CINE / SHAYDA, DE NOORA NIASARI
El
cine iraní en el exilio, cada vez más abundante debido a la represión que sufre
el país, está tomando el relevo últimamente al cine algo conformista y
monotemático (las tensiones familiares), hijo tardío del surrealismo italiano,
a que nos tenía acostumbrado la cinematografía oficial de ese país oriental
encabezada por el ya difunto Abbas Kiarostami, Asghar Farhadi o Jafar Panahi,
tolerados por el régimen de los ayatolás y vendidos al exterior como imagen de
su tolerancia, y ahí están películas como la vibrante Tatami o la
siniestra e inquietante Holy Spider.
La
actriz iraní Zar Amir Ebrahimi se está convirtiendo en un referente femenino de
la oposición al régimen de los ayatolás que tiraniza su país con una serie de
películas políticamente comprometidas que interpreta y a veces dirige como la
recién estrenada Tatami. En la película australiana Shayda, dirigida por
la también iraní Noora Niasari, una exiliada en Australia que también firma el
guion, y producida por Kate Blanchet, interpreta a la madre coraje que da
título al filme, una mujer que lucha contra viento y marea por la custodia de
su hija Mona (Selina) para que no caiga en las garras de su padre Hossein
(Osamah Sami), su marido maltratador y machista del que se ha divorciado, que
amenaza con llevarse su hija a Irán.
Noora
Niasari denuncia la situación por la que pasan diversas mujeres en parecida
situación a Shayda, y el apoyo que reciben en esas casas de acogida en donde se
sienten protegidas hasta que sus cónyuges maltratadores dan con ellas y
muestran su cara más violenta.
Basada
en hecho reales (la realizadora Noora Niasari recrea su propia infancia traumática), la realización algo plana, el personaje algo caricaturesco del
marido maltratador y la ausencia de tensión dramática, lastran este filme de denuncia
australiano que no consigue emocionar en ningún momento pese al trabajo
impecable de Zar Amir Ebrahimi.
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