SOCIEDAD / ARDE CATALUÑA
ARDE CATALUÑA
Ficción
y realidad son vasos comunicantes. Los acontecimientos violentos que se están sucediendo en Barcelona remiten directamente
al final de la película de moda Joker,
cuando los ciudadanos de Gotham la emprenden con todo lo que encuentran,
policías incluidos, e incendian la ciudad en una orgía de destrucción.
Barcelona, Lérida, Tarragona y Gerona son Gotham estos días. Ahora sí, por fin,
lo que pedían a gritos los separadores, tiene lugar, la violencia, que ha
estado ausente de todo este proceso, ha eclosionado con toda su virulencia: sus
deseos se han hecho realidad.
La
revolución de las sonrisas y de las manos levantadas ha dado paso a la de la
ira, el puño cerrado y el fuego. Tantos años de contención han estallado tras
esa explosión de TNT de una sentencia a todos ojos excesiva, desproporcionada y
provocadora del Tribunal Supremo. Pero no conviene generalizar, a pesar de que esas
imágenes de las ciudades de Cataluña nos retrotraigan a los peores años de la kale
borroka del País Vasco; la mayor parte de la ciudadanía, incluida la de la que
quiere la independencia, se ha mantenido firme en su pacifismo y rechazo a la
violencia.
La
situación se ha desbordado y está fuera de control y los violentos llevan la
iniciativa a pesar de la contundente presencia policial y sus acciones muchas
veces cuestionables (los disparos de las escopetas). Los violentos son unos
pocos miles, pero suficientes para crear el caos; están preparados para la
guerrilla urbana y probablemente hayan
venido activistas radicales de otros puntos de la Península y Europa por el
efecto llamada para reforzarlos.
El que
los referentes pacíficos de la revuelta estén en la cárcel, condenados a nueve
años de prisión por ejercer el derecho a manifestación pacífica, tiene como
consecuencia la acefalía política (Joaquim Torra es todo lo contrario a un
líder) del movimiento independentista. Un Jordi Cuixart en libertad habría
pedido a los incendiarios que abandonaran
la calle. Sin ese liderazgo pacífico, los violentos han tomado la iniciativa en
una batalla campal irracional en la que La República Catalana ha quedado en un
segundo plano, ahogada en la testosterona de los enfrentamientos físicos. No se
ve solución a corto plazo que no pase por el cansancio de los vándalos y
crucemos los dedos para que no se produzca ningún daño irreparable en los días
que vendrán.
Para su
desgracia, los movimientos pacíficos o son muy largos en la consecución de sus
objetivos o fracasan al no poder doblegar al poder. La batalla de los medios es
fundamental en el mundo en el que vivimos y el poder de las imágenes no tiene
parangón. Una Barcelona en llamas es suficientemente espectacular para que cope
todos los medios de comunicación como icono de la revuelta. En la mente de
todos está la revolución de los paraguas de Hong Kong (violenta), la de los
indígenas de Ecuador (violenta hasta el punto de obligar al gobierno a
abandonar la capital) y de los chalecos amarillos franceses (violenta), y las
tres consiguieron sus objetivos y siguen más allá de ellos.
El
problema del independentismo catalán es que su objetivo final, la creación de
un nuevo país, es inviable, y lo saben sus instigadores. La mitad de los ciudadanos de Cataluña no está
por la secesión. No hay absolutamente nada más que humo detrás de esa
ensoñación llamada República Catalana, un simple desiderátum, más humo ahora
con una sentencia inaceptable y las hogueras de los incendiarios.
LA VIOLENCIA Y EL DOLOR EN LOS AÑOS DEL PLOMO EN EL PAÍS VASCO.
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