CINE / HASTA EL FIN DEL MUNDO, DE VIGGO MORTENSEN
El western está
reverdeciendo en su país de origen como su género cinematográfico por
excelencia, que además lo define, y sigue muy presente en una sociedad que
desciende de esos pioneros que se abrieron camino con sus carretas a sangre y
fuego por el territorio hostil que invadían hace poco más de doscientos años.
Ahí está la exitosa serie Yellowstone o esa magna película por entregas
que está gestando ese enamorado del western que es Kevin Costner, Horizon.
An American saga, que se ha presentado, no sin demasiada fortuna, también
hay que decirlo, en el último festival de Cannes.
Viggo Mortensen,
el actor norteamericano afincado en España por razones sentimentales, se pone por
segunda vez detrás de la cámara, también delante, escribe el guion y hasta
compone la banda sonora, lo que le acredita como todo un hombre orquesta
cinematográfico, en Hasta el fin del mundo, un western que, sin
renunciar al clasicismo del género, ahonda en la olvidada visión femenina del
mismo, lo que es una novedad.
Un tipo solitario
de origen danés llamado Holger Olsen (Viggo Mortensen) conoce en San Francisco
a una mujer canadiense de fuerte personalidad y vida independiente llamada
Vivienne Le Coudy (Vicky Knieps), que acaba de romper con su ridículo pretendiente
(Collin Morgan), marchante de arte. Vivienne, tras el flechazo, un amor a
primera vista, se traslada a la modesta cabaña que Olsen tiene a las afueras del
pueblo de Elk Flats, que transforma en un hogar, pero ha de arrostrar un
periodo de dura soledad cuando su pareja decide enrolarse en el ejército y
participar en la guerra civil.
Quizás, la mayor
virtud de este western rodado en México y Canadá, una versión de La Odisea
con un Ulises que desaparece para irse a la guerra y una Penélope que lo espera
organizando su vida sin él, y que tiene puntuales ramalazos de violencia —el
tiroteo en el pueblo por parte del villano Weston Jeffries (Solly McLeod),
matón a las órdenes del alcalde corrupto Rudolph Schiller (Danny Huston); una
violación brutal; la salvaje paliza que se lleva un pianista porque al matón no
le gusta lo que toca y el ahorcamiento de un inocente—, resida en la revisión
femenina del género, y así Vivienne, esa mujer fuerte, decidida, que toma sus
propias decisiones y se emancipa económicamente trabajando en el masculino saloon
sin amilanarse ante su machista clientela, se convierte en la autentica
protagonista del film, sobre la que gira la historia. En ese sentido resultan
paradigmáticas su indignación cuando Holger Olsen decide abandonarla para ir a
la guerra—Qué se te ha perdido en ella, le viene a decir— como su
pregunta, cuando regresa un año más tarde, de Qué tal te fue en tu guerra,
en tono irónico.
No es una película
perfecta Hasta el fin del mundo, porque hay errores de guion y montaje
(escasa clarificación de los flash backs, hasta el punto de que el espectador
pueda creer que Viggo Mortensen interpreta a dos personajes distintos cuando es
el mismo), no se sabe bien qué hace ese danés emigrante aceptando del alcalde
la placa de sheriff cuando no actúa como tal en el violento incidente que se
produce en Elk Flats ni posteriormente, chirrían las escenas oníricas en las
que aparece un personaje medieval y los flash backs del personaje Vivienne niña,
cuyo padre trampero aparece ahorcado, por ejemplo, pero introduce en ese
territorio dominado por la testosterona, que es el western, delicadeza, gracias
a la prodigiosa interpretación de la Josefina del Napoleón de Ridley
Scott, y buenas dosis de ternura en la relación de la enamorada pareja
protagonista. Así es que nos hallamos ante un western minimalista en el que
prevalecen los diálogos —¿Qué haces viviendo como un perro? pregunta
Vivienne al rudo Olsen cuando va a su casa, y este le responde: Pero soy un
perro feliz—, las miradas de ternura y los sentimientos sobre los tiroteos,
y que desemboca, en su secuencia final, como ese extraño western que inició
Stanley Kubrick y finalmente hizo suyo Marlos Brando, Río sin retorno,
en el mar como fin del mundo, una ampliación del horizonte vital de ese padre
que cabalga con un hijo impuesto buscando iniciar una nueva vida.
A la dura e inhóspita Alaska va gente que huye de su pasado y de sí mismo. Una novela de expiación en un escenario grandioso en donde la blancura de la nieve es sinónimo de sudario.
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