LITERATURA / IDENTIDAD, DE JOSÉ ANTONIO LEAL CANALES
Es el cacereño
José Antonio Leal Canales (Villa del Rey, 1958) un autor con tanto talento
literario como oficio que ha obtenido los prestigiosos premios Felipe Trigo,
Seseña o Ciudad de Badajoz como novelista o escritor de relatos cortos, y en Identidad
(Editorial Márgenes, 2023), su último libro publicado, aborda, como su mismo
título indica, ese tema tan querido literariamente hablando por muchos autores,
entre ellos la gran Patricia Higshmith a quien el autor dedica un párrafo
laudatorio: Una vez más, la realidad y la ficción confundidas en un mismo
plano. A raíz de conocerte, él empezó a plantearse escribir una novela sobre la
identidad, uno de esos temas recurrentes de una de sus autoras preferidas,
Patricia Highsmith, la idea del doble, la pérdida de la individualidad de un
personaje a favor de otro, como le ocurre a Tom Ripley.
Ernesto Mancha, un
tipo de vida anodina y carácter arribista — No he sido hasta ahora más que
un buscavidas. Uno más, como tantos otros, una vida vulgar— cuyos
vericuetos vitales plasma con maestría el autor — Yo crecí en la taberna,
que también era fonda, de mi abuelo Jerónimo Mancha, entre cajas de cervezas y
de refrescos, boletos sin premio que se arrojaban al suelo, como los huesos de
las aceitunas. — resulta ser el doble perfecto del escritor de éxito Guillermo
Lotti — Guillermo se recordaba así, escribiendo en cualquier época de su
vida, pero, sobre todo, se recordaba leyendo. — con quien lo confunden, y
uno y otro indagan en su extraordinario parecido hasta descubrir su razón: Quiero saber exactamente de dónde vengo, ni
más ni menos que eso.
José Antonio Leal Canales
ilustra su misterioso relato de identidades con anécdotas escolares de época
pretéritas seguramente vividas por el propio autor para hablar del pasado de
sus protagonistas—Don Carlos Monzón era el profesor que más pegaba. Aparte
de mí había tres o cuatro alumnos más sobre los que caía casi siempre su mano
de piedra. —, la picaresca de los alumnos con respecto al profesorado
femenino con el despertar de la sexualidad— Doña Juani solía usar suéteres
muy finos y estrechos que remarcaban mucho sus pechos, y a veces llevaba faldas
cortas que descubrían sus piernas por encima de las rodillas cuando se sentaba
sobre la mesa del profesor: si de repente extendía un brazo para señalar lo que
había escrito en la pizarra casi nadie miraba a la pizarra.
Describe con
precisión el autor de El fuego y las cenizas los escenarios de su novela,
de la Mérida real—Las calles y los barrios de Mérida ocultaban secretos que
había que descubrir. y eso me gustaba y me atraía como deben de atraer a los
suicidas los abismos. — y de la inventada Cábala — En la parte final de
su estribación, por una carretera estrecha de tierra plagada de baches y de
curvas que ascendía a duras penas, dejando a un lado la garganta de la Desesperá,
se llegaba hasta Cábala, un pequeño pueblo erguido con indiferencia sobre
canchales, cobijado en la ladera del Coto.
Acierta el autor
cacereño con las descripciones físicas, como esta del abuelo de Ernesto Mancha —Mi
abuelo, en cambio, anunciaba con su aspecto abatido y triste la premonición de
la muerte. Los ojos de un color ya indefinido y acuoso, hundidos en las cuencas,
los hombros caídos y una delgadez extrema eran los rasgos más evidentes que
hacían de él un remedo del recuerdo. — o esta otra, irónica, de un
personaje femenino: Tiene los pechos operados y, posiblemente, no sea lo
único. Se conserva bien. Hace deporte en un gimnasio que hay cerca de su casa
todas las mañanas antes de acudir a la inmobiliaria, usa cremas caras en las
que imagino que se rebozará, como un filete empanado, todas las noches antes de
irse a la cama… Borda la descripción de la vejez en este párrafo: El
esqueleto revestido con una piel reseca estaba sentado en una silla de ruedas,
el rostro sometido por unas gafas de cristales redondos y de gruesa montura,
con las que trataba de leer el periódico que tenía sobre sus rodillas. De su
nariz salían dos cánulas que lo comunicaban con una máquina que hacía posible
su respiración.
Es en la parte
narrativa centrada en el escritor Guillermo Lotti en donde José Antonio Leal
Canales despliega toda una serie de reflexiones acerca del oficio de escribir y
sus calvarios particulares que tan bien conoce: Sabía que muchos lo
intentaban y, aun siendo buenos, no llegaban a culminar nunca una carrera
literaria, una de las más difíciles, porque no basta para llegar con el
estudio, con la documentación, con el trabajo exhaustivo, sino que necesita además
de la confianza de los editores, de la aprobación de la crítica, de la demanda
de los lectores, que son los que en verdad determinarán su futuro. Habla,
con ironía, de ese erial literario que es España —Cosa no siempre fácil en
un país donde hay demasiados escritores y a veces se puede tener la sensación
de que el número de los que escriben supera al de los que leen.—, del
escaso éxito de los actos literarios —En
España, nunca un acto literario empezaba a su hora, apenas asistían más de veinte
personas, incluyendo a los familiares y organizadores, que eran la mayoría, y
algunos no dejaban de hablar en alto mientras duraba la charla, masticaban
chicle o se reían, y de vez en cuando sonaba un móvil, molestando así a los
conferenciantes.
El escritor
Guillermo Lotti expresa en alta voz los problemas diarios que atañen a los de
su profesión —Cómo centrarse en escribir si a cada momento se le requería en
otros lugares: en universidades, institutos, asociaciones culturales, ferias
del libro, clubes de lectura, presidencia de jurados de premios literarios, y
hasta en inauguraciones de edificios culturales o educativos—, ironiza
sobre la corrección política que centra la literatura light tan en boga que no
hiere sensibilidades y produce indiferencia: A pesar de que estaba seguro de
que esa novela, escrita dentro de los límites de la corrección política,
conseguiría, aún sin proponérselo, el éxito fácil, la admiración de los
lectores ya domesticados por eficaces editoriales, el cebo adecuado para los
clubes de lectura que se desenvuelven en las cálidas aguas donde el mundo
femenino establece su reino.
A José Antonio
Leal Canales le sirve su coprotagonista literario Guillermo Lotti para hablar
del modus operandi de los escritores, de su faceta vampírica —Probablemente
no haya vida más aburrida ni rutinaria que la de los escritores. Por eso precisamos
saber de los demás. Somos como vampiros que necesitamos chupar sangre para alimentarnos.
— y de las otras vidas que viven a través de los personajes que crean
porque quizá la propia sea completamente anodina: Toda su vida en el fondo
había sido aburrida, acaso el motivo por el que había elegido escribir era para
inventarse otras vidas. La vida de los otros, el título que podría servir para
cualquier novela. El título de una notable película alemana, por cierto.
Bajo los mimbres
de esa intriga por la identidad, que atrapa al lector, José Antonio Leal
Canales habla en multitud de ocasiones del hecho de crear vida a través de las
palabras: Pensó en ese eterno problema del escritor, que es dar salida a
todos los pensamientos que se van acumulando con el paso de los días, tratar de
encauzarlos, darles un sentido, dejar que las palabras se apoderen de los
hechos y los procesen para convertirlos en asunto literario. Y teoriza, por
haber dedicado buena parte de su vida a la docencia, sobre el papel de la
literatura en la sociedad: La ficción siempre nos ayuda a entender la
realidad. Es la razón por la que a la gente le gusta leer novelas. En ellas
vemos cómo son las vidas de los otros, pero también nos ayuda a entender un
poco más cómo es la nuestra.
Identidad, una novela magnífica,
es un híbrido perfecto entre narrativa y ensayo literario, con dos personajes
bien perfilados e idénticos físicamente pero bien distintos por los ambientes
contrapuestos en que se criaron, Ernesto en un ambiente familiar
desestructurado y hostil que le ha obligado a buscarse la vida — Nunca me
había sentido parte de una familia. De mi abuelo Jerónimo solo había recibido
un trato duro y muchos castigos; de mi madre, la indiferencia marcada por su
culpa; de mi padrastro, el más firme rechazo, pues siempre me había hecho ver
que era un estorbo. —, Guillermo en un entorno acomodado. Una novela, la última del autor de El
testimonio del becario, que gira en torno a la literatura y la identidad,
escrita con talento y precisión: La literatura a veces consiste en hacer
creer a los demás que se miente cuando en realidad se está diciendo la verdad. No
se pierdan esta joya los lectores de la buena literatura.
Comentarios