CINE / JOJO RABBIT, DE TAIKA WAITITI
JOJO RABBIT
Taika Waititi
Podríamos
decir que este film, seleccionado para el Oscar a la mejor película y otras 6 nominaciones,
tenía todos los ingredientes para ser una película insufrible y ñoña y nos
equivocaríamos de plano porque la originalidad del planteamiento de su director,
su imaginación desbordante y un sentido del humor que no desaparece ni en los momentos
más dramáticos hacen de él una muy singular muestra de cine que rompe con los
esquemas del película de niños, y con niños, que tanta grima (como el de con
perros y con Charles Laughton) le
daba al mago del suspense Alfred Hitchcock.
Hacer una
película infantil, o familiar, que gira sobre un niño de diez años de las juventudes hitlerianas llamado Jojo
Betzler (Roman Griffin Davis), alias
Rabbit (porque se apiada de un pobre conejo al que no quiere retorcer el pescuezo
como manda el manual de instrucción de dicho cuerpo), que asiste a entrenamientos
bajo la batuta del excéntrico capitán Klenzen (Sam Rockwell) sencillamente porque le gusta vestir un uniforme, jugar a la guerra y formar parte de
una camada en la que se siente protegido, resulta a priori chocante y
extravagante sobre todo si se hace en tono de comedia desenfadada hablando de
cosas tan serías y dramáticas como el nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Los
principios nacionalsocialistas de ese pequeño nazi convencido, educado en el
odio y el desprecio a los judíos y cuyo amigo imaginario es un histriónico, y
muy divertido, Adolf Hitler (que interpreta el propio realizador Taika Waititi), tiene una madre Rosie
Betzler (Scarlett Johansson) que milita
en la resistencia antifascista, a espaldas suyas, y un padre que se ha perdido
en el frente de Italia (seguramente ha desertado) se tambalean cuando descubre
escondida en su casa a una Ana Frank, la judía Elsa Korr (Thomasin McKenzie), y comprueba que no es tan diferente a él y que
incluso se puede enamorar de ella platónicamente.
Narrada
con un tono de fábula infantil, desde la mirada del propio Jojo Rabbit, el film
del neozelandés Taika Waititi (Wellington, 1975) se une a ese grupo de comedias que
han combatido al nazismo ridiculizándolo, y ahí están Charles Chaplin (El gran dictador, Ernst Lubitsch (Ser o no ser),
Mel Brooks (Los productores) o Roberto
Begnini (La vida es bella). El
director neozelandés aborda esta comedia de tintes surreales con una endemoniada
gracia, un ritmo que no desfallece, una batería de gags eficaces, unas imágenes
tan bellas como depuradas deliberadamente kitsch (no hay que olvidar el punto
de vista infantil de la narración cinematográfica) y sacando partido a un actor
infantil, Roman Griffin Davis, que por
esta interpretación merecería el Oscar.
El film de Taika Waititi reúne momentos delirantes como las continuas discusiones de Jojo con su amigo
imaginario Adolf Hitler, el registro de la Gestapo al mando del ridículo
capitán Deert (Stephen Merchant) a la vivienda de Jojo
Betzler buscando a Elsa Korr que acaba con un sinfín de salutaciones de “Heil
Hitler”, o la relación del protagonista con su amigo el gordito niño con gafas de
las Juventudes Hitlerianas Yorki (Archie
Yates) que arrastra un enorme fusil más grande que él para resistir a los
rusos y a los americanos que cercan la población y acaba dejándolo horrorizado
cuando empiezan a sonar los estampidos.
Jojo Rabbit, con su envoltura de cuento de hadas y
realidad distorsionada que contrasta con la sangrante realidad del conflicto bélico,
es una didáctica lección contra la intolerancia que debería proyectarse en las
escuelas como material educativo. Con unos planteamientos estéticos cercanos al
cine de Jean Pierre Jeunet de Amelie, del Wess Anderson de Gran Hotel
Budapest o del Wolker Schloendorff
de El tambor de hojalata, el director
maorí construye un film delicioso, con algunos momentos terribles y emotivos (los
ahorcados en la plaza; la batalla cruenta del final rodada con gran realismo) y
sale airoso de su propio desafío gracias a un despliegue imaginativo de primer
orden y un tan acertado como original punto de vista.
Detrás
de la fábula está la realidad. El nazismo lavó el cerebro de millones de niños y
jóvenes precisamente con esa educación basada en la falta de empatía de sus
miembros (se empezaba pidiendo que mataran a sus mascotas como demostración de
fidelidad absoluta, como se les pide a los miembros de algunas maras que
asesinen a quien más quieren) y esos mismos niños fueron utilizados de forma
despiadada en la defensa del Tercer Reich cuando esa ensoñación monstruosa se
abrasaba en el infierno que había creado. La fábula es graciosa, la realidad fue
terrible.
Una Nueva York de novela. Un viaje metalierario a la Gran Manzana a través
de sus avenidas, museos, rascacelos, crímenes, películas y escritores. Un viaje
interior a la ciudad de ciudades que las contiene todas.
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