SOCIEDAD / UN JARDÍN ESPINOSO
Voy a meterme en un jardín espinoso y lleno de ortigas y voy a
intentar salir indemne de él. Catalunya, un oasis que dejó de serlo y está
ahora en el ojo del huracán político. Mojarme sin ahogarme y hacerlo con la
cabeza fría para cruzar en apnea una piscina de punta a punta.
Una parte importantísima de la ciudadanía catalana siente desafección
por el estado español, sobre todo desde que gobierna el Partido Popular (pero
no sólo él, recordemos al Alfonso Guerra
chistoso de Me he cepillado el Estatut de
Catalunya como un carpintero) que, por cuestiones electoralistas, cargó contra
el texto aprobado por el Parlament de Catalunya. Morder a Catalunya como un
pitbull le da votos en España al partido heredero del franquista Fraga Iribarne aunque lo relega casi al
extraparlamentarismo en el Principat. Con ese desaire arranca este último
proceso de desafección profunda de buena parte de la ciudadanía catalana hacia
la política que viene de Madrid. El independentismo que era residual ha pasado
a tener mayoría parlamentaria y eso es en buena parte mérito de los separadores
que nunca han entendido el hecho catalán (una historia y una cultura que
durante siglos ha modelado su carácter, un idioma propio que ha suscitado
incomprensibles e irracionales recelos) y de los separatistas que distorsionan
el pasado e inventan una épica sencillamente delirante.
Durante los últimos años, especialmente los dos últimos, la torpeza
del gobierno de Mariano Rajoy con su
inmovilismo absoluto ha sido notable. La pasividad del gobierno del PP, que no ha movido pieza,
ante ese proceso por el que una buena parte de Catalunya desea independizarse
del resto de España y constituirse en República Catalana nos lleva hasta el
momento actual de un callejón sin salida
y enroque de las partes. Lo sensato hubiera sido la reforma constitucional,
demandada por una parte importante del Congreso, e introducir en esa Constitución
remodelada (la del 73 está obsoleta) el derecho a la autodeterminación tal cómo
se recoge en el Reino Unido y en Canadá, países a los que siempre hacen
referencia los independentistas catalanes. Desde el gobierno central no se ha
dado ningún paso en esa dirección, sino derivar un problema político a la vía
judicial y enrocarse en la legalidad vigente, y desde las instituciones
catalanas, dominadas por los grupos independentistas de siempre y los
sobrevenidos en extrañas circunstancias (CDC reconvertida en el PDCat actual)
tampoco se han dado pasos de acercamiento. Si la política es el arte del
diálogo y la negociación, en la cuestión catalana podemos dar un suspenso bajo sin
paliativos a todos sus actores.
Durante todos estos años en los que sólo se ha gobernado en Catalunya de
cara al procés, se han gastado
enormes cantidades de recursos públicos y tiempo en ello olvidándose de los
problemas urgentes que afectan a la ciudadanía: sanidad, empleo,
infraestructuras, educación, etc. El monotema cansino hasta la saciedad ha sido
la independencia y una buena parte de la ciudadanía catalana ha comprado el
discurso de sus dirigentes y ha acudido disciplinada y cívicamente a todas las
manifestaciones convocadas.
Los dirigentes políticos y las formaciones que abogan de forma alegre
por la secesión de Catalunya de España (y hay multitud de razones emocionales
para dar ese paso) han dado explicaciones vagas y básicas sobre lo que sucederá
en el caso hipotético, más bien imposible, de que ésta se produzca. Pasan alegremente
por alto los dirigentes de Catalunya que ningún país va a reconocer esa independencia
teórica pero no práctica; que Catalunya no podrá acceder a crédito
internacional alguno para financiarse; que será excluida automáticamente de la
Unión Europea, entre otras cosas.
Quizá hubiera sido apreciado por los ciudadanos reticentes a la
independencia, entre los que me cuento, explicar sin ambages que a esa
Catalunya independiente, a esa ensoñación de República Catalana inviable, le esperan
generaciones de pobreza hasta que pueda levantar la cabeza. Entidades bancarias y una serie de empresas
importantes ya han dicho que de producirse esa secesión recogerían velas y se
irían a otro puerto más seguro: Madrid. Ese panorama que todo catalán con dos dedos de
frente prevé a corto plazo resulta imposible que no lo vean los dirigentes de
esa marcha adelante hacia el abismo. Lo ven, claro, no están ciegos ni son
tontos.
Tengo la sospecha de que ese referéndum, por el que a las cuarenta y
ocho horas de escrutados los votos, en no se sabe bien qué urnas ni en qué
colegios electorales, se declarará la independencia sea cuál sea el índice de
participación (los que no se acerquen a las urnas es que no quieren la secesión,
pero serán ignorados) si gana el Sí aunque sea por un solo voto, no se va a
producir y los que más interesados están en que no se lleve a cabo son
precisamente los que nos han llevado hasta aquí, las formaciones
independentistas que lo han convocado para ese 1 de octubre, el día D. Sospecho,
asimismo, que el tripartito
independentista está clamando una
intervención de los poderes del Estado, la suspensión de la Autonomía con el
artículo 155, para salvar la cara ante los millones de catalanes a los que han
embarcado durante todos estos años en este proceso a ninguna parte.
El resultado de esta confrontación España/Catalunya, cuyo guión
recuerda a alguno de los disparates bufos de los Hermanos Marx, no va a ser
otro que el descrédito de las instituciones catalanas, la frustración de los
millones de catalanes que han comprado ese sueño y dar nuevos argumentos para
ese anticatalanismo rampante que azuza electoralmente partidos indignos como el
PP. Catalunya y los catalanes serán la diana de las chirigotas de Cádiz, de un
sinfín de chistes y de los carnavales. Nuestro prestigio como pueblo amb seny habrá caído hasta el abismo por
culpa de unos y otros. ¿Y la rauxa?
Un tertuliano, en uno de los muchos programas que en estos días aborda
la cuestión catalana, fue muy claro al señalar las vías posibles: o se pacta el
referéndum, cosa que no es posible ya a estas alturas de la película (por la
cerrazón del PP), o se utiliza la fuerza y la desobediencia cívica contra el
estado español. No me veo alzándome en armas, que por suerte no tenemos, cuando
ya hay dirigentes embarcados en ese barco del independentismo azotado por el
temporal que piensa en el patrimonio que van a perder como el estado central
sancione particularmente las conductas de los marineros rebeldes, y hablo de
uno al que el capitán del barco Catalunya acaba de arrojar por la borda por esa
razón.
Los independentistas piden el divorcio de España, porque somos un
matrimonio mal avenido, y España no quiere bajo ningún concepto la amputación
de la pierna Catalunya que le hará cojear de por vida. ¿Catalunya es esposa despechada y ninguneada,
como pretenden los independentistas, o forma parte del cuerpo España? Las
secesiones o son pactadas y aceptadas por las partes (Chequia y Eslovaquia) o
son a sangre y fuego (ex Yugoslavia). Si Catalunya lo consiguiera abriría una
nueva vía, pero para ello debería existir una mayoría muy amplia (60 versus 40)
a favor de la secesión, algo que ni de lejos se produce en Catalunya. Proclamar
la independencia, que nadie va a reconocer, por simple mayoría simple de un
voto a favor de la secesión en ese referéndum es un disparate en el que no
creen ni los que lo convocan.
Seamos serios y no hagamos el ridículo aunque ahora sólo hay espacio
para la ópera bufa y el drama queda muy lejos, por suerte. A ver en qué acaba
este vodevil. Final feliz no le veo.
Aribert Ferdinand Heim, conocido como el Carnicero de Mauthausen o el Doctor Muerte, fue uno de los mayores criminales de guerra nazis. Al igual que su colega el doctor Mengele, escapó de la justicia al finalizar la Segunda Guerra Mundial y durante las décadas siguientes protagonizó una interminable lucha para escapar de la acción de la justicia. Joachim Schoöck, un solitario policía de Stuttgart cuyo misterioso pasado se hunde en la tragedia alemana de la guerra, dedicará su vida a seguir el rastro de ese lobo solitario. Heim, destacado como oficial médico en los campos de exterminio, fue un hombre de una crueldad extrema, obsesionado por establecer los límites del dolor físico; un criminal que dejó falsas pistas por medio mundo, murió varias veces, y tuvo una infinidad de identidades ayudado por los miembros de Odessa. Algunas de sus víctimas continuarán presentes en su vida y la recordarán continuamente los años en que reinaba con total impunidad sobre la vida de las decenas de miles de personas encerradas en los campos de concentración.
El rastro del lobo no es propiamente ni una novela
histórica ni tampoco una novela negra en estado puro: es sobre todo una aguda
mirada sobre el tiempo que nos condiciona y nos limita, sobre nuestras
inseguridades y nuestros miedos, sobre nuestras más inconfesables ambiciones,
sobre la falta de escrúpulos, e incluso sobre el fracaso y la derrota, y es
también, al igual que sucedía en otra de sus más reconocidas novelas, El mal
absoluto, una aguda mirada a esa ideología asesina y despiadada que fue el
nazismo, algunas de cuyas ramificaciones todavía pueden encontrarse anidando en
diversas corrientes políticas contemporáneas, por mucho que traten de
esconderse bajo el paraguas de conceptos tan inconcretos y abstractos como la
nación, la religión o el pueblo. (Carlos
Manzano en NARRATIVAS)
Próxima presentación
SEMANA NEGRA DE GIJÓN
SÁBADO 15 DE JULIO 19:15 horas
ESPACIO A QUEMARROPA acompañado por Ángel de la Calle y Alejandro M. Gallo
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