LITERATURA / GADIR, DE CRISTINA CERRADA
Cuando todas las piezas
encajan, el argumento se desarrolla a velocidad de crucero en capítulos breves
que se devoran, los personajes cobran vida más allá de las páginas y el
lenguaje, duro y lacónico, no resulta impostado en ningún momento y encaja
perfectamente en lo que se narra, el lector puede decir que ha tropezado con
una muy buena novela.
Este es el caso de Gadir,
la última publicación de la madrileña Cristina Cerrada, doctora en Estudios
Literarios y licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y en Sociología,
autora de las novelas Calor de hogar, Alianzas duraderas, La mujer
calva, Anatomía de Caín, Cenicienta en Pennsylvania, Cosmorama, Europa,
Hindenburg y La maestra de Stalin, que forma parte del colectivo artístico Hijos de Mary Shelley y que
tiene en su haber los premios de novela Ateneo Joven de Sevilla, Lengua de Trapo,
Ciudad de Barbastro, Casa de América y Caja Madrid entre otros.
Gadir,
finalista del premio de Novela Policía Nacional, es una novela negra que
transcurre parte en la ciudad de Ceuta —Ceuta es una ciudad pequeña si la
comparas con Nueva York. O con Tokio. Hasta con Jerez. Sin embargo, tiene algo.
Algo que la hace diferente, algo que hace que sientas a la vez deseos de
quedarte y de largarte echando hostias de allí— y Cádiz. Gadir,
nombre de un tugurio en donde se sospecha que se abusaba de menores obligados a
ejercer la prostitución, puede que se inspire en algún caso real que salió en
prensa hace décadas. En la trama de esta novela ágil y que engancha, se cruza
ese prostíbulo clandestino, un trágico accidente en un parque de atracciones—
Pepe Ponce, el Pespá. Al Pespá lo envié fuera del país, también se lo
intentaron cargar. Los tres trabajaron en el parque de atracciones de Jerez.
Precisamente, en esa atracción que se jodió. — y la difícil relación entre
un padre y su hijo —¿Qué te ha hecho tu padre para que le tengas tanto gato,
quillo? ¿Te jodió cuando te dijo quiénes eran los Reyes Magos de verdad? —que
acusa a este de ser el causante de la pronta muerte de su madre.
Uno de los grandes méritos de Cristina Cerrada
es haber alumbrado a un protagonista como Suso Corbacho, un abogado marginal —Mi
vida volvía siempre a lo mismo. A la habitación de un motel. A un bareto de
mierda donde pillar. A unas tetas golpeando contra el jergón de un burdel.
—marcado por un padre despótico metido en negocios turbios que le pide vaya a
reunirse con Zallas, un empresario de dudosa reputación ciego —Escruté su
mirada. No es fácil de interpretar la mirada de un ciego. No se sabe qué hay
detrás, da la impresión de que no hay nada. — mientras el Califa,
representante de artistas con el que el abogado está en deuda, le pide que
localice al Pespá, víctima de una extorsión.
Suso Corbacho no es un
personaje amable. Como lobo en una jauría, se defiende a dentelladas y también
recibe golpes por los ambientes marginales que frecuenta: De una patada, me
hizo rodar por el colchón y me lanzó al suelo. Allí, sujetándose contra la
pared, me volvió a patear. Primero, los testículos. Conseguí hacerme un ovillo
y se ensañó con los riñones. Pensé que me iba a matar. Por suerte todo se puso
negro y me desmayé. Huye este perdedor, que es el narrador de Gadir,
de su vida sin alicientes drogándose sin cesar: Di al peta una última
chupada y me adormecí. Pensé en mi riñón. Lo imaginé en una bandeja quirúrgica,
dentro de una tartera de acero inoxidable, en el contenedor de basura de algún
hospital. Tiene como amigo y confidente al policía Pablo, lo que le permite
tener información privilegiada sobre ciertos asuntos y husmear en los ambientes
policiales: Un calabozo no es un lugar agradable. Huele mal. La gente no es
amable y se tiene la fea costumbre de intimidar al visitante con una sádica
indiferencia que a menudo le hace temer que no vayan a dejarlo salir.
Cristina Cerrada crea buenos
secundarios en su narración envolvente: Pensé en él Cuco y en el Califa. En
mi padre y en el Ginés. En la Lola, en el Charlie y en el Pespá. El
protagonista establece una relación tierna con Noelia, la muchacha parapléjica de
fuerte carácter que va en silla de ruedas: La piel de su cara olía tanto a
jabón, y su pelo, con ese brillo limpio del de los críos, tanto a champú, que
hacían que toda ella pareciera recién salida de una bolsa de caramelos. Y,
por encima de todos los personajes, está ese padre dominador, del que depende
económicamente, al que odia el protagonista con toda su alma por lo que va
descubriendo de su pasado: …mi padre se alejó caminando entre las tumbas,
impecable dentro de su traje negro, rodeado de su séquito de socios y asociados
del despacho que formaban una suerte de cerco pretoriano a su alrededor.
Cristina Cerrada es
lacónica para, por ejemplo, ilustrar una muerte hospitalaria: Una bolsa con
sus cosas descansaba a los pies de la cama, atada con una cinta blanca como las
de la basura. La escritora madrileña describe con precisión la vestimenta
de esos personajes cutres con los que se relaciona el protagonista: Llevaba
puesta la misma ropa de mercadillo de la otra vez, y unas zapatillas de felpa
que hacía daño mirar. Explicita los estragos físicos de la droga: Casi
nadie en el centro tenía dientes. La heroína debilita las encías y los dientes
se acaban por caer. E invoca a la muerte violenta con una frialdad que
hiela: Tiré un poco más de la sábana hasta dejar al descubierto la herida
por donde había entrado la bala que le había atravesado el corazón. Llevé el
dedo hasta allí y la toqué. Estaba fría. Más fría que el mármol del suelo en
invierno. Y Seca. Y dura.
Los duros no son tan
duros, ni tan inhumanos. La dureza muchas veces es una coraza de protección. El
lector termina empatizando con ese perdedor sin futuro que es Suso Corbacho: ¿Alguna
vez has soñado contigo mismo a otra edad? ¿Cuando tenías quince años? Tú estás
parado ahí, delante de ti, mirándote a ti mismo y a la vez mirando a otro tipo
que eres tú, pero que al mismo tiempo no lo es. Cuando tú yo maduro mira el
joven, sientes un ramalazo de nostalgia, de compasión. Pues eso sucede con
ese abogado sin fortuna que malvive en una sociedad profundamente hostil y cuya
vida, como el de las tragedias griegas, parece predestinada al fracaso.
Una novela negra modélica
Gadir que reúne todos los ingredientes del género y recrea ambientes
sórdidos y personajes creíbles. Un
crochet de excelente literatura que deja un poso amargo en cuanto se cierra el
libro. Un relato negro que podría ser perfectamente un guion de Paul Schrader. Cristina
Cerrada domina el argot marginal, es una excelente dialoguista y se adentra con
éxito y maestría en el oscuro mundo del hard boiled que algunos piensan
que es una zona oscura exclusivamente masculina y se equivocan. La novela es la
demostración palpable de que eso no es así.
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