CINE
EL
SABOR DE LA SANDÍA
Tsai Ming-Lian
Tsai Ming-Lian
Si la misión primordial de toda obra de
arte es la de no dejar indiferente a quién se aproxime a ella, transformarlo, El
sabor de la sandía, primera película que llega a nuestro país de un
desconocido autor malayo afincado en Taiwan, Tsai Ming-liang, cumple todos los requisitos; su película, que
puede ser tanto amada como denostada, es de las que dejan marca.
En
un período de sequía extrema el gobierno de Taipei, mediante mensajes televisivos, aconseja a los habitantes
consumir sandías o el zumo de las mismas para paliar la escasez de agua. Shiang-Chy
(Yang Kuei-Mei), azafata de un
museo, llena clandestinamente de agua bidones de plástico en los aseos públicos mientras Hsiao-Kang (Lee Kang-Shen), antiguo vendedor de
relojes, se gana la vida actuando en videos pornográficos caseros en el mismo
inmueble en donde vive ella. Un encuentro fortuito de ambos en el exterior del
edificio – él hace la siesta, entre toma y toma, y ella disfruta del sol -
enciende entre los desconocidos una extraña atracción. Inopinadamente la
azafata del museo, fascinada por el trabajo actoral del joven – visiona en un
televisor algunas de las cintas que interpreta; acoge a su moribunda partenaire
femenina que encuentra desfallecida en el ascensor -, se ofrecerá como epílogo
de la película porno que rueda su amado.
Nada
más simple y esquemático que este argumento, y nada más extraño su envoltorio
fílmico si tenemos en cuenta que la película, salvo una breve pregunta que la
protagonista femenina hace al masculino – ¿Vendías relojes? – carece por
completo de diálogos – los únicos sonidos son los de los televisores dando
cuenta de la magnitud de la sequía y los consejos para paliarla, y los gemidos
de los actores porno en plena faena- , y que no hay un solo movimiento de
cámara en todo el metraje del film sino que son los actores los que se mueven
en un escenario estático que se circunscribe a un par de habitaciones, los
pasillos del edificio, el ascensor o la calle circundante en unos mínimos exteriores.
Si a todo esto añadimos unos números musicales absolutamente kitchs, al estilo de los de Busby Berkeley, pero con bailarinas
girando alrededor de un gigantesco pene, tendremos una idea aproximada de lo
que es esta sorprendente película de Tsai
Ming-Liang, un nombre que habrá que retener por el tono descaradamente
subversivo de su cine, ajeno a cualquier tipo de sutileza.
Puede
que desde los tiempos de Luis Buñuel
no se hayan visto en el Séptimo Arte imágenes tan libres, imaginativas y
corrosivas como las que contiene El
sabor de la sandía. Tsai Ming-Liang
hace un ejercicio de imaginación visual – da la vuelta a la inocente coreografía
de los números musicales hasta convertirlos en piezas irreverentes -,
iconoclastia creativa - las sandías adquieren, en sus manos, un aspecto marcadamente
sexual, son la epítome del sexo femenino - y terrorismo conceptual, apto para
pocos estómagos, que deja al espectador noqueado.
El sabor de la sandía, que alguien
puede pensar que es una película diseñada para escándalo de una platea
biempensante, es un film de difícil clasificación genérica - ¿comedia musical o
porno romántico? - sobre la incomunicación - puro Antonioni a la enésima potencia: los protagonistas ni se hablan ni
se tocan - solapado con una historia de amor extremo e irracional, en la línea
de Oshima o Zulawski, que deja clavado en la butaca a quien lo sufre/goza.
Arte, en definitiva, para analizar y diseccionar; cine arriesgado que no deja
indiferente a nadie, creativo, provisto de un extraño humor mezcla de Kitano y Tati, con una carga de brutal erotismo que explosiona, sin traba de
ninguna clase, fotograma a fotograma, y llega a la máxima en la escala de Richter
en una secuencia final tan inenarrable como conmovedora que da sentido a
todo lo anteriormente visionado.
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