SOCIEDAD / LA VIOLENCIA EN LATINOAMÉRICA
LA VIOLENCIA EN LATINOAMÉRICA
Ando
estos días discutiendo con diversos colegas latinoamericanos, escritores, antropólogos y cineastas,
sobre las causas de ese cáncer que persiste y ya parece endogámico, y, por lo tanto,
consustancial, que se extiende por diversos pueblos latinoamericanos salvo excepciones,
que casi se pueden contar con los dedos de una mano, que es la violencia que
sacude la zona. Coincide ello con la lectura de un excelente libro de no
ficción del escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, La cola del dragón, recientemente editado, y con la publicación por
mi parte de un libro de relatos encabezado por una narración titulada Marero, ambos en la editorial valenciana
Ediciones del Contrabando.
Si
en el siglo pasado esa violencia era, fundamentalmente, política, fruto de una
lucha de clases y el aguijoneo sistemático de Estados Unidos que veía todo el
continente como su patio trasero y el campo de pruebas para arrinconar al
comunismo en la batalla global de la guerra fría, que allí era caliente (los
golpes de estado, las invasiones, las dictaduras militares, la tortura y el
asesinato sistemático del opositor), en la actualidad esa violencia es
sociológica, fundamentalmente, aunque siga dándose el asesinato político.
Si
exceptuamos a Chile y Costa Rica, y, por otros motivos, el de estado policial
sometido a férreo control, a Cuba, tenemos un mapa sanguinolento que se
extiende desde México, se desparrama por Honduras, Guatemala, Nicaragua,
eclosiona en Venezuela y Colombia, y se diluye ligeramente en Brasil y
Argentina, pero la mancha de sangre es inmensa y los muertos se cuentan a
decenas de miles, como en una guerra.
Con
amigos mexicanos, y españoles que han fijado su residencia allá, trato de
descubrir por qué el país azteca es tan violento y se ha convertido en un
estado fallido, y a veces creo que es fruto de su pasado histórico y esa violencia
ritual de los habitantes de Tenochtitlán. La ristra de sucesos sangrientos que
me llegan de México parecen teñidos de realismo mágico, pero son bien reales.
El grado de violencia que reina en las calles de muchas de sus ciudades y la
impunidad con que actúan los sicarios a sueldo de las bandas de
narcotraficantes, o las fuerzas policiales y militares corrompidas hasta el
tuétano y que hacen tanto daño como el que intentan evitar teóricamente,
horroriza a cualquier mente civilizada, pero ya se ha convertido en algo
cotidiano en el país norteamericano. La población de México está sufriendo
permanentemente un grado de violencia y corrupción tal que hace que la vida
allá discurra por el filo de una navaja sin que el estado sea capaz de proteger
el derecho más sagrado de sus ciudadanos, el de la vida. Las bolsas de
marginación insostenibles que anidan en un país en la que unos cuantos ricos,
muchos de ellos herederos de los virreyes de la conquista española, detentan
toda la riqueza posible y de forma obscena en auténticos territorios
virreinales, mientras millones de desheredados no tienen absolutamente nada y
la única vía de triunfo social, breve, se la ofrezca el narcotráfico y las
bandas criminales, hace que éstas se fortalezcan con un ejército de guerreros
despiadados capaces de las más sangrientas tropelías que cometen sin que les
tiemble el pulso. Amigos mexicanos me confirman que esta situación, si no se
corrige pronto, va a dar lugar a un enorme estallido social de consecuencias
imprevisibles, porque la población está harta de la inacción con las bandas de
delincuentes o la connivencia de sus gobernantes ellas, de que ninguna de las
instituciones fundamentales en un estado de derecho funcione.
Pero
la mancha de sangre se extiende por toda Centroamérica, por esa Guatemala y
Honduras sacudidas por las maras
cuyos miembros alardean del número de víctimas que han causado grabándoselos en
la piel; por esa Nicaragua desencantada en la que la ilusión por la revolución
sandinista desapareció por el enquistamiento en el poder de los corruptos; por
esa Venezuela en la que los delincuentes campan a sus anchas por sus calles
reduciendo a los ciudadanos honrados en casas fortificaciones rodeadas de
alambradas sin que los gobiernos chavistas sean sensibles al problema; al
Brasil de las favelas, o al gran Buenos Aires en donde los atracos se han
multiplicado, formando todo ello un mapa de desolación que se extiende por todo
el continente americano. Y poco importa que gobiernen derechas o izquierdas, si
unas y otras no atajan de raíz, con programa educacionales, esa violencia que
se genera en esos barrios pobres y olvidados, selváticos, en los que reina la
ley del más fuerte, de los que nacen esos sicarios despiadados que no se
detienen ante nada. Y de nada sirven las batidas espectáculo de algunas de sus
policías, las masacres puntuales, si se siguen manteniendo esos criaderos de
desigualdad social olvidados de donde salen todos esos ángeles de la muerte que
siembran el dolor y el caos.
El
reto que tiene Latinoamérica de erradicar de su tierra la violencia es
gigantesco y sólo se resolverá si los gobiernos son conscientes de que la única
arma para hacerla desaparecer es la educación de las nuevas generaciones en los
valores humanos y solidarios y la desaparición de esas bolsas vergonzosas de
pobreza que son un polvorín.
Booktrailer de Marero
Comentarios