SOCIEDAD / ESCRIBIR SOBRE GAZA
Algunos, también he de
decir que pocos, se han atrevido a reprocharme que escriba tanto sobre lo que
sucede en Gaza. Hay hasta quien me tilda de estar obsesionado con Israel. O que
ve en mí una especie de sesgo antisemita por no dedicar el mismo espacio a los
rehenes que aún mantienen secuestrados la organización terrorista Hamás. Pues
seguiré escribiendo, por supuesto, sobre lo que sucede en Gaza, sobre esa
vergüenza universal que cae sobre todo el pueblo de Israel que no es capaz de
frenar esa matanza indiscriminada de gente inocente, aunque para muchos de sus
gobernantes, ministros del gabinete de Netanyahu, hasta los niños, los bebés,
son culpables y hay que exterminarlos antes de que se hagan mayores. La lista
de delincuentes que habrá que llevar al TPI será extensa.
Como en la Alemania nazi
del siglo pasado, en Gaza se ha sembrado la semilla del mal absoluto de nuevo. No
se había ido, había que cosecharla, y el avance de la extrema derecha,
especialmente en Europa, ayuda a la psicopatía de masas, arrastra a toda esa ciudadana
incapaz de empatizar con el sufrimiento ajeno. Los mismos métodos que los nazis
emplea Israel, la misma demonización del adversario para poder aniquilarlo,
hasta se copia la idea de guetos para recluirlos en espacios asfixiantes como
ganado cercado en el aprisco. Así es que sí, seguiré escribiendo sobre lo que
sucede en Gaza, esa vergüenza para una humanidad que ha perdido su sentido de
ser, con la palabra, porque es lo que tengo y soy algo mayor para empuñar el
kalashnikov, embarcarme en las flotillas de la libertad o forzar el paso de
Rafah. Pero no me olvido de Gaza, de las bombas y los disparos que siegan vidas
humanas a diario, de la hambruna decretada por el estado genocida de Israel
para exterminar a toda su población en silencio, la muerte más barata y discreta,
también la más cruel y lenta. Y seguiré denunciándolo, por supuesto, y
desmontando todas las burdas falacias que se vierten en las redes por los que
aplauden el exterminio en Gaza, muchos, por desgracia.
Israel, en teoría, es una
democracia, pero no se celebrarán elecciones en tiempos de guerra, eufemismo a
esta masacre de civiles, y eso lo sabe el genocida Netanyahu que prolongará el
sufrimiento del pueblo palestino sine die para su propia supervivencia. Sesenta
mil asesinados son asumibles, llegarán a los cien mil y el mundo callará. Ya lo
dijo hace diez años en una entrevista creyendo que no estaba siendo grabado: “Hay
que dar tal golpe a los palestinos para que jamás levanten la cabeza”. Lo está
dando. Como toda democracia, Israel tiene tres poderes. El ejecutivo, ya lo
vemos, se ha convertido en una banda de asesinos que solo discute, en sus
reuniones, sobre la forma más efectiva para deshacerse de la población de Gaza,
como el nazismo en la Conferencia de Wannsee. El legislativo, el parlamento,
apoya masivamente la política de limpieza étnica de su gobierno, aprueba la
anexión de Gaza y Cisjordania a ese gran Israel con el que sueña el sionismo expandiendo
sus fronteras y acalla violentamente a la escasa oposición cuando sube al
estrado de la Knéset a decirle a la cara a Netanyahu que tiene las manos
manchadas de sangre. El judicial, los jueces, brillan por su ausencia, nada
dicen de lo que los organismos internacionales definen como genocidio sistemático,
no llevan ante los tribunales a esos militares que hacen tiro al blanco en las
colas del hambre, aceptan el asesinato de civiles como víctimas colaterales de
esa guerra de exterminio. Así es que no es un gobierno solamente el genocida,
es el estado de Israel en sí el que está podrido hasta sus cimientos. Es toda
su estructura que cierra filas ante el genocidio.
Hay versos libres en
Israel, por supuesto, y cada vez más, a pesar de que fue su población la que
entronizó a Netanyahu. Cerca de cien mil israelíes han abandonado su país con
sus enseres, han vendido sus propiedades en 2024 porque ya no es ese el país
con el que soñaron y han visto que se ha convertido en una pesadilla
militarizada y fascistizada. Hay hasta militares prestigiosos que reclaman
duras sanciones para su país que una Unión Europea, absolutamente cómplice de
lo que está pasando, no está dispuesta a implementar. El novelista Daniel
Grossman acaba de afirmar que Israel es genocida, que se resistió durante meses
a calificar con esa dura palabra lo que hacía su país, pero finalmente no tiene
más remedio que recocerlo con infinita vergüenza y tristeza. El exministro de
defensa de Netanyahu, Moshe Saloon, acusa a su antiguo jefe de estar haciendo limpieza
étnica en Gaza. Avraham Burg, expresidente del parlamento de Israel, llega más
lejos y se pregunta si Israel sigue mereciendo su existencia. ONGs israelíes
hablan abiertamente de nuestro genocidio. Los manifestantes en Tel Aviv ya
no solo enarbolan los retratos de los secuestrados por los terroristas de
Hamás, absolutamente abandonados por su gobierno a su suerte, también las de la
infamia que su país está cometiendo, las de los niños famélicos que están
muriendo de hambre porque su ejército bloquea la entrada de los seis mil camiones
con ayuda humanitaria. Fania Hoz, la hija de Amos Oz, llama a la deserción de
los soldados. El deber del militar es combatir al enemigo, no asesinar civiles
desarmados, ese es un crimen de guerra castigado, pero ningún juez de Israel
los lleva a los tribunales. Cada vez son más los que se niegan a ir a servir en
las filas de un ejército genocida y absolutamente cobarde que viola las
convenciones de Ginebra y todos los derechos humanos. Cada vez hay más
suicidios entre los que han contemplado esas matanzas de cerca y les ha
salpicado la sangre. Pero Netanyahu no puede parar en su política de tierra
quemada de Gaza, y luego de Cisjordania, porque sabe que en cuanto lo haga será
juzgado y planea ocupar militarmente toda la franja de Gaza ya totalmente
arrasada con el apoyo incondicional de Estados Unidos. Una marcha adelante
hacia el abismo en la que arrastra a todo su país. Una encrucijada moral en la
que Europa, como bien dijo Josep Borrell, ha perdido su alma y su esencia.
Cómo cambian las cosas,
me comentaba meses atrás Dominique Salomón, judía e hija de judíos franceses
asesinados en Auschwitz, presidenta de Junts jueus i palestins, antisionista
convencida después de pasar su juventud en kibutz de Israel, a la que tuve el
honor de invitar a dar una charla en Sant Cugat: “Ahora toda la ultraderecha
europea es sionista e islamófoba”. Una paradoja, seguramente porque Israel ha
abrazado los métodos del nazismo para vergüenza de los descendientes de los
supervivientes del Holocausto. Hay miles de judíos en el mundo, entre ellos
algunos de mis buenos amigos argentinos, que repudian de forma absoluta lo que
hace Israel. Israel no es el pueblo judío, no los representa, menos ahora.
No cabe el silencio ante
una atrocidad de esta magnitud. Hace unos días se criticaba públicamente a la
cantante Rosalía por no tomar partido sobre lo que pasa en Gaza, y ella
entonces reaccionaba. No es una cuestión ideológica, de izquierdas o de
derechas, ni religiosa, sino simplemente de humanidad y empatía. No he visto ni
a los dirigentes de Junts per Catalunya, ni a sus militantes, decir una sola
palabra sobre lo que pasa en Gaza. Todos sabemos que la formación derechista e
independentista catalana apoya el sionismo frente a la beligerancia en ese tema
de ERC que está en las antípodas. Tampoco he visto condenas por parte del PP,
salvo el de algún verso suelto como Borja Semper, y sí un apoyo cerrado al
genocidio que comete Israel de la lideresa madrileña Isabel Díaz Ayuso que
tacha de antisemitas a los que lo denuncian. Cada uno se coloca en el lado de
la historia que le corresponde. Hay multitud de desinformados, e indocumentados
por añadidura, que niegan las atrocidades, que esgrimen fakes de palestinos
orondos para reírse de la hambruna en Gaza, que llegan a afirmar que los que
asesinan a los gazatíes son los terroristas de Hamás en el colmo de su cinismo,
los hay que hasta bendicen a Israel, el pueblo elegido de Dios…para asesinar.
La batalla por el relato de esas jóvenes y guapas mujeres soldado que bailan
alegremente y no son conscientes, o sí, del dolor que causa el ejército al que
sirven ilustra la banalidad del mal de la que hablaba Hanna Arendt.
Nadie puede detener esta
espiral de violencia injustificable salvo el mismo pueblo de Israel que poco a
poco se está despertando. Por su propia supervivencia, es absolutamente
necesario que se rebele contra su gobierno y se lleve por delante a los
genocidas, los juzgue y les imponga el más severo castigo posible. Han de
remover todas las instituciones de un estado absolutamente quebrado por las
violaciones sistemáticas de los derechos
humanos. Israel, en su deriva, si no enmienda su rumbo, acabará siendo un estado
paria como lo fue la Sudáfrica del apartheid, la Sudáfrica renovada que
precisamente ha sido la primera en llevarlo al TPI. Así es que sí, voy a seguir
hablando de lo que sucede en Gaza, por supuesto, por obligación moral y empatía
con los masacrados.
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