SOCIEDAD / LAS AUSENCIAS: FRANÇOIS HARDY
Creo que fue mi padre
quien me descubrió quien era Françoise Hardy. Tenía una mente muy inquieta mi
progenitor y cualquier novedad discográfica o literaria le llamaba la atención.
En su biblioteca, el santuario de la casa con unos cuantos miles de libros que
se amontonaban en los anaqueles y devoraban las paredes empapeladas, tenía un
tocadiscos Philips que también era radio y disponía de unos altavoces
aceptables. De cuando en cuando, se retiraba a esa parte de la casa a escuchar
música. Algunas veces, en silencio, yo le acompañaba y cerraba los ojos como
hacía él para sentirme transportado por la música. Así es que creo que fue una
tarde de esas cuando escuchamos a Françoise Hardy los dos. Tous les garçons
et les filles. Me sentí transportado a París. Luego fui. Fue una odisea.
Además de bellísima (lo
continuó siendo a lo largo de toda su vida), la cantante francesa casada con
Jacques Dutronc (al que envidiaba en secreto) lucía un porte extraordinario
(recuerdo todavía ese traje de láminas metálicas de Paco Rabanne en el que se
enfundó y con el que causó furor) y tenía una voz cálida y melodiosa. No eran
bailables sus canciones. Había que escucharlas abrazado a una persona amada, en
un día lluvioso, preferiblemente en una cafetería con cierta solera, y en la
mesa una novela de Françoise Sagan, por ejemplo: Bon jour, tristese. Había
profunda tristeza en sus canciones, como las había también en las Georges
Moustaki, a quien en mi época de hippy adoraba. ¡Qué voces! Y Mireille Mathieu,
arrumbada en no se sabe qué lugar olvidado, de quien no sé nada.
Uno lleva un tiempo
perdiendo a todos sus referentes y sin conectar con lo nuevo que sale (Taylor
Swift, por ejemplo). No hace mucho tiempo que se fue otra cantante exquisita
llamada Jane Birkin, que también fue hermosa hasta el final, tenía voz de ángel
y lo era. Casi todo el mundo recuerda sus suspiros y sus melodiosos orgasmos
convertidos en canción gracias a su marido Serge Gainsbourg. Apenas hace un mes
se nos fue Paul Auster, otro mazazo para los que amamos la literatura y
gozábamos de sus libros. No digamos los astros de Hollywood, aquellos que me
hicieron soñar con mundos más apasionantes cuando era un chaval de pantalón
corto. Resucitan cada vez que los veo en la pantalla. Me producen la nostalgia
de mundos soñados, recuerdos infantiles.
Uno no entiende este
mundo con estas matanzas salvajes que suceden ante nuestros ojos sin que nadie
las pare, retransmitidas mientras desayunamos café con leche manchado de sangre.
Los alemanes comían salchichas y chucrut mientras gaseaban a mansalva a los
judíos. Echo en falta esa juventud revoltosa, melenuda, inconformista,
luchadora y con valores y ganas de cambiarlo todo para mejorarlo, que se
manifestaba contra la guerra de Vietnam que sentían suya, a Jane Fonda, Angela
Davis y a ese Conh Bendit que luego se aburguesó, los buscadores de playas
debajo de los adoquines que volaban y se estrellaban contra los cascos de los
policías. Nos quedaba París. Ahora ni eso. Hoy ser facha, xenófobo y machista
es guay cuando antes era vergonzante. Lo llaman cambio de paradigma. Perdemos
todos nuestros referentes, culturales y éticos (¿Dónde está José Luis Sampedro,
Manolo Vázquez Montalbán?), y no entendemos este mundo que se nos impone a
velocidad de vértigo, acrítico, tramposo, digital (que quiere decir que
perdamos un montón de tiempo), que impone la estafa global sin que nadie se
alce en contra, diga basta.
Una amiga, a propósito de
la desaparición de Françoise Hardy, un icono para mi generación que trasciende
a su condición de cantante (era una forma de vivir y pensar, un estilo, una
estética), me ha dicho algo que quizá tenga mucha razón y que comparto: “Cada
vez me parece menos interesante lo que queda. Quizá, cuando llegue el día, me
importe menos partir”.
Cuando ya no conectas con
lo que hay, cuando ya no entiendes el mundo en el que vives, es que te toca
marchar de él y bajar el telón. Y hacerlo como Roy Scheider en Al That Jazz,
mejor. ¿La muerte es blanca como Jessica
Lange? Pregúntenle a Françoise Hardy.
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