SOCIEDAD / NO HAY INOCENTES EN GAZA
La
frase es del ministro de Defensa israelí del gobierno ultraderechista de
Netanyahu, Avigdor Lieberman, en relación a la insoportable matanza de civiles
que el ejército israelí lleva perpetrando en la franja de Gaza desde hace más
de dos meses con la complicidad internacional que no detiene esa sangría, y
puede que se esté envenenando, con esa frase asumida por la sociedad de Israel,
la conciencia de su población del mismo modo que el nazismo envenenó la del pueblo
alemán cuando inició sus guerras de exterminio y limpieza étnica. Hace ochenta
años hombres, mujeres y niños fueron sistemáticamente eliminados en las cámaras
de gas de los campos del horror. Hoy, hombres, mujeres y niños son
sistemáticamente asesinados a diario en Gaza. Si la llamada guerra de Gaza, que
no es otra cosa que una operación de exterminio, dura un año y extrapolamos las
cifras de muertos actuales podremos hablar de un baño de sangre que habrá
costado unas ciento cincuenta mil vidas humanas.
Me
temo que la sociedad israelí está entrando en una dinámica de descomposición
moral porque no hay más conatos de protestas contra lo que está perpetrando en
su nombre su ejército que las manifestaciones para exigir la liberación de los
secuestrados por Hamás, ni una sola por detener el asesinato en masa de
palestinos. En mi ingenuidad llegué a sospechar que las imágenes insoportables
de muerte y destrucción con las que nos desayunamos a diario estaban vedadas en
los medios de comunicación de Israel, pero me he dado cuenta, por determinadas
reacciones, que no ha hecho falta ninguna censura. Del mismo modo que el pueblo
alemán, mientras el III Reich arrasaba Europa jaleaba a sus tropas, la
población de Israel acepta que ese es el precio en sangre que debe pagar para
su seguridad.
Hace
casi un mes destaqué, por incomprensible, la reacción de una madre israelí cuyo
hijo, secuestrado por Hamás y que se había escapado, se entregaba a sus tropas,
desnudo y brazos en alto para demostrar que estaba inerme, y era asesinado por
un soldado de su propio ejército que lo vio como una amenaza. La madre exoneró
al asesino de su hijo y culpó de su muerte a Hamás. Hace unos días la
televisión pública hacia una breve entrevista a un judío que acababa de perder
a su hijo en esa batalla desigual que nadie puede llamar guerra. Ese padre,
inflamado de patriotismo y orgulloso de que su hijo hubiera perecido por
Israel, a la pregunta sobre las víctimas civiles que se estaban produciendo,
respondió que las estaba asesinando Hamás y no su ejército. Incomprensible.
Hace
unos días, una periodista destacada en Israel entrevistaba a un joven soldado
que, tras un periodo de descanso, regresaba al infierno, y le preguntaba por el
escenario de la guerra. El soldado se lamentaba de que cada día muere o hieren
a un compañero de filas. Uno, en singular. Cuando la periodista le preguntaba
por las víctimas inocentes que estaban causando sus operaciones militares, la
respuesta fue la oficial, la de su ministro de Defensa: “En Gaza no hay inocentes”.
Los
serbios hubieran asesinado a la totalidad de los bosnios si la OTAN no les
hubiera parado los pies drásticamente bombardeando Belgrado. Los hutu de Ruanda
prácticamente exterminaron a los tutsi porque nadie los detuvo. Los nazis
exterminaron a judíos, gitanos, homosexuales e izquierdistas porque pudieron.
Una entente internacional liderada por Estados Unidos y Reino Unido se ha
puesto en marcha rápidamente para garantizar el tráfico comercial en el Mar
Rojo amenazado por los hutíes de Yemen, pero no para detener la masacre que se
comete a pocos kilómetros, y bombardea Siria e Irak. Europa, ante el genocidio
que se está cometiendo en Gaza, gira la cabeza para no ver, y Estados Unidos,
el único agente capaz de parar a Israel en esa marcha hacia el abismo, le riñe
suavemente mientras le sigue proporcionando las armas de la matanza.
Lo de Gaza corre el peligro de cronificarse, de que nos habituemos al diario parte de bajas civiles, de que las imágenes de los edificios destruidos, de los heridos atendidos en los suelos de los hospitales, de los niños que han perdido a sus familiares, de los miles de tullidos que está produciendo esta barbarie no genere otra cosa que indiferencia.
Cuando
las chimeneas de Auschwitz quemaban cuerpos a pleno rendimiento algunos se
limitaban a limpiarse la ceniza de sus vestidos.
Comentarios