SOCIEDAD / NUNCA MÁS
Nunca más
Lo
siento, pero Nunca más suena a un deseo retórico. La historia de la humanidad
está jalonada de barbaridades, se ha escrito con sangre, aunque la barbarie
nazi supere todo lo imaginable por la cuantía de sus víctimas y la
sistematización de los asesinatos masivos. Escribo esto cuando se cumplen los
75 años de la entrada del ejército rojo en el campo de exterminio de Auschwitz,
Polonia, y las imágenes del mayor genocidio de la historia de la humanidad
empezaron a dar la vuelta al mundo.
Si los
turcos habían aniquilado al pueblo armenio durante la Primera Guerra Mundial
sin que la comunidad se lo hubiera reprochado, Hitler se veía legitimado a hacer lo mismo con los judíos de
Europa. Desechada la migración forzosa a Madagascar, que era compleja desde el
punto de vista logístico y onerosa en lo económico, se perfiló la solución final de la que
fueron arquitectos Heinrich Himmler,
Reinhard Heydrich y Adolf Eichmann. El primero se suicidó
tras ser apresado, el segundo murió en un atentado perpetrado por resistentes
polacos lanzados en paracaídas desde Inglaterra en las calles de Varsovia y el
tercero fue ahorcado en Israel tras ser secuestrado en Argentina.
La solución
final que se aplicó a los judíos supuso la eliminación sistemática de seis millones
de seres de esa raza a los que hay que añadir más de un millón de gitanos, miles
de homosexuales, izquierdistas, testigos de Jehová y eslavos. En los campos de
exterminio, una vez fueron sustituidos
los traumáticos, para los verdugos, fusilamientos que implicaban gasto de
munición, la desagradable sangre y el
estresante ruido de las descargas por el cómodo y eficaz gas Zyklon fabricado
por la industria Bayer (sí, la de las aspirinas, como Hugo Boss diseñaba los uniformes de las SS) la muerte se convirtió
en una industria eficaz y lucrativa gracias a la tecnología alemana: nada de
los “procesados”, eufemismo para designar a los asesinados, se desaprovechaba:
ropa, maletas, cabello, dientes de oro, piel para pantallas, grasa (la poca que
tenían) para fabricar jabón… Y así uno de los pueblos más ilustrados de Europa,
el que había alumbrado a pensadores como Kant,
escritores como Goethe y músicos
como Beethoven se convirtió en
psicópata tras elegir a un tipo mesiánico para dirigirlos hacia la victoria a
costa de convertir Europa en un inmenso cementerio.
Los
nazis hacían redadas de judíos, gitanos, homosexuales, comunistas, resistentes
ante la indiferencia de sus vecinos que, muchas veces, cuando se convertían en
delatores, recibían como recompensa los bienes de los delatados. Los polacos
contemplaban sin pestañear esas enormes columnas de humo con hedor a carne
quemada que brotaban de las entrañas de ese matadero industrial llamado Auschwitz.
Las fuerzas aliadas sabían de la existencia de los campos de exterminio y
tampoco se dieron prisa en liberarlos sino cuando los encontraron en su camino.
Hitler no ocultaba su carnicería. Höss, el jefe del campo de Auschwitz,
se congratulaba como buen burócrata de la eficacia mortífera de esa fábrica de
la que era director: una punta de 24.000 cuerpos al día convertidos en humo, muchos
de ellos sin necesidad de pasarlos por la cámara de gas porque morían por
desnutrición, enfermedades y agotamiento.
El
Holocausto no es un fenómeno aislado. Los aztecas masacraban a sus vecinos en
sus guerras floridas y miles de sus prisioneros pasaban por sus pirámides convertidas
en mataderos para ser ofrecidos a los dioses y ser devorados luego por los sacerdotes. Josef Stalin mató con hambrunas planificadas y deportaciones
forzosas a millones de compatriotas. Pol
Pot, abanderando un comunismo que hiciera tabla rasa con toda civilización
anterior, masacró a la población de Camboya a la que llevó al año 0 diezmándola
hasta la mitad con hambre y asesinatos masivos. El odio hacia el diferente
estuvo en las matanzas de Ruanda que se perpetraron ante la criminal pasividad
de la comunidad internacional. La ex Yugoslavia sufrió un baño de sangre en su
guerra de odio alentada por sus dirigentes políticos y serbios, croatas y
bosnios se pasaron a cuchillo en esa orgía de violencia que se orquestó en el
centro de Europa.
Por eso
ese Nunca más que se pronuncia cuando
llega este día, y se subraya porque se cumplen 75 del descubrimiento del horror
de Auschwitz, me parece una frase hueca y retórica mientras millones de
ciudadanos europeos, millones también en España, votan a partidos que llevan en
su ADN el odio al diferente e incuban en sus entrañas el huevo de la serpiente
tal cómo hicieron los millones de alemanes que encumbraron a Adolf Hitler y
pusieron en sus manos su destino y el del mundo.
La gran aventura del hombre enfrentado a la naturaleza en los albores de la humanidad. Un viaje iniciático y cómo la curiosidad es el motor de la evolución. LA DIOSA DE HIELO.
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