CINE / MIENTRAS DURE LA GUERRA, DE ALEJANDRO AMENÁBAR
MIENTRAS
DURE LA GUERRA
Alejandro
Amenábar
Abundan las películas sobre la guerra civil española, lo que
no está de más teniendo en cuenta que los programas de estudio escolares casi
nunca llegan a esa etapa histórica y los jóvenes que suben se quedan sin saber
de qué iba eso que han oído contar a sus abuelos. Echando la vista atrás
recuerdo Libertarias, del fallecido Vicente Aranda, que ponía el ojo en la
brutalidad del conflicto armado que se cebaba especialmente en las mujeres; Las 13 rosas, de Emilio Martínez Lázaro, centrada en ese grupo de luchadoras
republicanas fusiladas por los franquistas; La
voz dormida, de Benito Zambrano,
basada en la novela de Dulce Chacón;
Soldados de Salamina, sobre la novela
de Javier Cercas y dirigida por David Trueba; ¡Ay, Carmela!, de Carlos
Saura, para mí una de las mejores sobre la guerra civil; La vaquilla, la gamberrada antibelicista
de Luis G. Berlanga que nos ofrecía
el lado amable del conflicto cuando las balas dejaban de silbar; Pan negro de Agustí Villaronga, y algunas más. Por su parte, durante el
franquismo sí hubo mucho cine hagiográfico del conflicto y directores del
régimen como José Luis Saénz de Heredia
o Pedro Lazaga. También hubo
aproximaciones al conflicto civil desde el extranjero. Alain Resnais rodó el documental Guernica; Sam Wood convirtió la novela de Hemingway Por quién doblan las campanas en una superproducción hollywoodiense
para que se luciera en su papel Gary
Cooper, en las antípodas ideológicas del personaje que interpretaba; Ken Loach no acertó ni de lejos en el
tratamiento de Tierra y libertad.
Alejandro Amenábar,
uno de nuestros más sólidos directores, vuelve a ese sangriento conflicto
centrándose no en él específicamente sino en sus aledaños. Mientras dure la guerra, una coproducción hispano-argentina
dirigida con su solvencia profesional no defrauda pero tampoco entusiasma por
su academicismo, su ambigüedad y su falta de fuerza. El director hispano
chileno se mete en nuestra incivil
contienda sin que la sangre ni las balas lleguen a platea (sólo los cadáveres
de unos fusilados ocultos en la maleza mientras avanzan los legionarios
cantando Los novios de la muerte y Millán
Astray los arenga desde su coche), lo que es una opción tan personal como
que Woody Allen hable de sexo en sus
películas pero no salga ninguna escena erótica en ellas. La violencia
fratricida está en un segundo plano en Mientras
dure la guerra para centrarse el director de Ágora y Los otros en la
caída del caballo del contradictorio intelectual Miguel de Unamuno cuando era rector de la Universidad de Salamanca
y apoyó el Alzamiento Nacional, de lo
que luego se arrepintió.
El film se ubica en Salamanca y en el momento en que esa
Junta Militar que dio el golpe de estado contra la República, pero sin
renunciar a ella al principio, cambió su transitoriedad (iba a poner caos en el
desorden imperante mientras durara la guerra) por la perennidad de una
dictadura unipersonal que duró 36 años, hasta la muerte de Franco. Asiste el
espectador a las maniobras en la sombra de Nicolás Franco (Luis Bermejo), el hermano del dictador y uno de los personajes más
influyentes, y del general de la legión Millán Astray, el máximo valedor de ese
oscuro y brillante general que sobrevivió a mil batallas en África. Se obvia la
brutalidad de esos militares, los baños de sangre que se dieron en su alzamiento
contra la legalidad republicana.
La película está bien
ambientada y rodada aunque los historiadores sesudos hagan hincapié en las
muchas licencias que se toma el director para que el drama funcione. El film es
una recreación histórica, es ficción inspirada en unos hechos reales, no un
documental al que sí se le debería exigir un rigor absoluto. Junto a Miguel de
Unamuno, al que Karra Elejalde pone
voz, cuerpo y cara en la que es su mejor interpretación, porque está
sorprendentemente comedido ese actor que nos tiene acostumbrados a la
sobreactuación, y su enfrentamiento con Millán Astray (otro aplauso para Eduard Fernández que confesó empatizar
con el legionario mutilado), entre los que existe una cierta complicidad y camaradería
a pesar de las diferencias (el caballero legionario, pese a su aspecto
patibulario, era un militar con formación), asistimos a los tejemanejes de Francisco Franco,
alias Paquito (clonado por Santi Priego, que borda ese personaje
mediocre de voz meliflua), con la Junta Militar para hacerse proclamar
Generalísimo y jefe de estado a pesar de las reticencias, entre otros, del
general masón Cabanillas (Tito Valverde)
y Mola (Luis Callejo).
La cinta de Alejandro
Amenábar tiene momentos emotivos (la
discusión retórica de Unamuno con su amigo y profesor de literatura Salvador
Vila (Carlos Serrano-Clark) antes de
que lo detengan; los rifirrafes religioso filosóficos con su amigo el pastor
protestante y masón Atliano Coco (Luis
Zahera); y la magistral conferencia impartida por Unamuno en la Universidad
de Salamanca y su profético “Venceréis pero no convenceréis”, que realmente fue
“Vencer no es convencer”, con que se cierra el film.
Le sobran a Mientras
dure la guerra subrayados musicales, obra del Alejandro Amenábar compositor, innecesarios en las escenas más relevantes,
y esa ambigüedad de la que hablaba al principio. Convierte el director, imagino
que en una autoimpuesta neutralidad, a insignes liberticidas con las manos
manchadas de sangre en personajes entrañables. Franco es corto, de estatura y
de miras, pero le salva ese humor a la gallega; la elegante Carmen Polo de
Franco salva a Miguel de Unamuno de las hordas legionarias y falangistas que
amartillan sus pistolas tras su discurso porque admira al literato y pensador
por cristiano; Millán Astray es un tipo simpático y carismático, que asusta a
los niños con su cuenca de ojo vacía y el muñón que tiene por brazo, y le
reprocha a Miguel de Unamuno, casi su colega, que hable de los legionarios como
cortadores de cabezas. La suciedad y la brutalidad de la guerra incivil, los
fusilamientos, las violaciones, las decapitaciones a las que se entregaban las
hordas de moros que acompañaban a Franco, todo eso queda fuera de plano, como
si no existiera.
Tampoco las nuevas generaciones se van a enterar de que iba
la guerra civil si ven la película de Alejandro
Amenábar, pero disfrutarán de un espectáculo cinematográfico bien
condimentado y de un nivel más que aceptable.
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