CINE / BLOSSOMS SHANGHÁI. DE WONG KAR WAI

 


Llevamos años esperando los muchos fans del director hongkonés nacido en Shanghái una obra maestra a la altura de Deseando amar, film de culto encumbrado por la revista especializada pickpocket como la segunda mejor película de lo que llevamos de siglo, por detrás de Mulholland Drive de David Lynch, y la espera está resultando en vano. El director de Chungking Express intentó repetir, y aclarar, algunos de los misterios de Deseando amar en 2046, y no lo acabó de conseguir a pesar de que esa precuela está entre lo mejor de su filmografía. Había pues mucho interés en ver el aterrizaje de este poeta de las imágenes en el campo de las series en Blossoms Shanghái a través de esos quince episodios, la primera temporada, que nos ofrece Filmin, y el balance, vistos todos, no es positivo.


Elige Wong Kar-Wai (Shanghái, 1958), al que se le dan mucho mejor los melodramas sentimentales y las historias amorosas que no tienen final feliz, un tema que se me antoja poco atractivo a primera vista: la transformación de Shanghái en una de los epicentros económicos del mundo que nada tiene que envidiar a Hong Kong, Nueva York o Londres, el milagro chino que resulta de introducir el capitalismo más salvaje en un entorno comunista para potenciar el negocio. En ese sentido la serie puede resultar muy didáctica e ilustrativa del proceder de China en la geopolítica mundial, de cómo el gigante asiático consigue ser enormemente competitivo con sus productos frente a Europa o Estados Unidos. Y el director hongkonés lo hace a través de Shanghái, su ciudad natal, que se convierte en personaje principal de una serie que es homenaje a la mega urbe.


En Blossoms Shanghái todo gira en torno al dios dinero (los planos de billetes en máquinas contadoras son recurrentes) y cómo aumentarlo exponencialmente mediante el libre comercio que se instaló en la China postmaoista allá por los años 90 del pasado siglo, cuando la sencilla vestimenta igualitaria y campesina de los dirigentes del Partido Comunista Chino empezó a ser sustituida por traje y corbata, todo un símbolo de esa nueva China.


Ah Bao (Hu Ge) es un joven emprendedor que sienta sus reales en la calle Huanghe, la más comercial de Shanghái, su milla de oro, con un negocio de exportación textil (camisetas que causan furor) y una participación en Night Tokio, un pequeño restaurante que regante Ling Zi (Ma Yili). Wang Mingzhu (Tiffany Tang), alias La Llorona, que trabaja en Comercio Exterior, le resulta fundamental para su negocio de exportación textil a Ah Bao. La situación como empresario de éxito se ve comprometida cuando aterriza en esa calle glamurosa que parece Las Vegas, la misteriosa y sofisticada Li Li (Xin Zhilei) que monta en su punto neurálgico el lujoso restaurante Gran Lisboa en donde se sirven las mejores exquisiteces de la cocina oriental, entre ellas sopa de tortuga.


De momento la serie, con continuos flash backs al pasado, recreando un Shanghái que nada tiene que ver con el rutilante actual insertado mediante imágenes de archivo, engancha por sus filigranas cinematográficas (Wong Kar Wai es un maestro en contar una secuencia con un sinfín de planos, en ralentizar imágenes y filmar el humo de los cigarrillos), una banda sonora muy occidental que remite, en ocasiones, a Deseando amar, la sutileza de las relaciones entre ese macho alfa oriental que es Hu Ge, tan bello y elegante como sus oponentes femeninas Ma Yili, Xin Zhilei y  Tiffany Tang (el hongkonés siempre se ha caracterizado por un gusto exquisito a la hora del casting) con los característicos cruces de miradas sin que se produzca el más mínimo contacto físico entre ellos (algo que también sucedía en la aclamada Deseando amar, una elegía al amor pasional sin amor físico), una puesta en escena suntuosa (sorprende esa continua apelación al lujo y al poder del dinero en un régimen, en apariencia, comunista) que se sirve del cromatismo, a veces excesivo, de una fotografía preciosista en el que cada encuadre está rigurosamente medido para que deslumbre al espectador.


Los personajes principales y secundarios, algunos irritantes como la Llorona, la señorita Wang de Comercio Exterior o el histriónico comerciante Míster Quiang (Huang Jue), beben whisky, a veces se emborrachan, juegan al Mahjong con dinero, comen fideos exclusivos y otras maravillas gastronómicas en restaurantes que darían envidia al mismísimo Paul Bocuse, se pirran por los trajes caros y las texturas de sus camisas, pero se olvidan de amarse a pesar de la buena sintonía evidente que existe entre el guapo emprendedor y sus no menos guapas comerciantes. Y toda esa parafernalia esteticista para levantar un monumento al poder del dinero y una apología del éxito que mueve a todos sus ambiciosos personajes.

 La experiencia de Blossoms Shanghái, por ahora, es bastante vacua, como el humo de los cigarrillos ascendiendo hacia el techo que tan bien filma el director de Deseando amar.


LA HISTORIA DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA COMO NUNCA SE HABÍA CONTADO, UNA NOVELA HISTORICA, DE AVENTURAS Y PASIONES. 

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