CINE / RETORNO A SEÚL DE DAVY CHOU
No siempre los padres pueden hacerse cargo de sus hijos, y eso hijos, no por ser no queridos, acaban siendo adoptados. ¿Y cuando el hijo tiene la necesidad de conocer a sus padres biológicos? Ese es el tema nuclear de esta película de producción camboyana y francesa titulada Retorno a Seúl. Freddie (Ji-min Park) regresa a Corea con ese fin y hace lo posible y lo imposible para conocer a sus padres nativos que la dieron en adopción a un matrimonio francés en una época de hambruna terrible. Tras muchas vicisitudes, porque la oficina de adopciones se niega a dar los datos de los padres biológicos si estos no están conformes, Freddie primero conoce a su padre (Oh Kwang-rok), un tipo anodino y dipsómano con quien no sintoniza, y a su familia, y mucho más tarde, salvando una montaña de dificultades, consigue conocer a su madre (Heo Jin) que se resiste a encontrarse con su hija, quizá por un complejo de culpa.
La película del camboyano francés Davy Chou (Fontenay-aux-Roses, 1983) es un drama sobre la frustración filial y la búsqueda de raíces. Freddie viaja a Corea idealizando a unos padres naturales e imaginando la emoción que sentirá al conocerlos, y no es así en ninguno de los dos casos. Si a su padre directamente lo desprecia por su alcoholismo y porque le parece un tipo que carece del más mínimo encanto, del que directamente se avergüenza (en una secuencia se desembaraza bruscamente del abrazo que quiere darle), con su madre, que una y otra vez rehúsa ese encuentro, la frustración se produce por no saberse querida ni reconocida por ella. Freddie, que es caprichosa y algo bipolar (baila, canta, es extrovertida con una copa de más, maltrata a sus parejas masculinas en cuyas relaciones tiene un rol dominante, le gusta provocar celos), y pasa de estados de euforia a depresión sin solución de continuidad, que viaja a Corea para saber por qué la dieron en adopción, no obtiene ninguna satisfacción al conocer a sus progenitores ni al país en donde nació.
Retorno
a Seúl, dividida en tres capítulos y un epílogo
separados temporalmente (la protagonista hace varios viajes desde Francia a
Corea), no acaba de cuajar precisamente por la dispersión de su trama
argumental y cierta inconexión formal que en algunos momentos parece que el
espectador esté viendo tres películas muy diferentes entre sí. Abundan, lo que
ya parece formar parte del cine coreano, aunque en este caso el realizador sea
camboyano, esas largas secuencias de borracheras en las que los personajes se
llenan la boca con estupideces sin sentido mientras beben sin freno (por un
momento da la sensación de estar viendo un film minimalista de Hong Sang-soo),
contrapunteadas por esas nocturnas en las discotecas de ritmo frenético y
fotografía incisiva en las que la protagonista se luce haciendo gala de un
cierto exhibicionismo, y la película, que dura dos horas, se prolonga más de la
cuenta ralentizando las escenas o repitiéndolas (las sucesivas visitas de
Freddie al centro de adopciones) como en un bucle.
El film deja un poso amargo en su desenlace:
Freddie, a la búsqueda de sus esencias orientales y de sus padres y familia, se
dará cuenta de su desarraigo, no encaja en Corea, un país extraño y lejano en
el que nació y en donde la consideran extranjera a pesar de sus rasgos, y
seguramente también se sentirá desarraigada en Francia, su país de adopción, cuando regrese a él
frustrada por su experiencia y romper definitivamente ese lazo emocional que le ligaba al país de Extremo Oriente que, en realidad, es fruto de su cabeza.
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