DIARIO DE UN ESCRITOR
Gaillac, 6 de
octubre de 2012
Vamos al trabajo. Es decir, a la feria del libro propiamente dicha. Le
Salon du Livre de Gaillac en su 17 edición. El salón se ubica en un anexo de
ladrillo de la vieja catedral gótica que alza sus torres al lado del manso Tarn.
Una especie de catacumba de arcos góticos en ladrillo: no había canteras en la
zona. El colega Alfons Cervera se acerca a saludarme. Sabemos mucho el uno del
otro pero nunca, hasta este preciso momento, hemos coincidido. Cervera es uno
de los primeros escritores que se interesó por la memoria histórica con su
novela El maquis. Hablamos de literatura, de viejos conocidos muertos (Raúl
Núñez, el escritor argentino al que él trató a fondo hasta que se destruyó por
completo, paradigma de escritor perdedor inadaptado con la vida y que huyó de
ella hace unos cuantos decenios, personaje de Tu corazón, Idoia, cameo junto a
Juan Madrid, Silverio Cañada, Ricardo Muñoz Suay, Ferran Torrent y Paco
Camarasa en Patpong Road), de Juan Madrid, del Valle de Arán, en donde tienen
muy buenos amigos (y, desde este preciso instante, uno más), el Coth de Baretges,
Montgarri, Bausen… Casualidades de la vida encontrar un colega tan
versado en mi Valle. Luce Alfons una estilizada efigie de Che Guevara en la
camiseta negra que lleva, seña de identidad de su izquierdismo, y lleva el pelo
largo y alborotado. Le presento a Mallo, cuando llega a eso de las once. Y los
tres, que intervendremos mañana en esa conferencia junto al escritor islandés
Arni Thorainsson, nos situamos en nuestras respectivas mesas, de cuerpo
presente, tras las respectivas barricadas formadas por nuestros libros. El
escritor convertido en vendedor.
Las ferias del libro de Francia son radicalmente distintas a las
españolas. Mejores, con la salvedad de la Feria del Libro de Madrid. Una de sus
virtudes es no situarlas en recintos exteriores y no invitar a autores
mediáticos, porque la nuestra es la profesión con más intrusismo que existe en
el mundo. Los que acuden a ellas no van a pasear, o a tomar el sol, ese astro
que tanto daño hace a nuestro sector editorial y merma el número de lectores a
los escritores (¡Cómo vamos a aumentar los índices de lectura con ese buen
tiempo que siempre hace e invita a disfrutarlo en playas, terrazas y cerros!)
sino a comprar libros y aprovechar la presencia de los autores para que se los
dediquen. Así es que, a poco de sentarnos, los tres ya estamos firmando. Firmo
bastantes Babylone Vegas, unos cuantos de La derniere enquete de l’inspecteur
Rodriguez Pachón, los dos libros editados en francés por Actes Sud en su
colección Actes Noir, y hasta tres Llueve sobre La Habana y un La mujer ígnea a
una adolescente, estudiante de español, que acude bajo la custodia materna.
Nos adaptamos a los horarios franceses de comida, así es que nos
levantamos de nuestras mesas y salimos del recinto que a las 12 horas ya está
vacío. La comida, un buffet de, sobre todo, embutidos y patés (más alguna
ensalada fría de lentejas o de arroz) tiene lugar en el antiguo mercado
habilitado para tal fin. Gaillac es una ciudad pequeña, ligeramente decadente,
con plazas recoletas y calles peatonales por las que pasear es un placer que ya
se perdió en las grandes urbes. No hay tráfico y la gente no tiene prisa. Late
otro ritmo de vida. Flota todavía, en el aire detenido de la pequeña ciudad, su
pasado esplendor. Después de tomarnos un café, con el veterano español que
quiso rescatarme en Senuillac y que hoy encuentro en la feria (otra casualidad
o quizá un fenómeno paranormal más, porque últimamente las casualidades me
están sobrepasando) y fumarnos un cigarrillo con Olga, una rubia y atractiva
profesora de español ya retirada cuya familia es de Alcañiz y que suele pasar
con frecuencia por Bossòst (otra casualidad paranormal: al final mi pueblo será
el centro del mundo) regresamos, dando un paseo, al Salon du Livre de Gaillac,
tomamos posesión de nuestras mesas de trabajo y seguimos garabateando
dedicatorias a los lectores que se nos acercan con nuestros libros en la mano. Entre
firma y firma, la rubia Betty me ofrece zumo de manzana fresca y otras chicas me
sirven un buen número de cafés, cuatro, que harán que esta noche esté desvelado
si no los atempero con buenas copas de vino. Sin coche (lo dejé aparcado en el
encantador y recóndito hotel) garantizo que un chofer me lleve a mi hotel
alojamiento en la furgoneta de la organización. O si no, dormiré debajo de un
puente en esta ciudad de calles ensangrentadas por las víctimas hugonotas
escuchando el alarido de las víctimas que colgaban de garfios de los muros de
la abadía de Saint Michel y el estruendo de las espadas. ¿Mi última
clienta/lectora? Una encantadora muchacha búlgara que residió muchos años en
España y vive ahora en Gaillac. Compra Llueve sobre La Habana, y se lo dedico.
Me dice su nombre y ya lo olvido. Me premia con su sonrisa, y ya la olvido. Un
rayo de sol que entra por una puerta abierta me deslumbra. Ya no veo a los que
se acercan a mi mesa, hojean mis libros y los dejan a continuación.
La cena es en un chateau, de los muchos que pueblan la ciudad, rodeado
de un parque cuyos caminos cubren las hojas del otoño. Comparto mesa con el
colega argentino Ernesto Mallo, organizadores del Salón y algunas autoridades
locales. Lucian Boia, el inquietante historiador rumano, está a dos mesas de la
nuestra con su traje y corbata del que no se separa. Alfons Cervera se fue a
cenar por su cuenta con un amigo profesor de español de la universidad de Albi.
La cena, un buffet frío, transcurre hablando de política. Quiero saber de
primera mano el alcance de la crisis en Francia que nada tiene que ver con los
efectos devastadores de España. Hablo con Ernesto de algunos colegas que nos
caen bien, y de otros que nos caen rematadamente mal. A las nueve estoy
desfondado y la furgoneta que me ha traído a Gaillac desde Senuillac me
devuelve al hotel con encanto en compañía del islandés Arni Thorainsson, un
personaje que me fascina porque escribe novela negra policial en uno de los
países con menos crímenes del mundo y del que poca cosa sé aparte de Bjork, los
geiseres y la pacífica revolución islandesa que ha metido en la cárcel a sus
banqueros y ha procesado a sus políticos, ejemplo que deberíamos seguir más al
sur. Esperemos que la realidad no imite a la ficción en cuanto a los crímenes que sólo existen en las novelas de Arni. Por el camino practico
con él un oxidado inglés, herrumbroso, más que mi francés, que ya es decir. Y
nos despedimos antes de entrar en nuestras habitaciones, contiguas, a
intercambiar nuestros ronquidos nocturnos.
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