CINE / RIEFENSTAHL, DE ANDRES VEIEL
Excelente documental el
del alemán Andres Veiel (Stuttgart, 1959) —director de Amando a Highsmith,
sobre la escritora, y Beuys,
sobre el arquitecto, Pasión por actuar y de la película de ficción Si
no nosotros, ¿quién?—, sobre la controvertida
cineasta Leni Riefenstahl, la amiga personal de Adolf Hitler y de Josef
Goebbels quien, según ella, deseaba a toda costa que fuera su amante. La brillante
actriz y directora cuyas películas glosaron la fuerza del pueblo alemán,
contribuyeron a su épica durante el nazismo, es retratada en este documental a
través de las poderosas imágenes de algunas de sus películas, La luz azul,
Olympia, la superproducción que realizó sobre los juegos olímpicos de
Berlín presididos por Adolf Hitler, El triunfo de la voluntad, una
apología del nacionalsocialismo, entre otras, algunas entrevistas en los medios
públicos, declaraciones y escenas de su vida cotidiana acompañado por su joven
amante, cuarenta años más joven que ella y que fue su compañero de vida.
La maquinaria del III
Reich hizo de la propaganda, con su ministro Josef Goebbels, una de sus más
efectivas armas, vistió su cruzada del terror con formas estéticas calcadas a
las que utilizó en la antigüedad la Roma Imperial en la que se inspiraron los
fascismos europeos, hizo hincapié en esas concentraciones de masas
perfectamente uniformadas que desfilaban de forma extraordinariamente ordenada
a ritmo militar y exhibiendo sus estandartes. Todo eso lo recogió esta
prodigiosa cineasta alemana con su cámara: primeros planos de niños arios,
singularmente bellos, fanatizados y casi en estado de éxtasis por lo que dice
el Führer desde su atril, aguerridos uniformados de las SS vestidos
impecablemente por el nazi Hugo Boss, la paranoia arquitectónica de Albert
Speer que diseñaba grandiosos edificios a la altura del relato épico que de sí
se daba el nacionalsocialismo. Frente a los Stephan Zweig, Walter Benjamin o
Marlene Dietrich, estaban los Knut Hamsun, Houston Stewart Chamberlain, Alfred
Baeumler, Emil Noldi y Leni Riefenstahl que cerraban filas en torno a Hitler.
El III Reich precisaba de un arte no decadente que potenciara su imagen de
nación heroica. La cineasta alemana, tras la cámara, contribuyó a ello.
Junto a imágenes de
archivo, en la que se ve a la musa del nazismo confraternizando con Adolf
Hitler, Josep Goebbels y Hermann Göring, entre otros, asistimos a algunas de
las entrevistas que concedió a la televisión pública alemana cuando se la
rehabilitó y en donde se defiende con toda clase de argumentos sobre su apoyo
explícito al régimen nazi y su fidelidad al führer. Define a los nazis siempre
como socialistas nacionales, afirma una y otra vez que a Hitler lo apoyaba el
noventa por ciento de los alemanes y que ella, pese a su cercanía a los poderes
del Reich, no sabía nada de sus atrocidades hasta muchos después, cuando
Alemania perdió la guerra. Confrontada con una mujer de su edad que vivió ese
periodo y la critica por su apoyo explícito al nacionalsocialismo, la cineasta estalla
de rabia y rebate con argumentos su posición y obtiene el aplauso unánime del
público asistente. Hitler no se ha volado la tapa de los sesos en su búnker de
Berlín, sigue muy vivo en Alemania, ahí están sus herederos de Alternativa por
Alemania. Leni Riefenstahl también explota, da muestras de su carácter
virulento, en una de las entrevistas que concede en su casa, detiene la
grabación con malos modales, se levanta e invita a los periodistas a que se
vayan y exige que borren todo lo grabado: le molesta que hablen de su pasado,
intenta borrarlo sin éxito fundamentalmente porque no se arrepiente. En otro de
los momentos, cuando el periodista le pregunta qué sintió cuando oyó por la
radio que Hitler se había suicidado, confiesa que se hundió.
La cineasta alemana no
queda bien retratada en este documental poliédrico que repasa todas las etapas
de su vida y su faceta artística y humana, no se rehabilita sino todo lo
contrario. Resulta evidente, aunque ella lo niegue y diga que tenía muchos
amigos judíos que marcharon al exilio y ninguno que acabara en Auschwitz, que
sabía lo que su país estaba haciendo y miró hacia otro lado, como la mayoría
del pueblo alemán. Cuando fue como reportera a documentar la invasión de
Polonia, hubo de renunciar a los pocos días por lo que vio, sin especificar
exactamente lo que le hizo desistir: hay una foto en la que, entre soldados
alemanes, destaca su expresión de horror ante, seguramente, una matanza de las
SS. Cuando rodó Tierra baja,
sobre la obra del catalán Ángel Guimerá, la que fue su última película de
ficción, utilizó como figurantes niños gitanos. A la pregunta del entrevistador
de qué fue de ellos, niega rotundamente que acabaran todos gaseados en
Auschwitz, como está documentado, afirma que todos están vivos.
La actitud moral de Leni
Riefenstahl fue sencillamente deleznable, como podrá advertir el espectador que
vea este documento extraordinario sobre la cineasta del régimen nazi, su
apologeta fascinada por la fuerza y la perfección física del ser humano que
viajó a Sudán para hacer reportajes fotográficos sobre la tribu nuba porque se
sintió fascinada por sus ritos ancestrales y su perfección racial. El arte no
puede ni debe ser neutral con lo que sucede alrededor, tiene que tomar partido;
el de Leni Riefenstahl se puso al servicio de una de las ideologías más letales
y perversas del pasado siglo que ahora parece reverdecer con fuerza.
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