. Un tipo estupendo, que se
llama Manolo, me invitó a una paella a su casa. Tras doce meses de separación le trencé un fuerte abrazo. Doce meses, un año. Pero estamos más o menos igual. Yo con un moreno camboyano. Hay hombres a los que quiero. Sí, sin tapujos. Manolo
con sus sesenta y siete años, uno de ellos. Claro que no creo que haya nadie que deje de
querer a Manolo, a su sobrina, para la que ha sido padre/madre, y a su nieto
Michelle. Le pregunto por qué no sube al Valle de Arán a pasar unos días. Me
mira con los ojos muy abiertos, tras poner una cerveza en mi mano: Hemos
parido. Michelle es un nieto al que cuida como un hijo como cuidó como a una
hija a su sobrina. Van llegando los invitados. Abrazo al enorme y generoso
Alessio, excelente fotógrafo. Otro hombre al que quiero. Quiero últimamente a muchos hombres. Y a
Pilar, a la que encuentro más guapa, joven, que once meses antes, exquisitamente femenina, como siempre. Charlamos
alrededor de esa mesa por la que corren las botellas de vino. ¿El postre? Algo
que quedó pendiente doce meses atrás: leche frita. Exquisita. Mi amigo Manuel
es un gran cocinero, además de culto, buen conversador y de gustos exquisitos .
La decoración de su baño es buena prueba de ello: imágenes eróticas de
Mappelthorpe, Newton, obras clásicas de la escultura, una colección de fotos de
penes marmóreos y una instantánea de él, diez años atrás, posando desnudo, realmente sexy. ¿Es
un cuarto de baño o una pinacoteca?
Camino
de Fuengirola a Madrid estuve meditando. Y enviando las gracias a cada una de
las personas que se acercaron en Granada a la librería Picasso. Eva, Alicias, Virtudes,
José Luis, Marian, María, Jesús, Miguel… Y Gregorio, el buen y generoso amigo
Gregorio. Camino de Madrid pasé de nuevo por Granada y estuve a punto de entrar
en la ciudad. Lo habría hecho de haber recibido una llamada que no llegó a mi
teléfono móvil. Esperé cinco minutos. No me llamó. Seguí camino. Me cansé.
Conduje hasta la noche. Llegué a casa de mi hermano. Comí esa ensaladilla rusa
madrileña que tanto me gusta, aunque hecha por mi hermano que tiene buena mano
para ella. Me derrumbé, con un par de cervezas frías, en la cama después de resumir mi viaje a Camboya.
Compartir
franja horaria de firmas con mi tía no es normal. Ella no se lo cree. Llega en
silla de ruedas. La ciática la está matando. Pero atiende amablemente a todo
aquel que se acerca a la caseta 104 de Estudio en Escarlata a pedirle que le
firme los Cuentos de una maestra rural. Yo firmo, aunque no sea creíble, dos
ejemplares de Patpong Road a dos José Luis Muñoz. Y falta un tercero que no viene.
Despacho bastantes ejemplares de mi última novela, de Marea de sangre, de Tu
corazón, Idoia y hasta de Muerte por muerte. Mi tía tiene la muñeca rota de
firmar. Acapara a las chicas guapas. Alguna cae en las redes de mi firma.
Vienen hasta amigas personales. Hablo con la librera, con sus hijos. El día es
soleado, pero fresco. La gente de Madrid es abierta. Hablo con lectores. Con
una paisana salmantina. Con un amigo de León. Con un par de amigas de Facebook.
Me hacen fotos. Sonrío. Mi tía parece una escritora consagrada, entre Carmen Laforet
y Martin Gaite. Va de rojo, elegante, con una pasmina al cuello. Firma casi
toda la edición. Quedan libros contados: 15 escasos. Ella, que siempre había
estado al otro lado del mostrador, está hoy detrás de él, dentro, firmando libros,
los suyos. Le pregunto cómo se siente. No me lo creo, contesta.
Comida
en familia. Hablamos de literatura, y de política. Cae una empanada gallega. Y
maravilloso jamón de bellota. Hay hasta pan con tomate. Rosa me da la fórmula
de un exquisito mousse de limón del que repito: ocho yogures, el zumo de ocho
limones y una lata de leche condensada. Juanjo saca una enorme bandeja con
cerezas del valle del Jerte en donde se ha quemado parte del cuello y el brazo derecho. Considero que ya soy suficientemente maduro para
comer esa fruta que he estado desdeñando, de forma irracional, durante sesenta
años. Me sorprendo a mí mismo porque me gustan. Me gustan tanto que decido
recuperar el tiempo perdido, esos sesenta años de rechazo, y me las como casi
todas. Cerezas. ¿Por qué me negué a comerlas siempre? La mente humana es muy
compleja y está llena de recovecos. Cerezas, me repito, mientras las como a
docenas y confieso, a los incrédulos comensales que me rodean, a la pintora
Águeda y a la profesora Charo, que hoy, 27 de junio (creo que he firmado muchos
libros con la fecha 26, porque últimamente no controlo los calendarios) es el
día de mi reencuentro con las cerezas.
Comentarios
Muchas gracias por todo, querido(yo también te quiero) escritor, querido amigo. Ha sido un gran placer volver a verte, aunque se nos quedó corto el tiempo.Yo también te encontré estupendo, como evidencia la foto que colgué en tu muro.
La foto de esa boca con cereza es digna de portada de un libro tuyo. Qué extraña fobia.Es una de mis frutas predilectas. En casa, de niños, las llamábamos "tentadoras".Y, son, además, bellísimas. Un ramo de cerezo con frutas es apabullante.
Sabes, se aprende a quererte...
Gracias por mencionarme y recordar esas gracias de asistencia a tu presentación.
Sigo más abajo, un poco más jejeje sonrío porque recuerdo la novela
Espero que te devuelvan tu espacio en la red facebook; sino puedes abrir otro perfil con la palabra escritor delante de tu nombre y recuperar tus contactos.
Cariños, amigo.