EL DVD

MAGNOLIA
Paul Thomas Anderson

A la vista del último cine norteamericano que nos va llegando no sería disparatado decir que estamos asistiendo a un nuevo renacimiento y que ha desembarcado en Hollywood un plantel de realizadores tan brillantes como en su día lo fueron Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Paul Schroeder y Robert Altman. Sam Mendes, con su formidable “American Beauty” recién estrenada, y Paul Thomas Anderson, director de esta “Magnolia”, justifican con creces la anterior aseveración. “Magnolia” no es la opera prima de esta jovencísimo director californiano de 29 años, que se dio a conocer en el festival Cinematográfico de Sundance, sino su tercera película tras “Sidney”, inédita entre nosotros e interpretada por Gwyneth Paltrow, y “Boogie Nights”, que dejó un excelente sabor de boca en su estreno. Es el nombre de una hermosa flor amarilla, que se va abriendo durante los título de crédito, y también el de una inmensa avenida de Los Ángeles, una zona residencial en donde precisamente transcurre también la película “American Beauty”. Es, pues, el enésimo intento de radiografiar una ciudad tan intensamente cinematográfica como Los Ángeles.
Un extravagante telepredicador machista, muy inseguro de sí mismo, que duda antes de acudir al lecho de muerte de su padre. Una joven esposa que se da cuenta de que ama a su anciano marido cuando éste agoniza y rechaza su testamento acuciada por los remordimientos. Un policía recto y tierno que se enamora a primera vista de una joven drogadicta a la que va a multar porque escucha la música demasiado alta. Un antiguo niño prodigio, convertido en patético adulto, que desea ser amado por alguien a toda costa, aunque sea por el chico con ortodoncia que atiende la barra del bar que frecuenta. Un joven enfermero que entabla una curiosa relación con el moribundo anciano al que está cuidando y se empecina en hacer que su última voluntad de ver a su hijo, con el que no se habla desde hace años, se haga realidad. Un niño prodigio que se siente explotado y poco querido por su egoísta padre que lo exhibe en los concursos televisivos con tal de sacar dinero de su extraordinaria inteligencia. Un presentador de programas basura, al borde de la muerte, odiado por su hija, de la que abusó siendo niña, y abandonado por su esposa. Este es, a grosso modo, el elenco de personajes, los pétalos de esta espléndida magnolia que deshoja Paul Thomas Anderson, un mosaico de existencias tocadas por el amor, el desamor, los celos, la ambición, la rabia y el dolor que destilan, debajo de su aparente desaliño ético, una maravillosa humanidad, retazos de carne y sentimiento con los que Anderson recrea su particular universo.
Resulta inevitable que surjan comparaciones entre “Magnolia” y “Vidas cruzadas”. El trenzado narrativo de Paul Thomas Anderson es muy similar al de Robert Altman, así como el aire de desencanto que impregna ambas películas, pero hay quizá en el film del realizador de “Boogie Nights”, ejemplar en cuanto a ritmo y estilo visual, una mayor implicación emocional en lo narrado, mientras que Altman mantenía una postura neutra y distante.
“Magnolia” no podría funcionar sin sus actores, muchos dada la coralidad del relato, dirigidos con rara precisión. Primeras figuras de la interpretación como la pelirroja Juliane Moore, actriz habitual de Altman, astros encumbrados como Tom Cruise, que no desdeña un papel no protagonista, y además lo borda - ¡ya era hora! - , y veteranos de la talla de Jason Robards, se funden con un sinfín de pequeños - por poco conocidos - grandes actores, sin físicos especialmente relevantes, sin grandes papeles anteriores a sus espaldas, pero que están sencillamente magistrales, como John Reilly, en su papel de policía humano ¡al que le molestan los tacos!, William H. Macey, un habitual de los hermanos Coen, o Philip Seymour Hoffman, el emotivo enfermero.
Como en “Vidas cruzadas”, que se cerraba con un terremoto que convulsionaba un poco más la caótica ciudad de Los Ángeles que Altman radiografiaba, “Magnolia” termina con una espectacular lluvia de ranas que azota la ciudad como si de una plaga bíblica se tratara. Y es que la religión, el sentimiento de culpa y la redención planean con tanta fuerza en esta película como en “American Beauty”.
Aunque resulta difícil destacar una escena de “Magnolia”, hay una, la que transcurre en una farmacia, que es de las que conmueven. La tensión que se refleja en el rostro de Juliane Moore, mientras espera que los desconfiados farmacéuticos confirmen su receta - un combinado de potentes drogas para paliar el dolor que sufre su marido, enfermo terminal de cáncer - llamando a su médico, y su sobrecogedora explosión de ira y dolor cuando uno de ellos se permite hacer un comentario impertinente sobre el uso que va a hacer de ellas, es cine de la mejor especie, uno de esos momentos mágicos que muy de tarde en tarde se producen en el celuloide.
“Magnolia” arranca con un divertido y original prólogo que habla de las cosas extrañas que suceden a todas horas, ejemplificado con el estrambótico caso del suicida que es abatido en su caída por el disparo de la escopeta de sus padres cuando pasa por delante de la ventana de su casa, alcanza su cima en la canción de Aimee Mann tarareada por todos sus personajes, incluido el moribundo anciano, y se mantiene casi sin baches a lo largo de más de tres horas. La confirmación de un nuevo talento.

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