CINE

ÁRTICO
Gabriel Velázquez


Que todas las historias han sido contadas es bastante cierto. Que, por fortuna, aún quedan muchas formas de contarlas, también. El salmantino Gabriel Velázquez sorprende con esta contundente y minimalista película a medio camino entre la ficción y el documental que habla del estado de una cierta juventud en estado de crisis. Cuatro jóvenes, dos muchachos y dos muchachas, son radiografiados por la cámara de este director y cada uno de ellos, después de una presentación en primer plano y una queja de sus circunstancias personales, actúan en una de las ciudades más hermosas de España, Salamanca, y sus no menos estéticos alrededores—ese árbol majestuoso que se refleja en una pequeña charca mientras uno de los quinquis hace prácticas de tiro—, una belleza del entorno  que contrasta abruptamente con la miseria existencial de sus protagonistas. Ellos, Jota (Víctor García) y Simón (Juanlu Sevillano) son quinquis y pequeños delincuentes que viven en un suburbio gitano, tratantes de ganado cuando tienen oportunidad, sin estudio, formación o trabajo; ellas cuidan bebés y utilizan sus cochecitos como estancos expendedores de drogas. Uno de ellos es padre de un hijo no deseado al que no quiere porque le obliga a convivir con una mujer que no le provoca más que indiferencia y aguantar a todo un clan familiar por el que no siente ningún apego; el otro acaba de dejar embarazada a una novia que le recrimina que no haga nada positivo en su vida y se la lleva a una barraca de campo con la ilusión de formar una familia independiente. Las chicas asisten a conciertos de rock duro, se drogan, ligan lo que pueden, miran su vida sin esperanza y la aceptan como una maldición impuesta de que la que no podrán liberarse.

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