6-LA CRÓNICA DE LA SEMANA NEGRA
Y también fue sonora la que montaron, un show profesional presidido por el arte de los presentadores confabulados, Fernando Marías, Juan Bas, Elia Barceló, Cristina Macia y Chavi Azpeitia, a costa de ESTA NOCHE MORIRÉ, una de las mejores novelas de Fernando, y de LA CORPORACIÓN, ese libro de relatos en el que amigos del autor han escrito sobre la misteriosa organización ideada por Marías en la novela matriz. Sobe la existencia real de la Corporación, una vez oídos a los presentadores y autores de la misma, quedó una inquietante duda que se despejará si van desapareciendo, en extrañas circunstancias, los que han escrito sobre ella.
Pero, oídos todos, nadie con tanto arte y técnica para vender su novela, SHANGRI─LA, premio de novela Alfonso X El Sabio, como mi amigo Julio Murillo. Sin asomo de resaca, con buen pulso ─el mismo que demuestra haciendo fotos con una diminuta y eficaz Olimpus, que ilustran esta crónica en buena parte: gracias Julio ─el autor de LAS LÁGRIMAS DE KARSEB desgranó, ante un público entregado ─ asistieron sus clubs de fans de varios rincones de la Península, un puñado de chicas lectoras, animosas como las cheer leaders, que le siguen allá donde vaya─los puntos más seductores de su thriller que arranca con la inquietante hipótesis terrorífica de que Hitler no murió y que en la Antártida, adonde los americanos fueron en expedición militar hace unos años sin una explicación lógica, están ocurriendo cosas extrañas.
Con voz algo rota, por el relente y las corrientes del Don Manuel ─ alguien debería cerrar la puerta en esa terraza pasada la una de la madrugada─ Julio cautivó a una entregada audiencia que llenaba la Carpa de Encuentros, y lo hizo como un maestro indiscutible de la palabra, convenciendo hasta a su más conspicuo enemigo de que su libro vale la pena leerlo pese a su tamaño disuasorio, de que leyéndolo uno experimentara un insomnio sobrevenido por la intriga y ese no parar, pasando páginas, hasta llegar al final. Fue, creo, de los que más vendió; anduvo firmando a lo largo de la siguiente presentación a una cola de lectores que esperaron, sin desalentarse, su autógrafo, durante media hora ─ sólo Ruiz Zafón le superó en Barcelona, y el libro sobre la República de Weimar
que se regaló, con la firma de un montón de autores─, y me dibujó una conejita de Playboy en una emotiva dedicatoria entre colegas que agradezco, tanto que quizá cuele su libro en la fila de mis lecturas pendientes, una torre de Babel inclinada como la de Pisa, para hincarle el ojo.
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