LITERATURA / EL HABITÁCULO, DE LLUNA VICENS
Resulta complejo hablar de El habitáculo (Vencejo Ediciones, 2022), el último libro de la escritora Lluna Vicens (Badalona, 1969), que nos llega tras Doce días, una vida (Parnass Ediciones, 2019) y la novela negra testimonial Mercancía robada (Grupo Tierra Trivium, 2021), que giraba sobre su traumática experiencia (ella detesta la palabra víctima, prefiere superviviente) al ser secuestrada y prostituida por una red de proxenetismo, y su presencia en diversas antologías con sus relatos y poemas: Juramento Negro, El origen del mundo y Poetas del crimen por la paz. He parido dos hijos de papel que he escrito con tinta mezclada con lágrimas, confiesa la autora. Si alguna relación hay que buscar con El habitáculo, habría que remitirnos a su primer libro por su vertiente intimista.
Precede a los textos que conforman el libro un magnifico prólogo del escritor argentino
Guillermo Orsi, el único que ha escrito en su larga vida este autor consagrado:
En su desafiante tarea Lluna construye, teje
y desteje su habitáculo, muda de piel para reencontrarse luego con ella, ya
transformada, y revestirse. Una piel, la de su texto, que el lector
desprevenido, el testigo fugaz de la implosión, tal vez no reconozca como
propia. Esa ajenidad es aceptada por la propia autora cuando afirma que tan
solo soy una parcialidad de mí misma.
Resulta
complicado hablar de una autora que no se considera escritora, una palabra que,
según ella, le viene grande, y no es falsa modestia, y que se habría mantenido
oculta de no ser por una serie de circunstancias sobrevenidas que la impulsaron
a dar el paso de publicar. Lluna Vicens, y eso lo advertirá el lector avezado,
escribe como respira y lo hace, y eso es definitivo, para sí misma; para ella,
la literatura es liberación y catarsis al mismo tiempo. Su escritura, sin
alambiques (no hay que consultar el diccionario, no hay ese sonajero que lastra
los textos) ni imposturas tan frecuentes en nuestros días, denotan una
sensibilidad extraordinaria. Lluna escribe con una precisión que la podría
hermanar perfectamente con la prosa poética, pero sin serlo exactamente, porque
a través de sus frases reflexiona en voz alta. No, no soy yo la que escribe. Es eso que él alguna vez llamó vida, y
yo, instante. No hubo ni habrá bosque o abrazo que pueda contener la inmensidad
de aquel azul que vimos tantas veces. Nos encontramos ante una gran
prosista y una escritora del interior.
Consta El habitáculo, una alegoría de su morada
interior, un territorio físico y también espiritual en el que se siente
acogida, de tres partes diferenciadas: unos textos breves que podrían ser
leídos como diario, otros reunidos con el título Días de varios, para terminar en tono epistolar con Cartas al habitáculo, separadas estos
tres tramos narrativos por las exquisitas pinturas póstumas del artista Tony
García que embellecen este libro publicado con esmero por la recién nacida
editorial Vencejo Ediciones.
Nos
confiesa Lluna Vicens que sus mejores párrafos, con los que más se identifica,
en los que se vuelca en corazón y alma, a tumba abierta, son producto del
dolor. Puede que la clave de esta literatura tan extraordinaria como emotiva,
de esa literatura del interior de la que Lluna Vicens es una maestra consumada,
resida en su sensibilidad excesiva, casi patológica, que ella no oculta y
valientemente expone: Hace algunos años
me diagnosticaron trastorno depresivo mayor, y no es que siempre esté mal, es por temporadas. Pero es cierto que desde
entonces soy un oleaje de emociones que vienen y van, como aquellos días que
pasé en el habitáculo.
En sus
textos disecciona palabras— Puedo
escuchar la lluvia caer sobre el tejado de la casa de al lado. La palabra
tejado me produce ternura. Guarda y custodia la historia de huellas pequeñas,
de sueños de amantes ajenos y de los míos propios. ¿Cómo se puede almacenar
tanta ternura en una sola palabra? —, expresa gratitud —Fui naturaleza muerta sobre su cama a la que
él dio vida. —, agonía —Tras el
cristal cae el polvo, la lluvia y la tristeza de anunciar mi estado en ruinas,
declarándolo zona catastrófica. —y poesía —Cuando te hablan sin conocerte, cuando te conocen sin verte, cuando te
ven sin mirarte, cuando te hacen flotar y pensar y removerte y reírte y hasta
te hacen daño solo con unas palabras y un ritmo. Cuando ocurre todo eso, no
estás leyendo un libro, ni escuchando música. Estás escuchando poesía. Te estás
escuchando a ti mismo en boca de otro.
A
través de su libro Lluna Vicens desnuda su alma y muestra su fragilidad interna
sin falsos pudores —Es sabido reconocer
que hay palabras vetadas, las denomino las innombrables: como fragilidad,
intimidad, contraste, otredad y sorpresa. —, compone piezas musicales con
un color al que le da ritmo —Gris Londres
el día que comienza. Gris plomizo el cielo que presagió el cierre del acto
final. Gris antracita la mina del lápiz que descansa sobre el cuaderno, que
muevo de lugar intentando rellenar tu ausencia. Gris Siberia el color del alma
de este cuerpo que soy y todavía vive. Gris lobo tu mirada. Gris ártico la
noche, metáfora literaria cuando te veo en las siluetas que no eres, y veo tu
espalda y el color de tu pelo y tu forma de andar.
Es el
libro un homenaje a esa literatura salvadora que permea la vida de Lluna
Vicens, ávida lectora desde que empezó a leer, y la salva —Esta necesidad de transformarlo todo en literatura, en algo que nace y
empieza a latir, esta música desde la otra habitación—; se permite crear un brillante neologismo —Hacer de la palabra desescribir un verbo,
como el desandar. Una solución inventada: desescribirte para poder seguir,
desandar para encontrarte. —, hace
que la literatura sea su escudo —Cuando tengo miedo, los libros y el aroma
que desprenden sus páginas me amparan. —, ligada a la vida, ligada a ella
con pegamento indisoluble —Escribo porque
es lo único que sé hacer, como la lluvia que solo sabe caer.
Con la
magia de sus palabras, Lluna Vicens recrea emociones, hace que sus textos
palpiten, resuenen en nuestro cerebro una vez leídos y releídos —Por mi parte fue una suerte poder descubrir
la pasividad, mojarme hasta quedar empapada, limpiar todo aquello que no debía
estar, relajarme, volverme agua, lamer no solo mis heridas, abrirme,
desatrancarme de esa losa, levantar las compuertas y dejarte ir.
Y el
amor, tema central del libro, que impregna sus páginas, que asoma en todas sus
esquinas aunque a veces se esconda en metáforas, descrito con un fraseado
preciso y poético —Avísame cuando me
eches de menos. Y si durante ese tiempo, otros labios te recuerdan el sabor de
mis besos, si otros ojos te miran con el mismo deseo, si otras manos te buscan
y encuentran la llama que dejé prendida, si al anochecer me sientes perdida en
tu piel, si se te escapa mi nombre en un suspiro apasionado, si no consigues
borrar los sueños que soñamos juntos, no te preocupes. —como también lo es
la muerte en esta reflexión sobre sí misma que resulta desazonadora —Me estoy volviendo ceniza aun sin muerte y
nadie lo sabe
Cortázar
como referente, su París que buscó y no encontró, asoma en los textos de este
cronopio letraherido; Virginia Woolf, siempre, por supuesto, con la que se
identifica, hasta convertirse en su clon perfecto en textos que aúnan tragedia
y sensibilidad, y de ahí esa frase de la escritora británica que encabeza el
libro: Porque es una lástima muy grande
no decir nunca lo que uno siente. Lluna Vicens toma buena nota de ello. Su
último libro es un ejemplo palpable.
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