CINE / BELLA BELLUCCI
Bella Bellucci
Monica Bellucci está entre nosotros para promocionar su última película En la Vía Láctea, el descacharrante
artificio barroco y surrealista que el director balcánico Emir Kusturica parece haber armado en su honor, un film que es una declaración
de amor del director de Underground a
la María Magdalena de La pasión de Cristo
de Mel Gibson.
La que pasa por ser una de las mujeres más bellas del mundo, con la
categoría de icono sexual, ha dado un giro a su vida al traspasar esa frontera
de los cincuenta años extraordinariamente bien llevados. Hace poco se separó de
Vicent Cassel, ese feo actor francés
que tiene pinta de seductor irresistible y con quien estuvo felizmente casada
una eternidad. La Belllucci, que lleva
su belleza hasta en el apellido, y hasta en el nombre si me apuran, lleva
cincuenta y dos años (los cumplirá en septiembre) brillando y es de esas
mujeres cuyo atractivo y sensualidad no mengua con el paso del tiempo sino que
se acrecienta.
Directa heredera de esas maggiorattas
carnales surgidas después de la Segunda Guerra Mundial que inundaron el cine
italiano, hembras fruto de una imaginación masculina hambrienta de carne y curvas
(las Sofía Loren, Silvana Mangano, Gina Lollobrigida, Silvana
Pampanini o Claudia Cardinale),
se diferencia de todas esas actrices que se curtieron en el neorrealismo y eran
hijas del pueblo (y se notaba hasta en los papeles que interpretaban) porque la
Bellucci sumaba a su belleza una
cabeza instruida y perfectamente amueblada, aires aristocráticos y porte de
modelo de pasarela que redondeaban ese físico que la chica Bond de Spectra (la primera con cincuenta años)
luce con orgullo.
La belleza a la actriz italiana ha mediatizado quizá una carrera
artística en donde no abundan papeles protagónicos ni interpretaciones
espectaculares. En Malena de Giuseppe Tornatore fue maltratada,
hasta el linchamiento, por mujeres celosas de su belleza que la arrastraron por
la plaza, mientras la golpeaban y le cortaban los cabellos por colaboracionista.
En Irreversible sufría una horrible
violación en un paso subterráneo rodada en tiempo real por el franco argentino Gaspar Noé. Era esgrimista en A los que aman, una película de época de
Isabel Coixet.
La senda americana se la abrió el director de la saga El Padrino. Aparecía en una fantasía
orgiástica, junto a otras dos ninfas desnudas, en el Drácula de Francis Ford
Coppola, pero esa etapa con sus apariciones en dos películas de la serie Matrix, thrillers irrelevantes como Bajo sospecha o Lágrimas de sol, comedias como Las
edades del amor con Robert de Niro
o superproducciones como Los hermanos
Grimm, es más bien irrelevante: su belleza mediterránea no encaja en el star system, su fuerza racial desentona.
Pero Hollywood la sigue llamando cuando la necesita y ella acepta la invitación
aunque se traten de pequeños papeles.
Nunca se ha negado a desnudar su perfecto cuerpo en la pantalla,
seguramente por eso, porque es perfecto, y en su última película con Emir Kusturica también lo hace, con el
orgullo de mostrar las curvas de una mujer de cincuenta años que es toda
armonía. Y no se considera, en estos tiempos confusos en los que reina una especie
de moralidad epidérmica y Facebook pixela pezones (y su baño en el río de En la Vía Láctea se ha autocensurado
para esa red social mojigata), mujer objeto a pesar de saberse objeto de deseo.
La sensualidad y la sexualidad, dice esta vestal italiana, no es cosa
de la edad sino de la energía vital de uno. Monica Bellucci tuvo la suerte, o la desgracia, porque quizá siendo
tan bella no se ha desarrollado como actriz, de nacer con esos atributos
femeninos que la hacen ser envidiada y deseada, modelo canónico en sus justas
proporciones. La actriz y modelo italiana es como esas estatuas de la época
clásica, las Afroditas griegas y las Venus romanas, que luego clonaron en el Renacimiento
y en el Neoclasicismo y allí adquirieron la máxima sensualidad y esplendor. Pero
su material es la carne, no el mármol. Arte mutante.
El cuerpo humano puede ser objeto e inspiración del arte, y allí están
los miles de cuadros, esculturas y fotografías de desnudos femeninos y
masculinos que forman el legado del pasado y nos sirven para estudiar la evolución
de los cánones de belleza a lo largo de las épocas históricas desde el
nacimiento de la humanidad hasta nuestros días. ¿Existe hombre más perfecto que
el David de Miguel Ángel que el artista esculpió hasta en sus más mínimos
detalles? ¿Pixelarán sus genitales los de Facebook?, me pregunto. Cuelguen la
foto de un pene erecto de Robert
Mappelthorpe y esperen a ver qué sucede.
A Monica Bellucci no le
preocupa el paso de los años porque es muy consciente que no todo se puede
supeditar a unas medidas canónicas que difícilmente podrá mantener porque el
cuerpo tiene sus reglas, se relaja la carne y se atempera esa insolencia grácil
que es patrimonio de la juventud.
Monica Bellucci va a seguir brillando hasta que se canse y se retire, hasta que
decida hurtar su cara y su cuerpo a las miradas de los que hoy la adoran. ¿A
los sesenta? ¿A los setenta? Helen
Mirrem fue una jovencita sexy en sus inicios en el cine británico y ahora
es una hermosa dama capaz de interpretar con solvencia a la Reina de
Inglaterra. La sensualidad de Vanessa
Redgrave en Isadora Duncan o en Camelot se ha tornado en elegancia y
serenidad en sus magistrales ultimas interpretaciones con las que llena la
pantalla. Bellas septuagenarias las dos británicas. No va ser Monica Bellucci de las que pasen una y
otra vez por el quirófano para enderezar las curvas que la naturaleza va
dejando caer, ni de las que supriman esas arrugas que se formarán alrededor de
sus bellísimos ojos color miel o su sensual boca a base de botox.
De momento sigue siendo una diosa, la mujer más bella del mundo, una
afirmación tan arriesgada como tópica porque seguro que en estos momentos
habrán nacido miles de criaturas anónimas con la belleza de la diva italiana
que no serán objeto de los focos.
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