ESCRIBIR Y PUBLICAR: UNA HEROICIDAD
Escribir y publicar se está
convirtiendo en este país en un acto heroico, más desde que la crisis golpea
fuerte y el gobierno de turno nada hace por el fomento de la cultura. No voy a
marearles aquí con la complejidad del proceso creativo, que es un trabajo arduo
aunque gratificante—uno
no es masoquista—en
el que uno invierte incontables horas, ni de lo que precede inmediatamente
antes de que el libro llegue a las manos del lector, que eso sí que no tiene
nada de gratificante y es gráficamente áspero, ni del riesgo que corren
pequeñas y románticas editoriales que apuestan ciegamente por un texto; lo
cierto es que cuando el libro llega a la calle, después de ese vía crucis que
es escribirlo, corregirlo, editarlo y publicarlo, se topa luego con la
frecuente indiferencia de los pocos lectores que atesora este país, si los
comparamos con Francia y otros países al norte—la explicación más socorrida es que en este
bendito sur la bonanza del clima invita a estar todo el santo día en la calle,
y la lectura exige un cierto recogimiento—, la imposibilidad física de hacerse
un lugar en los anaqueles de las librerías copados por las publicaciones de los
grandes lobbies editoriales internacionales y la competencia desleal de los
escritores mediáticos, porque la nuestra es una de las profesiones con más
intrusismo por libro cuadrado. Como colofón, si antes las tiradas estaban en
torno a los diez mil ejemplares, hasta hace poco éstas se han reducido a mil y
últimamente a la mitad. Eso sin contar con las editoriales que imprimen bajo
pedido.
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