CINE / GOYA ENCUMBRA A BAYONA Y SE OLVIDA DE ERICE

 


Jota, como le llaman sus allegados, estaba exultante en la ceremonia de los Goya, y no era para menos: 12 Goyas. ¿Anticipan su más que probable Oscar? Posiblemente la Academia del Cine lo haya pensado dada su generosidad premiativa. Y a Bayona, a medida que su sociedad de la nieva era nombrada, se le saltaban las lágrimas.

 


La ceremonia de los Goya sigue siendo mucho más divertida que la de los Oscar, que es larga y aburridísima con esos chistes que a veces no son bien recibidos y alguna que otra hostia se llevan los que hacen humor con temas sensibles. En esta, breve, y en Valladolid, hubo poco humor y poca reivindicación. Uno echó de menos la del No a la guerra. Contadas las intervenciones (la directora vasca de 20.000 especies de abejas) que hicieron referencia a la masacre que se está perpetrando en Gaza (aunque el cámara enfocaba constantemente la mano de David Trueba que llevaba una pegatina), alguna sobre la crisis del campo por parte del catalán David Verdaguer (la tractorada no llegó a Valladolid) y un sopapo del manchego  Pedro Almodóvar a ese vicepresidente de VOX que dice que el cine español es poco menos que una mierda que no merece ser subvencionado. Y no podía faltar la denuncia a los abusos machistas en el cine que sufren las actrices, aunque sin nombrar a ningún director en concreto, que haberlos haylos.

 


Este año la cosecha fue excepcional, aunque los premios no estuvieron bien repartidos. David Verdaguer, clonando a Eugenio, se llevó el de interpretación masculina que yo se lo hubiera dado al  armenio navarro Hovik Keuchkerian por Un amor de Isabel Coixet, que se fue de vacío a pesar de haber realizado su mejor película desde La vida sin mí, y Jose Coronado por Cerrar los ojos, porque el resto se lo llevó Bayona y su espectacular película.

 


No es que la película de Bayona sea mala, que no lo es, que es buena, sin duda la mejor de las que ha realizado por el momento, pero había otras mucho mejores: Cerrar los ojos, Un amor, Creatura... Que Elena Martín, sentada en primera fila, no subiera a recoger ningún Goya ni estuviera nominada como mejor directora o actriz principal fue injusto. Tampoco se llevó el Goya a la mejor película europea la extraordinaria Aftersun que recayó en la francesa Anatomía de una caída. Ninguna objeción a que La sociedad de la nieve se hiciera con todos los Goyas técnicos. Pero... ¿los artísticos? Fue un insulto que la aventura de los Andes le robara el Goya al mejor guion al espléndido de Víctor Érice de Cerrar los ojos, que es tan redondo como magistral.  Claro que 20.000 especies de abejas, pese a estar nominada a quince, solo consiguió dos, aunque importantes, uno de ellos para Estibaliz Urcéolo Solaguren a la dirección novel.

 


La gran Sigourney Weaver recibió su Goya a la trayectoria y se aturulló en una parte de su discurso que nadie entendió a pesar de que alternaba el castellano y el inglés. De ella he visto sus mejores películas: Alien, el octavo pasajero, y toda la serie, Tormenta de hielo de Ang Lee, en donde era una señora promiscua en una fiesta de casados aburridos, Gorilas en la niebla, El año que vivimos peligrosamente y La dama y la doncella, pero presumo que quemó parte de su carrera en películas tontorronas y prescindibles que seguramente le dieron mucho dinero. A la Weaver le van los papeles con los ovarios bien puestos, capaz de enfrentarse a un monstruo tan voraz como feo o a un torturador de la dictadura argentina con la cara de Beng Kingsley en la película de Roman Polanski rodada en Galicia.

 


Me enteré, durante la ceremonia, de gente que se había ido de este mundo sin avisar: Ángel Jové. El perturbador protagonista de Bilbao y Caniche y amigo de Bigas Luna se fue discretamente durante el 2023. De Carmen Sevilla y de Concha Velasco sí me enteré, y me lo recordaron en la ceremonia cantando Ana Belén Quiero ser artista.


 

Estaban el presidente del gobierno, muy elegante y sonriente, sentado al lado del presidente de la Junta de Castilla y León, el mismo cuyo vicepresidente había arremetido dos días antes contra los cineastas aprovechando la tractorada. Fernando Méndez Leite, el presidente de la Academia, estuvo reivindicativo, pero menos que Pedro Almodóvar que iba flanqueado por alguna de sus chicas, entre ellas una espectacular Marisa Paredes y Penélope Cruz que cada día está más guapa, irradia luz e iba sin su consorte. Deseando verla en Ferrari de Michel Mann.

 


Este año la cosecha latinoamericana ha sido modesta comparada con la española y la europea. De Argentina creo que habló Gael García Bernal, que es chico Almodóvar, o algún actor uruguayo de La sociedad de la nieve, Matías Recalt, mejor actor revelación, porque el de la motosierra creo que coincide con el vicepresidente de VOX de la Junta de Castilla y León: esta gente del cine son titiriteros y además zurdos. Se llevó el Goya La memoria infinita de la chilena Maite Alberdi.

 


Decepcionado porque Dispararon al pianista, la última maravilla de Javier Mariscal y Fernando Trueba, se fuera de vacío, pero allí estaba Pablo Berger y su Robot Dreams, que también se postula a los Oscar, que se hizo también con el premio de guion adaptado, primero que obtiene en esa categoría una película de animación.

 


Hubo momentos emotivos en la gala, como el llanto de alegría de la niña de 20.000 especies de abejas, Sofía Otero, cuando anunció que su compañera de reparto Ane Gabarain obtenía el premio a la mejor actriz de reparto  y esta, al recoger el premio, brincaba de alegría después de su discurso de agradecimiento.  La gallega Janet Novás estuvo taquicárdica perdida, y eso que leía su discurso, al recibir su Goya por O corno. A Belén Rueda, siempre espectacular, que iba de rojo, estuvieron a punto de pisarle la cola de su vestido. 

 


Fue una ceremonia ágil, que empezó con David Bisbal intentando cantar como si fuera Raphael (y no le llegaba a la suela del zapato), y terminó con una foto de familia de todos los premiados que se iban con su cabezón a casa. Ana Belén, como maestra de ceremonias, dijo algo sobre la magia del cine: los actores siguen viviendo en la pantalla aunque lleven décadas muertos. El cine es una forma de inmortalidad.   


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