SOCIEDAD / LICENCIA PARA MATAR
LICENCIA PARA MATAR
Mucho
se habla de los métodos expeditivos del sempiterno ocupante del Kremlin. El ex
agente de la KGB Vladimir Putin
lleva años que se arroga su licencia para matar disidentes, a veces con cantidades
desmesuradas de plutonio, sin que su crédito entre la población rusa haya
mermado (es un héroe) ni la comunidad internacional se lo haya recriminado más
allá de puntuales protestas. La lista de
crímenes que cometen abiertamente los estados, conculcando sus propias leyes,
daría para todo un libro, y hasta los que ostentan mayor pedigrí democrático los
cometen, y ahí podemos situar a Francia con el hundimiento mediante cargas explosivas
del Rainbow Warrior, buque insignia de Green Peace por su oposición a las
pruebas nucleares de Muroroa, o, más recientemente, su colaboración necesaria
en el asesinato del líder libio Muammar
El Gadafi con el que el gobernante de turno, Nicolás Sarkozy, tenía una deuda económica (Gadafi contribuyó espléndidamente a su campaña presidencial) que
evidentemente no satisfizo a su acreedor.
Algunos
estados esas operaciones encubiertas las hacen muy bien (no llegan al
conocimiento del público) y otros, sencillamente, se ufanan de ellas (Margaret Thatcher se arrogó el
asesinato de tres activistas del IRA en Gibraltar con la frase de “Yo disparé”,
y el asesinato político forma parte del ADN del Mossad israelí desde su
fundación). En España el gobierno socialista del PSOE dio luz verde a la creación
de un grupo terrorista, los GAL, que se cobró un número considerable de víctimas
en el entorno del grupo terrorista ETA: al terrorismo había que combatirlo con
sus propios medios, era su divisa.
No menos
expeditivo, y delictivo, es el comportamiento de Estados Unidos a lo largo de
su historia. La involucración, directa o solapada, de sus servicios secretos en
actos terroristas llevados a cabo fuera de sus fronteras contra sus enemigos o
su implicación en golpes de estado o en adiestrar a grupos paramilitares no dejan lugar a dudas. Hay que reconocer que
casi son preferibles algunas de esos asesinatos selectivos (la moral ha cambiado
en los últimos años y ahora se reconoce abiertamente que se asesina sin ningún
desdoro) a guerras, invasiones o destrucciones sistemáticas de países a los que
nos tiene acostumbrados la primera potencia.
Contra
lo que pueda parecer, el actual y controvertido ocupante de la Casa Blanca mata
poco si lo comparamos con su predecesor republicano George W. Bush que tiene sobre su conciencia, en el caso dudoso de que
la tenga, la responsabilidad de unos cuatrocientos mil muertos, incluidos cuatro mil norteamericanos,
sacrificados por una serie de burdas mentiras y engaños, o con el demócrata Barack Obama (muy aficionado al asesinato
a distancia mediante drones), pero su primer asesinato reivindicado, el del
general de la Guardia Republicana Iraní Soleimani,
ha estado a punto de desencadenar un conflicto bélico de proporciones considerables
y ya ha se ha cobrado 176 víctimas colaterales con el derribo, por error, del avión
ucraniano por parte del sistema defensivo iraní.
Contrasta
la impunidad delictiva con que actúan los gobiernos, que acostumbran a no
recibir ningún tipo de condena judicial
propia ni ajena (en España fue condenado un ministro y un secretario de interior,
que fueron indultados a los dos meses, y al tribunal de La Haya van los que ya
no ostentan poder como Slobodan Milosevic,
Radovan Karadzic o Ratko Mladic) frente a los ciudadanos
de a pie que, si cometieran esos delitos atroces que perpetran sus dirigentes,
recibirían muy duras condenas. El problema es que este tipo de actuación, que
debería repugnar a la conciencia ciudadana, se acepta ya como algo normalizado
e inevitable con el mantra de todo el
mundo lo hace. Y así va el mundo, sin patrones morales de ningún tipo ni
más divisa que la ley del más fuerte.
Una novela de amor a la ciudad de Nueva York: sus mitos, sus
películas, sus escritores, sus crímenes, sus museos, sus historias secretas a lo
largo de una semana de crudo invierno. Viaje, literatura y vida.
LA MANZANA HELADA.
CARLOS ZANÓN (Barcelona,1966) Licenciado en Derecho, poeta, novelista, guionista, articulista y crítico literario. Su dedicación a la novela negra ha hecho que se haya emparentado su obra con la de autores como Vázquez Montalbán o Jim Thompson. En 2017 fue nombrado comisario de BCNegra, tomando el relevo de Paco Camarasa que lideró este proyecto en las 12 ediciones anteriores. En el ámbito narrativo es autor de las novelas "Nadie ama a un hombre bueno", "Tarde, mal y nunca", "No llames a casa", "Yo fui Johnny Thunders", "Libro de relatos Marley estaba muerto", "Taxi", y su última novela "Problemas de identidad". Su narrativa ha sido traducida y publicada en Estados Unidos, Alemania, Francia, Holanda, Grecia e Italia. Colabora como articulista, crítico musical o literario con periódicos, revistas y suplementos culturales como La Vanguardia, Babelia, El Punt-Avui, El País, El Periódico, Time Out Barcelona, Rock de Lux y Ruta 66 entre otras.
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