SOCIEDAD / VIVIR EN LA DISTOPÍA

 


Cuidado con escribir distopías, porque se acaban cumpliendo, hasta las más inverosímiles y enrevesadas. Que se lo digan a George Orwell, que se quedó corto en 1984; a Ray Bradbury en Farenheit 451 que tendría que ver como Donald Trump retira de las bibliotecas públicas El diario de Ana Frank; a Suzanne Collins que se horrorizaría porque el ejército de Israel juega a Los juegos del hambre o a Anthony Burgess y su Naranja mecánica que vería la cantidad de drugos que corren por el mundo, trabajan de policías y hasta llegan a ser presidentes de países.


Como autor distópico (Barcelona negra, mi segunda novela publicada, y Ciudad en llamas, muchos años después, lo eran) puedo vanagloriarme de que esa última fue profética. Ciudad en llamas, que ardía precisamente por el cambio climático, del que por entonces no se hablaba, que la hacía inhabitable y que la gente se muriera pegada al asfalto derretido (y no se había llegado a los 40 grados habituales de los últimos veranos), hablaba de un mundo sumido en el caos, con ciudadanos de primera y de tercera o cuarta (emigrantes pobres a eliminar que llegaban del sur sin derechos), que ya no estaba regido por políticos sino por corporaciones empresariales interestatales que libraban una lucha feroz contra China, el último bastión a conquistar. Pues a un paso de esto estamos, solo que el dragón asiático va a ser muy duro de pelar a juzgar por el macro desfile que deja en ridículo el que se montó el emperador naranja hace unos meses.

Si hace cinco años, no más, un escritor distópico hubiera escrito una novela en la que un empresario patán y vulgar, machista, putero, corrupto y forrado de dólares, conseguiría llegar al poder en Estados Unidos, votado por millones de desheredados lumpen pobres a rabiar, cuyo programa tuviera un solo enunciado, América First, la simplicidad más absoluta (ya sabemos que no nos gusta pensar, se nos calientan las neuronas) y que, una vez llegado al poder, se cargaría el sistema democrático sin que nadie le chistara, le diríamos que como fantasía estaba bien, pero que eso difícilmente iba a cumplirse porque la estadounidense se jacta de ser una de las democracias más antiguas del mundo. Si en esa novela distópica, el presidente decidiera abolir la pobreza visual, porque es poco estética, ensucia las calles de su América First, y les diera la alternativa a los que duermen al raso porque no tienen dónde caerse muertos, de irse a encerrar a un manicomio o directamente a la cárcel, le diríamos que ya está exagerando, que eso lo hacían los drugos antisistema de Anthony Burgess que les abrían la cabeza. Y si ese autor, además, escribiera que ese empresario loco metido a presidente (porque le han votado, no nos olvidemos, millones de locos y de estúpidos que creen que va a hacer algo por ellos sin darse cuenta de que a lo que va es a forrarse a costa de ellos), envía al ejército para controlar las ciudades cuyos alcaldes no le gustan, seguramente porque son negros y en su gabinete todos son WASP y muy guapos, salvo él que tira a tocino, le diríamos que ahí se ha pasado tres pueblos.


La realidad desborda la imaginación de cualquier escritor distópico. Al empresario patán todopoderoso tampoco le gustan los latinos, dice que son personas ilegales, no humanas, y manda a sus cuadrillas de policías con pasamontañas a detenerlos en sus lugares de trabajo, cuando van a recoger a sus niños en las escuelas, en los campos de cultivo, allanan sus casas a patadas, los devuelven a sus países y si no los quieren allí los envía a la cárcel de un tal Bukele, que está en su sintonía, o a África, con las manos esposadas a la espalda, como si fueran peligrosos asesinos. ¡Vamos!, ¡Anda ya! Eso no puede pasar en Estados Unidos. Esa historia no se sostiene. ¿Cómo puede pasar eso en la democracia más antigua del mundo? Pues espera, que hay más.


Si escribe nuestro escritor distópico que ese emperador, a la altura de Nerón, ha visto negocio en una playa del Mediterráneo en donde llevan malviviendo desde siempre un puñado de desheredados de la tierra a los que nadie quiere ni defiende porque son pobres de solemnidad y a nadie les interesa los pobres, y que allí planea edificar un resort de lujo, con casinos como los de Las Vegas, para, como empresario que es, forrarse, le diríamos que escriba otra fantasía por favor, que esa no cuela. Pero para llevar a cabo ese sueño faraónico, que ya ha recreado con la IA, hay que limpiar de gente la zona, hay que contratar a una empresa de demolición eficaz que eche abajo todos esos edificios cochambrosos en donde vive toda esa chusma pobre y hacinada, y entonces se pone en contacto con una empresa que sabe mucho de eso, de echar edificios abajo, es su especialidad, y se llama Israel Demoliciones SL. Hay que echarlo todo abajo, porque el lema fundacional del capitalismo es destruir para construir, y levantar rascacielos como los de Nueva York, Shanghái o Abu Dabi y desahuciar a los que llevan malviviendo allí desde hace tantos años porque no encajan en ese megaproyecto empresarial. ¿Qué se espera si has puesto a un empresario a regir los destinos del mundo? ¿Cómo hacerlo para justificar tanta destrucción? Aquí, nuestro autor distópico se rasca la cabeza, piensa, piensa hasta que da en el clavo. ¡Un 11 S! Sí, algo muy sonado. Un 7 O que es, a pequeña escala, 1200 muertos, ese 11 S, 3000, que fue tan espectacular como una película de catástrofes. Y tras el 7O, la empresa Israel Demoliciones SL, a bombazos, con tanques y buldóceres, va a aplanando lo que va a ser ese maravilloso resort de lujo que los multimillonarios de todo el mundo ya están parcelando y haciendo inversiones. El empresario cateto despliega un enorme plano de la zona en la mesa del Despacho Oval y con ese rotulador grueso que tiene para firmar órdenes ejecutivas va haciendo circulitos: aquí irá un hotel, allá un casino, el puerto deportivo enorme para cruceros de lujo no puede faltar para que vengan de todas las partes del mundo turistas a broncearse, restaurantes de caros y exclusivos, boutiques para las señoras, espectáculos de cabaret y strippers,  chill outs en esas playas increíbles y maravillosas... ¿Y los que allí vivían? Eliminarlos, sencillamente, son escoria, nadie va a mover un dedo por ellos. Pero, ¿no son muchos dos millones? Bueno, el socio capitalista Israel Demoliciones SL es muy eficaz en eso, elimina familias enteras y, los que queden, porque alguno quedará, mejor que sean pocos para que el negocio sea rentable, recibirán un cheque de cinco mil dólares, porque el empresario cateto que gobierna medio mundo es, entre otras muchas cosas, tacaño como todos los multimillonarios, y un billete para emigrar al centro de África.


¿Qué le diríamos a ese autor distópico y fantasioso? A ver, está bien que tengas imaginación, pero esa trama es demasiado enrevesada, no es creíble, te has pasado, es muy exagerado todo, el mundo tiene unas normas, los derechos humanos, la democracia, la humanidad y la empatía, todo eso que se construyó al final de la Segunda Guerra Mundial, y bla bla bla. La realidad siempre supera a la ficción.


Acabo de escuchar a Iñaki Gabilondo en una entrevista. Él, que se define como optimista, se declara profundamente pesimista. En todo lo que lleva de vida no ha visto un momento tan terrible como el presente. Por mucho que mira al horizonte no ve esperanza sino oscuridad. Somos millones los seres humanos que estamos en su mismo estado de shock. En un plis plas nos han cambiado el mundo que conocíamos y lo han convertido en una pesadilla distópica. Manuel Vázquez Montalbán, que era un maestro de la ironía, diría que Espectra ganó la batalla.

UNA DENUNCIA DEL COLONIALISMO QUE DESTRUYÓ ÁFRICA A TRAVÉS DE UNA NOVELA DE AVENTURAS QUE ES UN HOMENAJE A JOSEPH CONRAD Y EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS. 


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