SOCIEDAD / LA SENTENCIA INSENSATA
La sentencia insensata
El día
de hoy es de una enorme tristeza para todos los que vivimos en Catalunya,
independentistas o no, como de forma clara y sentida lo ha expresado en una
rueda de prensa el diputado de ERC Gabriel Rufián. Y rabia. Las peores
previsiones se han cumplido. Los siete jueces del Tribunal Supremo, después de
un juicio maratoniano y transparente (eso es lo único que reconozco), han dado
muestras de no tener un gramo de sentido común condenando con penas durísimas a
nueve de los doce encausados. Los exonera de rebelión, tal como pedía la
Fiscalía, pero los condena por sedición y lo hace, en casi todos los casos,
aplicándoles una pena mayor de la solicitada por la abogacía del Estado personada
en la causa, de nueve a trece años. Nueve vidas laminadas.
El sentido
común, ese del que carecen los políticos hablen en catalán o en castellano, y
buena parte de los jueces que no han evolucionado con la sociedad y parecen
anclados en el pasado con togas que huelen a naftalina, hacia esperar una
sentencia moderada (seis o siete años,
como máximo) y alguna que otra absolución (la de los Jordis). No ha sido así.
El alto tribunal confunde sedición (que según muy prestigiosos juristas y ex
miembros del alto tribunal no hubo) con lo que fue una operación chapucera de
desobediencia contumaz por parte de una clase política catalana completamente
irresponsable que derogó el estatuto de autonomía, puso en marcha unas leyes de
desconexión, elaboró una constitución catalana de chichinabo, proclamó una
independencia de 18 segundos y se fue a celebrarla comiendo tapas. La sentencia
da carta de seriedad a algo que no lo tuvo.
Recurro
a la RAE para no perderme. “Sedición: Alzamiento público y tumultuario para
impedir a la autoridad o a un funcionario público, por la fuerza o fuera de las
vías legales, la aplicación de leyes o la ejecución de actos”. In stricto sensu
cualquier persona que se opone a ser expulsada de su casa es un sedicioso. Los
tumultos, que los hubo, fueron provocados por las fuerzas del orden extrañas
(enviadas al grito de ¡A por ellos!) contra ciudadanos que introducían una
papeleta en una urna de plástico comprada en bazares chinos.
No aprecian
sus señorías, que visionaron los videos aportados por la defensa con los
ojos cerrados, que la violencia desatada en las calles de Barcelona durante la consulta
del 1 de Octubre, la causaron precisamente los encargados de velar por el orden
público, y la justifican, cuando fue un uso flagrante y desproporcionado de los
uniformados venidos de fuera contra ciudadanos que ofrecieron una resistencia
pacífica.
La
sentencia es un despropósito que no hace otra cosa que sumar afines al independentismo
catalán y multiplicar exponencialmente la desafección hacia España de una parte
cada vez más importante de la ciudadanía de Cataluña, un castigo cruel e
innecesario con indicios de prevaricación, sobre todo en el caso de Jordi
Cuixart y Jordi Sánchez, condenados a 9 años por promover una manifestación de
protesta, que espero utilicen con la mayor celeridad sus defensas.
Como
testigo directo de esas jornadas que precedieron a la aplicación del 155, que
fue acatado sin rechistar por todos esos rebeldes que se han sentado en el
banquillo y han sido condenados, señal de que eran muy poco sediciosos, puedo
decir que no se arrió la bandera de España en ningún momento de los edificios
públicos, no se tomó el control de fronteras ni de los medios de transporte ni
comunicación, ni hubo más violencia que los de las fuerzas foráneas enviadas
por el estado español. Nada de lo que se produjo esos días, ni la consulta
popular (mal llamada por los independentistas referéndum) ni esa declaración de
independencia exprés que se produjo fuera de la sala de plenos del Parlament,
una vez acabada la sesión y con la mitad de los diputados presentes, y sin
hacerse constar en el DOGC, tuvo validez. Nada de aquella pantomima existió en
realidad sino para los miembros de este distinguido tribunal que ha impuesto
por unanimidad esta sentencia desproporcionada.
No hace
falta buscar razones históricas, ni retorcer la historia a su conveniencia,
para justificar la secesión de un territorio de otro si la ciudadanía lo quiere.
Si Cataluña quiere ser independiente, y por Cataluña se entiende la máxima proporción
de catalanes y no la correlación que existe ahora, nadie podrá impedirlo. Sabían
los líderes secesionistas que, con sus decisiones, iban directos al abismo y
que el sueño de una república independiente estaba muy lejos de conseguirse
porque faltaba convencer exactamente a la mitad de los catalanes de su
idoneidad. Hasta no contar con un 60 por ciento de convencidos, el
independentismo catalán no tiene más recorrido que este, el victimismo en el
que está instalado desde hace años. Sentencias tan poco ejemplares, tan
jurídicamente discutibles, tan fuera del sentido común, como la conocida hoy,
solo sirven para incendiar un trozo del territorio nacional, hacer la brecha más
grande y que se froten las manos los separadores de aquí y de allá.
El ¡A
por ellos! que alentaba a la policía nacional y a la guardia civil enviada a
Cataluña parece haber calado entre los miembros de ese excelentísimo Tribunal
Supremo. Vergüenza.
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