SOCIEDAD / LA PLAYA

 


Limpiar Gaza, una de las primeras ideas motrices del empresario Donald Trump no bien se asienta en el poder en Estados Unidos. Limpiar Gaza de escombros y gazatíes que, para el magnate, condenado por nada menos que por 34 delitos, y el asesino en serie Netanyahu, reclamado por el Tribunal Penal Internacional, son simple escoria. El trabajo sucio ya lo ha hecho el estado genocida de Israel, el brazo armado de Estados Unidos en Oriente Medio, con una masacre sin parangón en la historia reciente contra una población indefensa y encajonada sin posibilidad de huir. Lo siguiente, una deportación masiva de los sobrevivientes a más de un año de carnicería sistemática auspiciada, recordemos, por el gobierno de Joe Biden que se encargó de dar todo el armamento posible a su aliado para que siguiera matando palestinos y facilitando, así, la llegada de Trump a la Casa Blanca. ¿Quién iba a votar a los demócratas que habían ligado su suerte a un genocida perseguido por el TPI como es Netanyahu?


Trump, puede que esa sea su única virtud, es un empresario que hace lo que dice, no cómo otros. Todos los anteriores presidentes de Estados Unidos deportaron a los emigrantes ilegales, incluido el premio nobel de la paz Barack Obama, prolongaron el famoso muro que separa el país de México, pero no sacaron pecho por esa actividad siniestra, sino que la ocultaron. Donald Trump sí, alardea de ello, encadena de pies y manos a los migrantes, los va a enviar, además, al campo de concentración de Guantánamo o a las cárceles de Bukele, que son  limbos jurídicos en donde pueden pasarse años y, de momento, no se plantea gasearlos para abaratar costes.


Estados Unidos, a lo largo de toda su historia, ha conculcado por sistema los derechos humanos en terceros países alentando golpes de estado, asesinatos e invasiones (a Panamá la invade cuando quiere, ahora invadirá Groenlandia como no se la venda Dinamarca a buen precio) dejando un rastro sangriento en Extremo Oriente (guerra de Vietnam), Latinoamérica (apoyo a las dictaduras militares brasileñas, argentinas y chilenas) y en Oriente Medio (invasión y destrucción de Irak). Pero Trump alardea de pisotear los derechos humanos que ya estaban suficientemente pisoteados en todo el mundo, esa es la gran diferencia con los que le precedieron.


Estados Unidos ha elegido a un mal empresario, un multimillonario que se ha rodeado de multimillonarios para sencillamente forrarse a costa de la política y no disimulan. Apunten eso: empresarios manejando los resortes del mundo occidental. Como empresarios, a Trump y su cohorte nada les importan los derechos humanos, los derechos de los trabajadores, el cambio climático, la justicia social sino las cotizaciones de Wall Street y hacer dinero como sea. Tampoco es nada nuevo. Con George Bush hijo llegaron al poder los petroleros, su sed de oro negro, y se privatizó la guerra con Black Water (luego Rusia les copió con Wagner, organización neonazi). La gran diferencia es que el empresario Donald Trump va de matón por el mundo y emplea el lenguaje de la taberna que conecta con buena parte de la población de Estados Unidos y extiende su lenguaje del odio sobre los migrantes, los nuevos judíos a los que hay que perseguir. Con Joe Biden el trust armamentístico de Estados Unidos se ha estado forrando con la guerra de Ucrania y la masacre de Gaza: la sangre vertida se convierte en reluciente dinero. El cambio de paradigma fundamental que se produce con la segunda llegada de Trump a la Casa Blanca es que el mundo empresarial prescinde de los políticos marioneta y se pone en su lugar: se acabaron los intermediarios, todo mucho más claro a partir de ahora. El camino lo marcó hace muchos años Berlusconi en Italia.  


Lo de limpiar Gaza ya se venía venir. La empresa de demolición es Israel. Cuando empezó todo esto, ya la vicealcaldesa de Jerusalén Fleur Hassan-Nahoum dijo que Gaza tenía unas playas paradisíacas y salieron unos cuantos anuncios en la prensa israelí, que luego se retiraron, que ya ponían en venta ese trozo de Palestina que iba a ser reducida a escombros en los meses siguientes. Un Donald Trump antes de ser ungido presidente y condenado como delincuente también hablaba de construir allí un gran resort. Otros hablaban de abrir otro canal de navegación.  Muchos se lo tomaron a broma. Yo no, sabía que iba muy en serio. Pero sobraban los palestinos, como sobraban los nativos americanos de las praderas de Estados Unidos. Se va a reconstruir Gaza, las empresas constructoras israelíes y norteamericanas se van a forrar retirando los millones de toneladas de escombros y sobre esas arenas bajo las que yacen asesinados sesenta mil palestinos se va a edificar un resort de lujo para que tomen el sol los ricachones de medio mundo, se construirá allí un Benidorm, o mejor, una Las Vegas, con casinos abiertos las 24 horas del día, se implementarán negocios multimillonarios que van a cambiar el mapa de Oriente Medio y a Gaza no la va a conocer ni su madre. ¿Los palestinos? Deportados a punta de bayoneta por los marines de Estados Unidos como dice ese Donald Trump desatado que ya habla de mandar al ejército. El acuerdo lo han sellado esos dos delincuentes, el norteamericano y el israelita, en la Casa Blanca. Y lo más grave: no pasa nada, nadie reacciona, ni los gobiernos presuntamente democráticos de esa vieja y decadente Europa ni sus ciudadanos anestesiados que ya se han acostumbrado a los desmanes y a la barbarie y que con su pasividad se hacen cómplices. Europa, que ya no existe, que es sencillamente prescindible y anodina, calla, como ha callado durante la masacre de Gaza.


Con todo esto que está sucediendo en Oriente Medio, se extiende la sospecha de que el atentado de Hamás del 7 de octubre no fue otra cosa que una operación de falsa bandera, que un Hamás, probablemente infiltrado por el Mossad, cometiera esa atrocidad para justificar esta otra atrocidad que estamos viendo. ¿Qué son 1200 israelitas sacrificados y 60.000 palestinos asesinados ante el enorme negocio de una playa paradisiaca en la Gaza post palestina que va a cambiar el paradigma de todo Oriente Medio? Simple carnaza.


Estados Unidos, en la actualidad, no es un país seguro, del mismo modo que lo pueda ser Rusia o China. Estados Unidos ha dejado de ser una democracia garantista para pasar a ser una dictadura elegida por los votos de su población que ha colocado a un autócrata que se está cargando las instituciones, adelgaza el estado (el sueño de Dick Cheney de jibarizarlo hasta ahogarlo en una bañera se cumple ahora) y seguramente se va a perpetuar en el poder cuando se le acabe su mandato porque es muy capaz de cambiar la constitución con su abrumadora mayoría. En el mundo hay ahora dos bloques bien definidos: Estados Unidos liderando esa internacional fascista, ultraderechista y ultranacionalista que se pasa los derechos humanos por el arco del triunfo, y el bloque formado por Rusia-China que ya sabemos lo que hace con los disidentes. Guatemala y Guatepeor.


Lo terrible no es que existan tipos como Donald Trump, sino que setenta y dos millones de norteamericanos, el 50,5 % de los electores, lo hayan votado para hacer exactamente lo que está haciendo, como, un porcentaje bastante menor, el 37,27 %, votó en Alemania a Adolf Hitler para que hiciera lo que hizo. Yo de este mundo me bajo.    


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