CINE / 65 FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN. 3
65
Festival de Cine de San Sebastián.
Tercera
jornada.
El
tercer día es más relajado. Tener la primera sesión media hora más tarde me
permite bajar al Victoria Eugenia en bicicleta y hasta tomarme un café con
leche y un cruasán pringoso antes de meterme en el cine y leer en mi Tablet que
lo de Catalunya está que arde gracias a la irresponsabilidad de los políticos
de uno y otro bando.
Seguimos
con buen cine rumano en la Sección Oficial. Soldados
de Ivana Mladenovic, rodada
íntegramente en el paupérrimo barrio romaní de Ferentari de Bucarest en donde
se canta el manele, un ritmo aflamencado con raíces muy hindús, tiene el
formato del cine documentalista pero realmente habla del difícil encaje social
de una comunidad que tiene en su ADN su marginarse de la sociedad. Adi (Adrian Schiop), un intelectual que
prepara una tesis doctoral sobre el manele, se establece en el barrio gitano de
Bucarest y conoce a un tipo tan elemental como noble llamado Alberto (Vasile Pavel-Digudai) , alias el
Puñetazos, como salvoconducto para adentrase en la idiosincrasia del barrio sin
causar rechazo. Entre dos seres tan dispares y alejados culturalmente surge
sorpresivamente una relación sexual y emocional. Alberto es un gitano de la
calle que pasó 14 años entre rejas, ha ejercido de chapero y no ha dado un palo
al agua ni tiene intención de darlo hasta el punto de parasitar a su amor. La
habilidad del director de Soldados
consiste en hacer verosímil esa relación sentimental imposible, tanto como la
integración social de Alberto, un personaje que la directora trata con ternura.
Entrar
y salir del Victoria Eugenia para asistir a una lección de cine sencillamente
magistral a cargo de uno de los grandes directores del cine: Michael Haneke. Happy End, título irónico, podría ser la continuación de Amor: tiene sus mismos protagonistas
encarnados por los mismos actores, pero el austriaco introduce el humor vitriólico
en sus siempre rompedoras imágenes (hay secuencias grabadas en vertical con un
teléfono móvil; chats subidos de tono en Messenger de Facebook entre Thomas
Laurent (Mathieu Kassovitz y su
amante concertista (Loubna Abidar); una paliza con cámara fija y distante de la acción) para radiografiar la
decadencia y las tensiones implosivas en el seno de una familia burguesa francesa
en decadencia cuyos miembros no encajan, ni siquiera Eva (Fantine Arduin), la hija de 13 años hija del primer matrimonio de
Thomas que entra a formar parte de ese clan desavenido al morir su madre. Michael Haneke construye un film relativamente
menor, aunque mayor con todo lo que corre, con su singular forma de narrar siempre
alejado de la convencionalidad cine y hasta con algún guiño a la provocación
del Dogma —la singular performance con emigrantes subsaharianos con los que el
hijo rebelde Pierre (Franz Rogowski)
intenta dinamitar la boda de su madre Ana Laurent (Isabelle Huppert) y Lawrence Bradshaw (Toby Jones) —por ejemplo. Ver al gran Jean Louis Trintignant encarnando al minusválido patriarca de la saga
familiar George Laurent e Isabelle
Huppert en el papel de Ana Laurent,
su hija y heredera, ya justifica el visionado de Happy End.
De Michael Haneke, y sin comer, vamos a un
cine convencional en las formas aunque no en el fondo dirigida por una ayudante
de dirección del realizador austriaco: Marine
Francen. El sembrador es tanto
una película de época rural (en tiempos del golpe de estado de Luis Napoleón
Bonaparte el ejército se lleva a todos los hombres de un pueblo) como una
historia de amor que trata de no ser convencional. Jean (Alban Leonoir), el sembrador pero también el semental, llega a esa
aldea en donde sólo habitan mujeres tras la razzia del ejército y se enamora de
la virginal Violette (Pauline Burlet).
Pero las mujeres, previamente, han hecho el pacto de compartir al primer varón
que caiga por el pueblo y Violette, con dolor, será fiel a su palabra dada y dejará
que su amante satisfaga a sus compañeras. Pantalla cuadrada, fotografía
límpida, escenas bucólicas algo impostadas, erotismo flou, actrices femeninas demasiado bellas y glamurosas para pasar
por campesinas y varón de pasarela. Pero es un film que se deja ver
agradablemente.
Hay
quien es más listo, como mi buen amigo malagueño José Antonio Díaz Domínguez que se ha ido a ver a Mónica Bellucci, que yo que me enfrento al último Darren Arofnovsky. Sigo y admiro al
director desde el impacto de Réquiem por
un sueño. Me gustaron El luchador
y El cisne negro. De Noé mejor no hablamos. Digamos que ¡Madre! empieza como un film de sustos de José
Antonio Bayona (el que vi ayer, por ejemplo, porque la casa encantada diría
que es la misma), sigue como comedia surrealista con dosis de humor salvaje
cuando la solitaria casa en la que vive un poeta sin inspiración (Javier Bardem) y su ordenada esposa Verónica
(Jennifer Lawrence) es invadida por
una horda capitaneada por Ed Harris
y. Michele Pffeifer, el tramo más hilarante
con cargas de profundidad de humor negro (la pelea Abel /Cain de los hermanitos,
por ejemplo) y termina de una forma demencial y sinsentido (¿qué se tomó el
director?) con explosiones, violencia paródica y ejércitos de dementes
convertidos en plaga bíblica que reducen la idílica Tara a un montón de escombros. No sé cuál es el
mensaje de Arofnovsky, ni sé si él
lo sabe. Sale uno del cine con la sensación de timo y que ha perdido a otro de
sus directores fetiche. Siempre nos quedará John Ford y Stanley Kubrick.
El día
es de nota si uno se olvida del fiasco Arofnosky.
La vida y nada más es una espléndida
película española rodada en EEUU con equipo y actores yanquis, y uno juraría
estar viendo una crónica social salida del ojo del director de la espléndida Moonlight o una de las mejores películas
de Spike Lee. El tema no es nuevo
porque no se atisba solución. La discriminación social que sufren los
afroamericanos en el supuesto país de las oportunidades. Una madre coraje
intenta tirar de un hogar desestructurado con su hijo de 14 años, un
adolescente conflictivo y un tanto autista, y una cría de 3. El padre cumple
condena. Su trabajo es una mierda y no le alcanza para pagar las facturas. Un
novio que le sale no se acaba de implicar en su problemática y además la deja
embarazada. Y la guinda es que a su hijo lo detienen por una chorrada y va un
correccional. Película naturalista y actores afroamericanos en estado de gracia
como Regina Williams y Andrew Bleechington que quizá no estén
interpretando ningún papel sino representando la vida, la suya, y nada más.
Soberbia y conmovedora. Un aplauso cerrado a Antonio Méndez Esparza, un director español que no dirige películas
de casas encantadas pese a estar en EEUU y conoce extraordinariamente bien su
problemática social.
Acabo
mi jornada con algo intrascendente y, a ratos, divertido. La llamada, de Javier Calvo
y Javier Ambrosi, es una comedia
musical con algún gag que funciona. En un imposible campamento de verano de chicas,
y bajo la batuta de unas monjas, dos muchachas rebeldes se escapan de marcha,
una de ella se encuentra con Dios que desciende en forma de cantante hortera bajando
del cielo por unas escaleras y cantando éxitos de Whitney Houston, la madre superiora es marchosa y una de las
adolescentes descubre que es lesbiana cuando besa a una novicia. Con todos esos
disparates y un repertorio de canciones los directores montan un film que no
sabemos si es irreverente o bien es una forma moderna de sumar adeptos a la
Iglesia Católica como esas misas cantadas con guitarras eléctricas, porque no
hay la mala leche de los Monty Python
por ninguno de sus tramos y sí en cambio algo de Sor yeyé y especímenes monjiles de la época franquista. Eso sí, la
proyección parecía Bollywood, con un público entregado que reía, aplaudía y
hasta creo que bailaba.
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