LITERATURA / ONCE DÍAS DE OCTUBRE, DE JOSÉ A. BONILLA
ONCE DÍAS DE OCTUBRE
José A. Bonilla
Aquella mañana la guerra regreso al valle. Con este laconismo se refiere
José A. Bonilla (Sabadell, 1969) a una gesta poco reivindicada protagonizada
por un puñado de idealistas que llevaron a cabo una invasión atípica. No hay
excesiva literatura sobre ese hecho histórico destinado desde un principio al
fracaso llamada Operación Reconquista por la que un grupo de milicianos
vinculados al PCE e integrados en la UNE (Unión Nacional Española), intentaron
combatir a la dictadura franquista tomando parte del aislado Valle de Arán.
Seguramente el lector recuerde Inés y la
alegría de Almudena Grandes. José Antonio Bonilla, desde un punto de
vista muy novedoso que tiene mucho que ver con la literatura fantástica y de
horror del que es adicto confeso (La
inconquistable, Pétalos de acero, Juguetes rotos, Sombras de metal, Tiempo de
caza, Ciudad espejo y El aliento de
Brahma) sitúa su novela en esos
once días convulsos de octubre en la que la paz de esas montañas de belleza
wagneriana se vio alterada con el enfrentamiento entre maquis por un lado, y guardia
civiles y ejército, por otro.
Describe
la aparición de los maquis José A. Bonilla
como si de fantasmas venidos de otra dimensión: Lo que surgió de la niebla era una persona, un hombre, un soldado. Y a
él, moviéndose con el sigilo de los que lo han hecho en incontables ocasiones,
sin apenas levantar un rumor con la suela de sus botas, le siguieron otros,
regurgitados por la neblina como si su fluctuante lecho fuera una misteriosa
puerta por la que acabaran de viajar procedentes de otro lugar, de otro tiempo.
No
faltan elementos amorosos en la narración. ¿Es
eso amor? Debe de serlo, pues no he sentido antes nada parecido. Qué cruel
destino. Empezar a amar, a saberse amada y deseada en tiempos inciertos, en
tiempos de guerra. Como tampoco pinceladas de erotismo: Su prima le coge de la mano y le arrastra
hacia la cama. Él cae sobre su frágil y desnudo cuerpo y se siente cada vez más
excitado cuando los pequeños senos de Aurora se aplastan contra su pecho. Ella
no deja de besarle en los labios, en la cara, en los ojos, en el cuello…Y el
calor que transmite es tan agradable. O de violencia gore: La sangre brota como en un manantial que el
guardia civil intenta no tragar, escupiéndola en una nube enfermiza, pero de
poco le sirve, porque el siguiente golpe es aún más fiero y violento.
José A. Bonilla va introduciendo inquietantes elementos
provenientes de la naturaleza, para decantar su relato hacia el terror. —…pero uno de los lobos grises que le
acompañaban volvió su cabeza y le mostró sus afilados colmillos encajando las
fauces, la saliva resbalando en un fino y brillante hilo. La lengua sonrosada
que albergaban aquellas poderosas mandíbulas saboreó su futura cena. —con miedos ancestrales y guiños a lo telúrico— El lobo
acabó con él hace días, con aquella mordedura que le desgarró la carne y los
tendones hasta casi el hueso, pero él aún no lo sabe. Ni lo sospecha. La
infección alrededor de la herida está creciendo, y la gangrena está matando los
tejidos, y le está matando a él, de una forma lenta y dolorosa.
El
escritor domina perfectamente la técnica y el tiempo narrativo y, sobre todo,
pergeña personajes creíbles que el lector ve y escucha gracias a su habilidad
descriptiva— Los cabellos del muchacho, siempre revoltosos, se han convertido
en masas parduscas pegadas a su frente; su rostro habitualmente rasurado, está
cubierto por una barba de casi un dedo con aspecto de mugrienta; los hombros
caídos, la mirada perdida en el suelo, su imagen es la de un hombre exhausto y
derrotado, la imagen del desespero sin esperanza. — y el
buen oído para los diálogos.
La
originalidad de este relato, que el lector devora por su amenidad, reside en el
maridaje de géneros (José A. Bonilla
pasa de la novela costumbrista a la novela de amor, de esta a la gesta bélica y
a la novela negra, y acaba por introducir en esta última el virus de la novela
de terror en la que se siente tan cómodo) para desarrollar tres historias
paralelas que tienen como fondo ese paisaje tan bello como misterioso e
inquietante del Valle de Arán que otorga una pátina de dureza a lo que acontece— Nevaba. Y si
no nevaba, llovía. Cuando paraba de llover, volvía a nevar. El río Garona
bajaba muy crecido a consecuencia de las lluvias descargadas en la montaña. El
avance era una penosa tragedia, una odisea sin parangón—. Por una parte están los
invasores, esos guerrilleros ilusionados con revertir la situación política de
España, algunos, como el General César, el antiguo alcalde de Bossòst Juan
Blázquez Arroyo; un par de guardias civiles, Guillem y el sargento Tomás
Gandía, que quedan aislados en una cueva próxima a Canejan —Guillem se cuelga
el macuto al hombro y empuja al sargento, obligándole a caminar hacia lo
desconocido, sumergiéndome en un océano negro e ignoto que les envuelve y les
devora, sacándoles de su propia realidad y hundiéndoles en una que jamás
hubieran deseado conocer. —; y la gente de los pueblos de
ese Baish Aran que contempla estupefacta esa vuelta a un pasado bélico del que
acaban de salir —Ver a los guerrilleros con sus fusiles o con sus ametralladoras donde
antes veías a la gente del pueblo no inspira calma, ni tranquilidad. — y que Aurora relata en un diario mientras su novio Biel duda en enrolarse
en las milicias republicanas y su primo, el guardia civil Guillem, permanece
emboscado en esa cueva con su superior, el villano de la función. Tres planos
narrativos que se entrecruzan a lo largo de las algo menos de 200 páginas de
esta novela que es un homenaje a una gesta de locos y a un territorio de
frontera con una rica y curiosa historia detrás.
Como
muy acertadamente se dice en la portada de la novela En 1944 la guerra regresó a la Val d’Aran. Para dos guardias civiles
ese será el menor de los problemas.
Un libro de relatos que es un homenaje a África y a la negritud.
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