LITERATURA / GINÉS VERA ME PREGUNTA Y YO CONTESTO: LA COLINA DEL TELÉGRAFO


¿Por qué escribir una novela negra situándola en San Francisco a finales de los 80?

Quería ser fiel a mí mismo. Fue en esa época, ya lejana, cuando viajé a la ciudad, así es que esa era la visión que yo tenía de San Francisco en el año en que se ambienta la novela. Por otra parte, esa época me daba mucho juego para introducir una serie de temas subyacentes: la epidemia del SIDA, que entonces era muy virulenta, y especialmente en el barrio en el que se ubica la novela, el Castro, que era, además, el barrio de los gays y lo sigue siendo; una situación muy complicada a nivel social derivada de que el anterior inquilino de la Casa Blanca, el ultraliberal Ronald Reagan, había abierto las puertas de los establecimientos psiquiátricos, con lo que el número de vagabundos de la ciudad, particularmente alto, creció de forma exponencial; y, por último, los coletazos de esa guerra absurda y tan cruenta que fue la de Vietnam, que, aunque hacía muchos años que había terminado, estaba muy viva en el imaginario colectivo estadounidense.



Sin duda alguna, hay un marcado componente de crítica social hacia la guerra, asoma el conflicto del Golfo Pérsico, aunque sobre todo señala a los efectos de la guerra de Vietnam. Dado que has visitado los EUA en varias ocasiones, háblanos de qué queda de aquel conflicto entre la ciudadanía civil y los veteranos.

Han pasado muchos años, como te digo, de la finalización de la guerra de Vietnam, pero las heridas siguen abiertas. El relativo prestigio que se había ganado Estados Unidos al entrar en la Segunda Guerra Mundial y derrotar a la Alemania hitleriana, salta por los aires en cuanto se mete en ese avispero de Extremo Oriente. La sociedad norteamericana, más en aquella época en la que la novela está ambientada, tenía frescas las cicatrices de esa guerra impopular que perdieron muy a flor de piel. Los veteranos de la guerra regresaron con la cabeza baja, como suele suceder con los derrotados, y muchos sufrieron el llamado shock postraumático motivado por las barbaridades que se cometieron en el conflicto bélico. El índice de suicidios y de asesinatos creció de forma considerable en un país muy dividido cuya sociedad civil había luchado en las calles para que finalizara esa guerra y los soldados regresaran a casa. Aún hoy en día, cuando viajo a los Estados Unidos, encuentro bastantes vagabundos, envueltos en sus banderas, que han estado en ese conflicto, muchos de ellos en sillas de ruedas a consecuencia de las heridas recibidas en el frente. Entre los veteranos de esa guerra es fácil encontrarte con los que se avergüenzan de haber participado en ella o los que se sienten orgullosos de sus hazañas, que son los menos, y alardean de sus condecoraciones. En esa guerra la sociedad norteamericana perdió la inocencia. Luego vinieron muchas otras, dado el carácter intervencionista de esa potencia que es imperialista. La primera guerra de Irak, la operación Tormenta del Desierto a la que se hace referencia en La colina del Telégrafo.



No me ha pasado desapercibido que el protagonista de La colina del telégrafo sea un agente de policía afroamericano homosexual. Querría preguntarte por los estereotipos en la literatura, en especial en el género negro clásico y en el actual.

Quería que el protagonista tuviera esas características raciales y sexuales que apuntas para romper los estereotipos que abundan en el género, con policías con características muy masculinas, fornidos y violentos. Quería que llamara la atención del lector ese personaje que se va a ligar a saunas y tiene una pareja más o menos estable con la que tiene discusiones como sucede con cualquier pareja heterosexual. Situándolo en el contexto de San Francisco y en el Castro, que es el barrio gay de la ciudad, no es tan chocante. Lo de que fuera negro era romper una lanza por la integración racial en ese país que vemos un día sí y otro también que no funciona. Mad Walker es desenfadado, a veces encantador, sofisticado, odia los métodos violentos, se equivoca muchas veces en sus intuiciones, acepta sus fracasos y es, en definitiva, muy humano, muy lejos de los superhéroes a los que nos tienen acostumbrados las novelas policiales o las películas. Pero tampoco es un angelito. Tiene su pasado oscuro, precisamente en la guerra de Vietnam en la que combatió.



Creo que el fenómeno de los serial killers está más arraigado en países como los EUA. En España no son tan habituales, afortunadamente. ¿A qué crees que es debido su proliferación y en qué medida pueden tener su origen en la educación y/o la crisis de valores humanos de la sociedad?

Como bien dices ese tipo de delincuencia tan aterradora no existe en España o es muy residual. Para encontrar un verdadero asesino en serie, como los que proliferan en la sociedad norteamericana, habría que retroceder a mediados del siglo pasado, al Arriopero, que tenía graves problemas psiquiátricos. Tampoco se dan en Francia, ni en Italia, ni en Alemania, pero sí en Estados Unidos, y eso que en muchos estados aún persiste la pena de muerte. Esos psicópatas que asesinan por el placer de matar, que sienten una especial excitación al hacerlo y de la forma más truculenta posible, son producto de una serie de traumas, muchos de ellos en la infancia, o de otros adquiridos, por ejemplo en la guerra de Vietnam o en guerras posteriores a las que han ido a luchar y a matar. La capacidad letal del ejército norteamericano no es nada desdeñable. Quien mata en una guerra fácilmente puede seguir haciéndolo cuando se reintegra a la sociedad civil porque durante el conflicto armado ha liberado el instinto homicida que forma parte de nuestro ADN. En Estados Unidos, además, es fácil ser asesino en serie por la facilidad de acceso a las armas de guerra que ya vemos las masacres que generan en los colegios, institutos o universidades. La violencia está muy instaurada en la sociedad norteamericana y casi te diría que es un valor. Lo vemos hasta en la comedias norteamericanas en las que casi siempre a alguien se le escapa un puñetazo. No hace muchos meses murió en prisión Samuel Little, que se vanagloriaba de haber asesinado con sus manos a noventa mujeres, casi todas prostitutas, pero el récord lo tiene Richard Kuklinski, un sicario de la mafia que se vanaglorió de haber liquidado a más de cien personas. Uno se pregunta sobre la efectividad de la policía norteamericana incapaz de poner freno a la carrera criminal de estos dos monstruos, por ejemplo.



Nuevamente, hay un buen puñado de referencias cinematográficas en esta novela. Casi un sello de la casa, a ninguno de tus lectores fieles nos sorprende ya. Hoy sí quiero preguntarte por la relación entre la industria cinematográfica y el sida. Lo leemos en un pasaje, al hablar de un actor norteamericano mítico. Que nos dieras tu opinión al respecto contextualizando la trama de La colina del telégrafo.

Con el tema del SIDA, que sobrevuela en La colina del Telégrafo, la sociedad fue muy hipócrita en general. Recuerdo, al principio, que era fácil escuchar en ambientes conservadores que los homosexuales se tenían bien merecido esa especie de castigo divino que los diezmaba por su conducta inmoral y prácticas contra natura. Este discurso duró hasta que el SIDA también empezó a hacer estragos entre los heterosexuales y personalidades como Rock Hudson, el eterno galán que iba de macho alfa, o Freddy Mercury lo contrajeron y fallecieron. Conviene recordar esa epidemia letal y el comportamiento ambiguo de la sociedad que fue muy diferente frente al Covid. Hay quien todavía cree que el SIDA fue una plaga divina para limpiar de pecadores la faz de la tierra. Al enfermo de SIDA se le estigmatizó a conciencia, haciéndolo sentir culpable de su propia enfermedad. De hecho, conocidas personalidades que murieron de esa enfermedad en nuestro país ocultaron la causa de su muerte.



El crimen evoluciona, también la ciencia aplicada a la investigación policial. Lo digo porque leemos en esta novela acerca de un programa llamado Berta. Evoqué a otra Berta, la gran Berta de la I Guerra Mundial, en las antípodas una de otra. No lejos de SF, ARPANET se conectó a los ordenadores de cuatro universidades de la Costa Oeste: el embrión del actual internet… Lo que hubiera facilitado nuestro internet al detective Walker su investigación. ¿No te parece?

Sí, por supuesto. Podíamos decir que es una novela policial histórica, porque está ambientada en un pretérito lejano en donde no existía Internet, Google, CSI, ni los teléfonos móviles, y se fumaba en todas partes. Quise ser fiel a esa época, que fue, como ya dije con anterioridad, en la que viajé a San Francisco, una de las ciudades de Estados Unidos más europeas y abiertas, junto a Nueva York. Tampoco estaban muy desarrolladas las pruebas de ADN, no eran fiables al cien por cien, y los métodos de investigación eran rudimentarios si los comparamos con los actuales. Me gusta que la pareja de policías que llevan a cabo las pesquisas para detener al culpable de los asesinatos se equivoquen una y otra vez, que suele suceder con frecuencia, hasta que reciben un soplo que les abre los ojos, cosa que sucede hasta en nuestros días. Ahora mucha información viene por Internet, pero también por el boca oreja y esta suele ser la más efectiva.



Uno de los personajes de La colina del telégrafo echa pestes de su ciudad. La tilda de “asquerosa, putrefacta”. Es más, añade que es “la ciudad más europea del país. La ciudad está infectada de maricas y de sida”. No sé si el concepto que tenían entonces de Europa en los EUA ha cambiado. Me consta que hay quien piensa que Frisco es la una de las ciudades más bellas del mundo.

Frisco, como dices, es una de las ciudades más bellas del mundo. Esa opinión, que pongo en boca de un personaje secundario, todavía persiste en buena parte del país, en esa América profunda, ultrarreligiosa y ultraconservadora, mayoritariamente blanca, que desprecia a los recién llegados latinos que ponen en peligro su identidad wasp (white anglo-saxon protestant) de la que se sienten tan orgullosos. Es ese segmento social que en el siglo pasado linchaba negros que ahora asesinan policías de gatillo fácil que actúan con una total impunidad salvo puntuales excepciones. El caso Floyd acabó con la condena de sus asesinos por las protestas sociales que generó a raíz de la difusión del video, pero más tarde asesinaron en Ohio a Jayland Walker por una infracción de tráfico con sesenta disparos, que ya son, y no pasó nada. La sociedad norteamericana es mucho más compleja que la europea porque todavía no se ha labrado una verdadera identidad por su misma composición tan heterogénea a nivel cultural y racial. Para una parte de los estadounidenses, Europa es una entelequia incomprensible, nuestra laicidad choca frontalmente con sus constantes invocaciones a Dios por parte de esos sectores conservadores herederos directos de los pioneros que conquistaron el país a sangre y fuego. Pero hay una infinidad de naciones dentro de Estados Unidos. Uno viaja a Nueva Orleans y cree estar en una ciudad del Tercer Mundo, y lo mismo ocurre con determinadas zonas de Nueva York.



El sádico asesino que coprotagoniza, si me lo permites, esta novela tiene en vilo a la comunidad vietnamita de SF. Más allá del tema de la guerra del Vietnam, de los efectos colaterales de quienes regresaron a casa, me gustaría preguntarte por esa frase tan manida de que la historia la escriben los vencedores. En el caso concreto de esa contienda ¿quién la escribió realmente? ¿Cómo nos la han contado los perdedores y qué hubiera pasado si la balanza se hubiera inclinado al bando opuesto?

Buena pregunta. Estados Unidos no estaba para perder ninguna guerra. Después las ha perdido todas, aunque haya machacado territorios con sus alfombras de bombas. Irak fue un desastre en donde alimentaron el nacimiento del Estado Islámico después de destruir el país de arriba a abajo; de Afganistán han salido con el rabo entre piernas. Admitir aquella derrota, la de Vietnam, fue durísimo para el país en general. Los veteranos de la guerra regresaban casi clandestinamente, como apestados, precisamente por no haber ganado el conflicto. Ese sentimiento de culpa y la vergüenza que arrostraban también fue la causa de muchos traumas entre los excombatientes. Pero una de las grandes virtudes de la sociedad norteamericana es su espíritu autocrítico y eso se ha notado sobre todo en el cine. La derrota norteamericana en Vietnam ha dado buenísimas películas de guerra, obras maestras como Apocalipse now, La chaqueta metálica, Platoon, Nacido el 4 de julio o El cazador, claramente antibelicistas, centrándose en los efectos devastadores que tuvo con los que fueron a luchar en ese infierno. También hay que destacar el fortísimo movimiento contestatario de la juventud norteamericana, que coincidió con el Mayo de 68 en Europa y la eclosión del movimiento hippie, una protesta global que, unida a las cuantiosas víctimas mortales norteamericanas, sesenta mil, aceleró la retirada.


Es importante asumir el pasado”, dice uno de los personajes. Gracias a asumirlo dice no tener pesadillas y poder dormir tranquilo, aunque también leamos un crudo relato sobre ese “pasado” en Vietnam. En el caso del detective Walker, no es así. Una experiencia traumática le persigue. ¿Qué podemos contarle a los lectores al respecto sin desvelar en exceso?

Dos formas de enfrentarse a la pesadilla, la del psicópata fanático y patriota que obtiene un oscuro placer matando por su país, y la del que aquello le horrorizó y traumatizó. Mad Walker, el detective protagonista de La colina del Telégrafo, estuvo en Vietnam y protagonizó, o fue testigo, de determinadas acciones de las que no se sienta nada orgulloso. Tiene pesadillas recurrentes, duerme mal, los asesinatos de las muchachas vietnamitas le hacen revivir de nuevo ese horror con el que debe vivir. Hay otros personajes, en cambio, que se enorgullecen de lo que hicieron, de los crímenes de guerra que cometieron por el bien de Estados Unidos. Patriotas sin entrañas, que los hay. Toda guerra en sí, salvo si es para defenderte de una agresión, es criminal, y lo estamos viendo ahora con la invasión de Ucrania y esos soldados rusos que asesinan a civiles impunemente porque la guerra les da carta blanca para hacerlo, desata los peores impulsos.



Más que preguntarte por los personajes femeninos de la trama en La colina del telégrafo, te preguntaría por el decisivo rol de las mujeres en la independencia y en la guerra de Vietnam. Creo que de alguna forma hay un estrecho vínculo que une a aquellas con el leitmotiv del asesino de la novela.

En mi novela las mujeres son las víctimas, por su misma condición de orientales y su trabajo como prostitutas que les hace correr riesgos extraordinarios, y el asesino las desprecia por ese doble motivo. Vimos como Samuel Little asesinó sin dificultad a noventa mujeres y que la policía no hizo gran cosa para detenerlo porque casi todas eran prostitutas. Las mujeres, en toda guerra, son víctimas de una violencia específica que es la violación y que se da, como los asesinatos de civiles, por la impunidad con que se cometen. Las vietnamitas de mi novela son violadas, además de asesinadas. La violación, lo hemos visto en los conflictos de los Balcanes, se utilizó como arma de guerra, y ya lo hacía el general Queipo de Llano, en la guerra civil española, animando a sus soldados a violar a las mujeres republicanas. En barbarie podemos equipararnos a los guerreros de antaño que violaban, saqueaban y asesinaban. Pero las mujeres, en los conflictos armados, también son las madres de esos soldados enviados a morir o a matar, y ellas pueden ser determinantes para detener la barbarie. Fijémonos en lo determinantes que fueron las Abuelas de Plaza de Mayo para que se juzgara a los genocidas argentinos y se restituyeran los hijos robados a sus familiares. Miramos la guerra de Vietnam desde el prisma de los estadounidenses olvidándonos de las víctimas vietnamitas de ambos bandos, tres millones. Estados Unidos en Vietnam cometió un sinfín de crímenes de guerra con sus bombardeos masivos e indiscriminados con napalm y la utilización del gas naranja cuya consecuencia fue que durante decenios nacieran quinientos mil niños con unas deformaciones espantosas, y no pagó ningún precio por ello, como no lo pagó al invadir y destruir Irak. Cero sanciones. No hay manera de poner freno a la impunidad con que se cometen delitos de lesa humanidad en todas las guerras. Los condenados por el Tribunal de La Haya son anécdota, que bienvenida sea: permitió encerrar de por vida a genocidas serbios, pero no lo reconocen ni Estados Unidos ni Rusia ni China. El mayor crimen de la historia de la humanidad fue cometido por la Alemania hitleriana a mediados del pasado siglo, empeñada en exterminar a toda una etnia, a los judíos, pero también a los gitanos de los que con frecuencia nos olvidamos. He vuelto a leer estos días a Primo Levi y recomiendo que se le relea una y otra vez porque sus escritos no tienen desperdicio. Ahora son los rusos los criminales sin entrañas que han invadido un país soberano, pero antes fueron los norteamericanos. Y el ciclo es infernal.







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