SOCIEDAD / TRUE CRIME

 


No es nueva la moda del true crime y siempre se cita A sangre fría de Truman Capote, un reportaje periodístico en forma de novela que recreaba el brutal asesinato en una pequeña población de Kansas de los cuatro miembros de la familia Clutter, dos hijos adolescentes entre ellos, y recogía la relación del escritor y periodista norteamericano con los sanguinarios asesinos Dick Hickcock y Perry Smith durante todo el proceso y su encarcelamiento. Dicen que hubo un momento en que Truman Capote, mientras escribía los detalles de ese crimen execrable que le contaban sus ejecutores, empatizaba, o lo simuló, con los reos condenados a muerte. También se dice que, al final, deseaba ya que los ejecutaran para poder poner punto final a su obra y que ellos se sintieron traicionados y manipulado por el autor de Desayuno con diamantes en sus últimos momentos.


Lo del true crimen está de rabiosa actualidad en nuestro país con el libro que ha escrito Luisgé Martín sobre ese asesino repugnante llamado José Bretón que mató a sus hijos pequeños de una forma atroz y lo hizo para dañar a su mujer en un claro ejemplo de lo que se llama violencia vicaria. Ese asesino es un ser sencillamente execrable, escoria de la peor calaña y encarnación del mal. Imagino que por esa razón el libro se llama Odio, porque ese odioso personaje debía odiar con toda su alma, si la tuviera, a su mujer para cometer esa monstruosidad, y anda la sociedad muy dividida sobre sí  ha de llegar a los lectores o debe secuestrarse como sucedía en los viejos tiempos. De hecho, muchos libreros ya han dicho que no lo van a vender y, aunque, la opinión pública está muy dividida, la editorial Anagrama finalmente ha reculado y ha decidido suspender la distribución de ese libro maldito. Lo bueno es que nadie, o casi nadie, porque no ha llegado a publicarse, lo ha leído para poder emitir un juicio sobre él.


No voy a ser yo el que lo lea, si llega a publicarse (parece que no), a pesar de la extraordinaria campaña de publicidad que ya le han hecho los medios, porque el personaje me parece un tipo despreciable en grado sumo, un monstruo cobarde convertido en Saturno con su descendencia, pero tampoco creo que se deba prohibir esa obra, que quien quiera la compre y la lea, que la esposa del monstruo y madre de los niños asesinados no está obligada a hacerlo. El morbo tiene su publico, y ahí está, a la vuelta de la esquina, el mítico y desaparecido El Caso que daba detalles de los crímenes más espantosos, y ahora los telediarios, que más parecen una crónica de sucesos que una relación de noticias. El morbo atrae.


En Cataluña hay un programa sobre crímenes reales, recreados con mucho efectismo y empaque cinematográfico, y desde el punto de vista de los familiares de la víctima, los policías investigadores, jueces, abogados y fiscales, y a veces del propio reo, que con mucho atino comercial y éxito de público sirve el periodista Carles Porta en la televisión pública de la autonomía. Imagino que lo extenderá al resto de España porque Cataluña se le queda pequeña y no da tantos asesinos como para llenar cincuenta programas.


El mal seduce más que el bien, es un hecho incuestionable que quizá deba ser interpretado por psicoanalistas, por incomprensible, porque viola nuestros parámetros morales, porque nos horroriza y nos inquieta su existencia, porque lo llevamos dentro de nuestro ADN y aflora cuando hay impunidad absoluta —la de esos soldados y aviadores israelitas que saben que por mucho que maten no van a rendir cuentas ante nadie, por ejemplo—. El mal absoluto seguramente fue el del Holocausto nazi, por su envergadura, precisión y planificación exterminadora, pero Estados Unidos borró del mapa dos ciudades japonesas y sus habitantes en segundos, Inglaterra bombardeó Dresde con bombas de fósforo, Stalin eliminó a millones de sus compatriotas por hambre o en el Gulag, Pol Pot redujo a la mitad de la población de Camboya, en Ruanda se mataron a machetazos ochocientas mil personas y en la ex Yugoslavia los vecinos de siempre se convirtieron de la noche a la mañana en violadores y matarifes. ¿Somos esencialmente malos? ¿Domina Caín sobre Abel en cuanto el miedo al castigo desaparece? Hace muy pocos días unos jovenzuelos se mofaban y agredían a un discapacitado de su edad en su silla de ruedas con total impunidad hasta que su fechoría fue conocida. Una forma de divertirse, para ellos. En Palestina uno de los ejércitos más poderosos del mundo está literalmente enfangado en sangre de inocentes, mujeres y niños sin que rindan cuentas y sus soldados se han convertido en máquinas de matar inocentes. En Estados Unidos, bajo la jefatura del zar naranja, la cacería contra los migrantes ilegales, muchos de los cuales llevan décadas trabajando, y los opositores a ese dictador elegido por los votos de sus ciudadanos, se parece mucho a las razias que hacían los escuadrones nazis con Hitler en Alemania.  Hitler no salió de la nada, como Netanyahu o Trump, sino que fueron votados por ciudadanos que sabían lo que iban a hacer, que se subieron al carro del odio y del mal que pregonaban. Tan malos son ellos como los millones de alemanes que votaron al Fhürer, los israelitas que lo hicieron al carnicero de Gaza o los que depositaron su voto para que un presidente megalómano emprendiera una cruzada contra los migrantes sembrando el odio en su país.


¿Se debe prohibir un libro que hable de un ser atroz como ese desalmado llamado José Bretón? ¿Se deben prohibir entonces los libros y novelas, y ahí me incluyo, que hablen del Holocausto por el posible daño que hagan a los familiares de los asesinados? ¿Todos los que se publican bajo el sello de true crime porque reviven hechos muy traumáticos que sucedieron? ¿Los programas de sucesos? ¿Las biografías de Hitler o de Stalin? ¿Los libros acerca de Charles Manson porque le pueden revolver las tripas a Roman Polanski? ¿El Antiguo Testamento que es uno de los libros más violentos de la historia de la humanidad? Lo que se debería prohibir es la violencia, y las guerras, y esos nefastos políticos que las promueven de forma indecente para sus propios intereses. Y mientras exista esta pulsión cainita en la especie humana, pues habrá que escribir sobre ella, para tratar de averiguar sus causas y confiar, algún día, en eliminarlas. Soñemos con lo utópico que es gratis.


Muy mal ejemplo dan los dirigentes de los países más poderosos del planeta cuando ellos mismos delinquen, son ladrones o asesinos, y más asesinos que los más atroces asesinos en serie juntos. Entramos en una época muy complicada en la que, de repente, todo ha cambiado de forma drástica a peor porque el pueblo estadounidense le ha dado una segunda oportunidad a un paranoico sin moral alguna que tiene la desfachatez de gobernar como el empresario que es y ante él se baja la cerviz, se le rinde pleitesía, la oposición dentro y fuera es insignificante porque impera la ley del más fuerte y actúa como el capo de la mayor familia mafiosa.


Cuando hay impunidad, cuando no existe el miedo al castigo, esos viejos y bajos instintos atávicos afloran y el hombre se convierte en un cazador de humanos, en ese lobo que citaba el filósofo inglés Thomas Hobbes tomando la frase de Asinaria de Plauto: Homo homini lupus. José Bretón asesinó de forma despiadada a sus hijos.  Medea acabó con los suyos. Nada nuevo bajo el sol.   







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