LITERATURA / SIN PENSIÓN, DE JOSÉ MARÍA GARCÍA SÁNCHEZ
SIN PENSIÓN
José María García Sánchez
José María García Sánchez (Santa Coloma de Gramanet, 1964/ y renacido en Montblanc, 2019) ha entrado con fuerza en el campo de la literatura negra española con una visión muy social del género. Si en Makoko (Nueva Casa Editorial, 2018), su primera incursión, abordaba la odisea de un emigrante subsahariano que intentaba cumplir su sueño de llegar a Europa, y en Tráfico (Ediciones del Serbal, 2019), premio ex aequo La Orilla Negra, el ídem de órganos, en Sin pensión (Célebre Editorial, 2020) se mete de lleno, no sin sarcasmo y un soterrado humor muy negro entre líneas, en resolver el problema de las pensiones y el déficit de la Seguridad Social que parece quitar el sueño a la clase política. Si no se puede aumentar el número de contribuyentes (harto difícil), se puede bajar el de perceptores de prestaciones. ¿Y cómo hacerlo? Jefe, eso no es cosa mía, pero hay cientos de maneras de que parezcan accidentes.
Tres personajes variopintos, que aparentemente nada tienen en común, un sicario colombiano de gatillo fácil llamado Wilson— Otro gorila abre la portezuela de un Mercedes. Eso el momento. Los tres sicarios se acercan. Wilson Díaz para aún guardaespaldas en la cara (es posible que lleve chaleco antibalas.) Leo aprieta el gatillo tres veces y la tercera bala atraviesa el cuello del otro guardaespaldas. César golpea al ministro y le rompe la cerviz. Wilson los remata de cinco balazos, mientras el otro pistolero se encarga de la esposa. —; un informático que chantajea a pederastas para sacarse un buen sobresueldo en estos tiempos de crisis —Todo lo que dice está sustentado por datos objetivos (cifras, estadísticas, magnitudes) pero no acaba de entender como se van a eliminar los millones de pensionistas, ni cómo va a escoger aquellos que resulten más onerosos para las arcas de la Seguridad Social. — y un político corrupto, pedófilo y onanista —Gonzalo Pérez de Insúa está decidido a pasar a la historia como el mejor ministro de España de todos los tiempos. Mientras piensa en solucionar este complejo asunto, su libido parece calmarse. Solo se ha masturbado dos veces al día, y deja aparcado su deseo de tener contacto directo con las niñas cuyas imágenes le proporciona su proveedor rumano—, cruzan sus caminos para ponerse, previo pago, a las órdenes de este último y resolver de una vez por todas, y de la forma más drástica posible, el tema de las pensiones.
José María García Sánchez, que no es muy amigo de las convenciones narrativas, y esa, precisamente, es una de sus características literarias, arma frases rompedoras a lo largo de la novela—La sangre (roja, cálida, pastosa) baja por el cuello del sicario y mancha su camiseta de los Rolling Stones, cuya lengua parece lamerla. — y no se anda por las ramas sino que va directo al grano con una forma de narrar que recuerda al tableteo de una ametralladora. Alterna en los capítulos de Sin pensión tres acciones, las de los tres personajes centrales de su novela, inserta los diálogos (bromea que le da pereza eso de poner guiones largos) dentro de la narración y salpimenta con dosis de cianuro esta historia que ha aparecido en esta época de pandemia, como si se tratara de una premonición, que se ha cebado con los pensionistas. Podría pensarse que el autor de Tráfico tiene guardada en su memoria ese pensamiento de Christine Lagarde de que vivimos demasiado para que el sistema sea sostenible. El político corrupto, bien aconsejado por sus asesores, tiene la solución: Aumentar la sal de determinados alimentos, desconectar la calefacción de los centros geriátricos unas horas al día, modificar los parámetros de las máquinas de diálisis, cambiar los resultados de las analíticas de sangre y de orina o introducir en sus dietas tocino, mantequilla y aceite de palma puede ser tan mortal como una bala del calibre 45.
Con someras pinceladas José María García Sánchez va introduciendo a sus personajes, que no son ningún dechado de virtudes, pero en esta novela, como se dice en la contraportada, no hay buenos sino malos, malvados y malísimos. Uno, ese Wilson escuchimizado y psicópata sangriento, ejerce la violencia más primaria, la del que deja un reguero de muertos por el camino porque ha nacido en un barrio de Bogota en el que la vida se pierde con facilidad pasmosa; el otro, el político corrupto y corrompido, como una parte significativa de la clase política de este país, ejerce una violencia más sutil, de guante blanco; el tercero en discordia, el informático, se aprovecha de las vergozantes debilidades humanas y es un buscavidas al que solo le interesa la suya.
Sin pensión es una novela ágil, escrita con mala baba, con guiños de humor negro entre borbotones de sangre que uno lee sin respirar, de un tirón. Lo que propone ese político que contrata a un sicario (Liquidar viejos desarmados no es tan peligroso como matar camellos morosos o eliminar la competencia de las bandas rivales) y a un informático puede que esté en la cabeza de algunos “servidores públicos” (entre comillas) si aplicaran la lógica capitalista de la productividad hasta las últimas consecuencias, una distopía a la que paso a paso vamos acercándonos. En esta sociedad, como se dice en el subtítulo de la novela, que es un claro homenaje a los hermanos Coen por los que el autor tiene devoción, no hay lugar para viejos. Y en estos días infaustos, precisamente, lo estamos viendo.
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