SOCIEDAD / MI TÍA ROSARIO
Parecías británica, una
Maggie Smith o una Vanessa Redgrave salida de una de esas series inglesas de
época que a tu sobrino cinéfilo le fascinan y no se cansa de ver. Tú, con tu pelo
blanco, siempre tan elegante y pulcra, melena blanca y ojos azules, leyendo o
escribiendo, porque tú, tía, eras escritora, habías publicado un libro de
relatos, Cuentos de una maestra rural, y en una Feria del Libro de
Madrid estuviste al otro lado de la caseta, firmando ejemplares de ese libro
delicioso a tus fans literarios. Lo presentamos
en Estudio en Escarlata abarrotada como nunca vi esa librería: rozando ya los
cien años publicabas un libro espléndido de recuerdos, remembranzas que decías,
en los que revivías tus tiempos como maestra rural en esa dura posguerra con un
marido que no le gustaba su nombre de pila, Benigno, y se lo cambió por el de
Juan José. Luego publicaste un relato negro, y de terror, en la antología Sed
de mal.
Eras mi vínculo directo
con mi padre, tu hermano, al que tanto querías, al que tanto debías. Cuando te
pierda, me decía, perderé un poco más a mi padre. Un triángulo el formado por
el amor por la literatura de los tres: mi padre, tú y yo, letraheridos,
devoradores de libros de papel. En los últimos tiempos, porque tu vista
flojeaba, leías con lupa, pero nunca dejaste de caminar por las páginas de los
libros que caían en tus manos. No sé si te daba tiempo de leer todo lo que
publicaba tu sobrino.
Estabas permanentemente conectada
al mundo, porque eras un espíritu inquieto. Viajaste a Estados Unidos, a Las
Vegas, siendo ya viuda, y luego a través de Google Maps, porque estabas a la
última en tecnología. Te encerrabas en tu despachito a escribir en el ordenador
tus remembranzas, esos recuerdos de juventud luchadora que había que dejar
escritos para que no cayera en el olvido esa generación de la posguerra que
vivió en la perpetúa derrota y sobrevivió entre penurias. Ironizabas sobre ti
misma diciendo que tenías la piel tan tersa, sin una sola arruga, por el frío
que pasaste en Miedes de Atienza, el pueblito de Guadalajara, y en Retortillo,
el pueblito de Soria, como la mujer del médico, conservada en un iglú a veinte
grados bajo cero. Nos contabas como tu marido cogía la mula de madrugada para ir a
atender un parto a un pueblo cercano y volvía al alba con escarcha en el
pasamontañas, porque los inviernos mesetarios eran heladores y la vida en el
campo dura, o esas escenas de la caza de la perdiz en la que el tío y mi
hermano Pedro madrugaban y volvían con una ristra de aves muertas y era una
escena de algún libro de Miguel Delibes. Y tu litigio con el peón caminero de
Miedes de Atienza, que acabó en los tribunales por la denuncia de ese cazurro
que te importunó. Disfruté de ese ambiente rural, con sus incomodidades (no
había agua corriente, ni luz, solo dos horas por la noche), que para nosotros eran
aventis, como las de Juan Marsé, con mis dos hermanos en esos tres veranos de
nuestras vidas, grabados a fuego en nuestra memoria, sobre los que volvíamos
una y otra vez cuando nos reuníamos contigo en Madrid, para revivirlos, como el
día que te pusiste una media en la cara y asustaste a todos los machotes
cazadores que se habían reunido en el comedor de tu casa, que te la jugaste
porque podías haber recibido una perdigonada, pero salieron todos espantados
por la puerta ante tu presencia imponente de atracadora de bancos. Y yo con la
pierna rota, rompiendo una y otra vez la escayola, porque era incapaz de
estarme quieto, y el tío Juanjo vendándola una y otra vez, extendiendo esa
escayola que al día siguiente estaría rota porque yo era un remolino. Cada vez
que veo El espíritu de la colmena de Víctor Erice revivo esa época de mi
vida.
El humor, reírte de ti
misma, y las ganas de vivir, porque no querías marchar de este mundo, te hicieron
vivir esos 103 años de feliz longevidad, acompañada siempre por el amor de tus
hijos que cuidaron de ti hasta el último momento e ironizaban sobre tu edad. El
primo Juanjo te decía que a este paso serías tú la que tendrías que meter a tus
hijos en una residencia porque eras joven de cara, y, sobre todo, de espíritu.
Lo importante que es el humor, la risa, para sobrevivir en este mundo, y tú te
reías, sobre todo de ti misma, y nos hacías reír a todos. Sobreviviste a la
guerra, a la posguerra, al franquismo, al Covid, a las neumonías, parecía que
ibas a ser eterna, que nos ibas a enterrar a todos, que esa llamada de mi primo
Paco, bien de mañana de hoy domingo, no iba a producirse. Eras un milagro de la
naturaleza porque eras un ejemplo de vida, querida tía, el ejemplo de que se
vive porque se tienen ganas de vivir y tú eso jamás lo perdiste.
Contabas que cuando
salías a ese parque que estaba a dos pasos de tu casa de la calle San Modesto a
tomar el sol, con tu silla de ruedas, porque ya las piernas flojeaban, ligabas
con otros jovencitos como tú. No me extrañaba, porque siempre fuiste guapa, de
joven y de madura con tus 103 años a cuestas que no lo parecían porque la
lucidez de tu cabeza, que jamás perdiste, era la envidia de tus hijos y
de tus sobrinos.
Hay cientos de anécdotas
que nos llevamos gracias a que nos las contabas, recuerdos de esos tiempos
grises de esa España pobre y encogida que los hemos vivido gracias a tu extraordinaria
narrativa oral y escrita, porque eras una escritora nata que convertías en
literatura de altos vuelos tus vivencias personales y dejabas en tus escritos
un halo de ternura y nostalgia por el pasado. No pudimos celebrar tus cien años
por el maldito Covid, pero celebramos tus 101 años en ese restaurante de Tres Cantos
en el que estuvimos absolutamente todos, tus hijos, tus nietos, tus bisnietos y
tus sobrinos que siempre te agradeceremos esos tres veranos mágicos que tanto
nos marcaron en nuestras vidas. La escena, la foto que nos hicimos contigo en
esa efeméride, parecía la de Mamá cumple cien años de Carlos Saura.
Podías haber dejado a título
póstumo un manual de cómo vivir y ser feliz viviendo, querida tía Rosario. Sé
que estás bien ahora que ya te has ido. Veo tu expresión dulce y escucho esa
risa suave que te acompañó siempre e iluminaba tus ojos. Nos has regalado a
todos los que te quisimos y conocimos un ejemplo de vida y un recuerdo
imborrable.
Comentarios
Leí sus conmovedoras palabras acerca de la inolvidable actriz
y poeta Emmanuelle Riva y agradezco el afecto que tiene a su recuerdo. Con el consentimiento de Mme. Riva compuse una antología de sus poemas, la cual aparecerá el año próximo.
Si tiene interés en comunicarse conmigo puede escribirme a esta dirección electrónica: rpvaz@mail.ch
Cordialmente.
Reynol Pérez
rpvaz@mail.ch
Reynol Pérez