LITERATURA / LOS CUENTOS DEL LADO OSCURO DE LA LUNA, DE LLUNA VICENS
A quien haya leído los
tres libros de prosa poética de esta autora temperamental que escribe a corazón
abierto que es Lluna Vicens (Badalona, 1969), Doce días, una vida, El
habitáculo y Allí donde los árboles tocan el cielo, en donde las
palabras adquirían una cadencia musical y estaban llenas de emotividad,
seguramente le va a sorprender este manojo de relatos negros que tiene entre
sus manos, porque Lluna Vicens hace un cambio radical de registro, sale de esa
zona de confort en la que se había instalado de la prosa poética de sus
anteriores publicaciones y se adentra en el género negro a tumba abierta. A
quienes leyeron su primera novela, Mercancía robada, un relato crudo de
autoficción que narra la experiencia traumática por la que pasó la escritora en
su juventud, no, Y es bueno, y reconfortante, creo que para ella misma y desde
luego para los lectores. En Los cuentos del lado oscuro de la luna
(Bohodón Ediciones, 2025), cuyo título homenajea a Pink Floyd y es un juego de
palabras alrededor de su propio nombre, se adentra de nuevo en el género negro
pero a través de la ficción pura y dura.
Contradigo a la propia
autora cuando digo de ella que es una escritora vocacional, que ha nacido para
escribir, porque Lluna Vicens tiene muchas cosas que decir y la capacidad de
convertirlas en literatura de alto voltaje. A los que creen que todos podemos
ser escritores les diré que el de la literatura es un don que nos viene dado a
unos cuantos y que vamos desarrollando y perfeccionando a lo largo de los años
en busca de esa perfección que jamás alcanzamos. La autora de Mercancía
robada tiene ese don, nació con él como con el de una extraordinaria
sensibilidad para llegar al lector y conmocionarlo. Sus letras salen del
corazón y del estómago, no buscan un lector aunque lo encuentran
Los relatos que componen
esta antología, algunos inspirados en hechos reales que seguramente el lector
va identificar, otros sangrientos que tienen su origen en una afirmación por mi
parte, seguramente errónea, de que las escritoras de género negro eran menos
sanguinarias a la hora de escribir que sus homólogos masculinos, y otros
matizados por cierto humor, negro por supuesto, son una demostración de la
versatilidad de la autora que sale de su zona de confort para aterrorizarnos en
algunos casos, sacudirnos en otros o hacernos aflorar una sonrisa.
Hay, a pesar de que lo que se cuenta en casi todos los
relatos del libro, mucho humor, próximo al surrealismo, como lo que sucede en
el primer relato, Carnicería en la pecera, cuyo título es casi un
oxímoron —Abriendo las piernas y plantándose ante el acuario de los putos
peces de muertes programadas, cogió la pecera por ambos lados con los brazos
abiertos y como si nada pesara, levantó los doscientos kilos de trasto
arrancando los cables de luz, la bomba de agua y el puto calentador que siempre
fallaba, llegó al balcón, lo levantó por encima de su cabeza para sobrepasar la
barandilla de hierro forjado y con un ágil movimiento de su torso poderoso como
el del minotauro, lo tiró abajo—. En El crimen perfecto es un
silencioso psicópata celoso que actúa con una frialdad escalofriante para
perpetrar ese crimen del que habla el título y te pones en la piel del
asesino. En El hábito pocas veces
hace al monje topas, sin desinhibiciones, con la iglesia y un extraño cura
que se especializa en turbios negocios de prostitución y regenta un burdel
llamado Monte Calvario.
El hombre de los regalices
es uno de los relatos que golpean más al lector porque habla del linchamiento
social, y físico, de un inocente que no se sabe que lo es sino al final del
relato. En El repartidor de guías telefónicas la protagonista es un
ángel vengador que la toma con un pobre repartidor de guías telefónicas y actúa
con la misma frialdad que el protagonista de El crimen perfecto —Con
ellos, compartió confidencias, hasta un detallado relato de su crimen perfecto,
aquel que debía borrar su imagen de esposa engañada para convertirla en una
hembra omega impenitente, en una sicaria de la justicia indiscriminada e
incluso surrealista, en una temible, fría y calculadora asesina castigadora.—.
En La nieta de la señora Encarnación no hay sangre, pero sí mucho humor
en un relato protagonizado por un chaval que se da un golpe en la cabeza y se
convierte en un genio de la informática, y de las finanzas, lo que le permite
saquear, céntimo a céntimo, un sinfín de cuentas bancarias.
En La mujer de las bragas invisibles salen por
primera vez ciclistas que llegan a casa antes de lo previsto y encuentran a su
mujer en una actitud comprometida. Los celos son muy malos y ciegan —Fornicaban
sobre la mesa del comedor frenéticamente, poniendo a prueba la resistencia de
las patas y las vigas del edificio con las vibraciones y embestidas de sexo
salvaje—. En La sopa fría habla de las buenas relaciones que siempre
se suelen dar entre suegra y yerno. La vida a través de unas rayban es
casi un relato surrealista sobre la relación entre un mecánico, y motorista,
con las uñas llenas de grasa, y la clienta pija que le lleva al taller su coche
para que lo arregle. En Mis condolencias nos vamos a una funeraria con
un tanatopráctico con tendencias necrófilas que parece un guiño a su colega
Maricarmen Sinti. Rojo como el
esmalte de uñas es un de mis relatos preferidos de esta antología, y no
solo porque esté ambientado en Bossòst, el pueblo del valle de Arán en donde
vivo, sino porque hay, además de humor, mucha fantasía en ese recorrido genial
que hace la sangre de un brazo discurriendo pueblo abajo hasta fundirse con el
río Garona —El río de sangre de color rojo intenso fue siguiendo la suave
pendiente del piso y salió por debajo de la puerta de su casa, bajó las
escaleras escalón a escalón hasta colarse por debajo de la puerta de la entrada,
evitó la grúa del pintor, mal arrinconada en la pared, pasó por delante de la casa
de la madre de la Seca, la panadera del pueblo que vendía bollos envenenados, y
enfiló hasta la calle Piedad sin que ninguno de los fumadores y bebedores
irredentos sentados en el bar Las Rejas, el local donde se citaban todos los
borrachos del pueblo, se apercibieran de ese río de sangre en el frío de la
noche—. Siglos de mala suerte es un relato descacharrante con un
vampiro.
Silvia con guisantes es
uno de los relatos más románticos, aunque ese plato de guisantes que la tal
Silvia le prepara a Hugo sea todo menos digestivo. En Recuerdos, que se
había publicado anteriormente en la antología Juramento Negro y es el
relato más largo de la antología, y uno de los más crudos del libro por lo que
se cuenta y cómo se cuenta —Tuve la sensación de que la carne se desprendía
de mis huesos, las piernas y los brazos me pesaban. No podía mantener los ojos
abiertos y a mi alrededor solo veía sombras que se movían con voces muy
lejanas. No recuerdo lo que pasó después. Solo tengo imágenes borrosas. Me
desperté desatada en la cama, pero las ligaduras seguían alrededor de mis
muñecas y tobillos—. En Sorpresas te da la vida la autora habla de
esas relaciones que se establecen en las redes sociales en las que casi todo es
impostación. Descendencia legítima está muy relacionada con la ópera, y
no solo porque un acontecimiento traumático tenga lugar a la salida del Liceo
de Barcelona, sino porque los protagonistas de esta tragedia están muy unidos
sin ellos saberlo. En La violencia, los violentos, habla de los
políticos, de la manipulación de las masas, algo que tristemente es muy actual.
En Ana cuenta la relación entre una prostituta y un cura, Pedro, que es
un religioso que se implica en causas sociales y no siempre actúa con la
ortodoxia que se le supone a la iglesia,
Deja para el final dos de los relatos inspirados en
casos reales como La nueva maestra y Todas las llamadas tienen un
coste. En El sexo femenino salen de nuevo ciclistas y estableces una
extraña relación con la playa de Omaha de la Segunda Guerra Mundial. En El
guiso, el relato que cierra esta antología, la buena gastronomía combate a
la violencia de género. Y es curioso, porque hay un hilo conductor en todos
estos relatos en los que abundan ciclistas, los protagonistas beben gin-tonics,
los celos nublan la mente y la carne picada hace que no miremos con ojos
inocentes los tápers de la nevera.
Hay humor, amor, desgarro, violencia, compromiso
social en estos veintidós relatos domésticos, porque pueden suceder en nuestro
entorno más inmediato como bien dice el escritor Víctor Claudín en la
contraportada —Porque en el terreno de lo familiar, de lo privado, la autora
busca y encuentra la desazón y hasta la muerte—, que componen Los
cuentos del lado oscuro de la luna, pero, sobre todo, hay literatura
excelente, con mayúsculas, prosa adecuada a lo que se cuenta, cero
impostaciones, buen ritmo narrativo y mucho talento a la hora de contar
historias. Y mujeres que matan con tanta eficacia y frialdad como los hombres.
Ojo al dato, porque no siempre a la mujer le va a tocar el rol de víctima.
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