LITERATURA / LA MUERTE DE LA ABEJA REINA, DE MARÍA VICTORIA EMBID
De
las habilidades narrativas de María Victoria Embid éramos muy conscientes los
que habíamos leído sus dos espléndidos libros de relatos Radicales libres
y La forma de las almas grises. A la exquisitez literaria de esos dos
libros de relatos se le sumaba la emotividad de la autora al tratar temas
candentes de actualidad social porque aparte de escritora, esta autora
madrileña que vive en Paracuellos del Jarama es una incansable activista
social.
Pasar
del relato a la novela, no es tarea fácil y María Victoria Embid desembarca en
ese género con La muerte de la abeja reina — Las abejas nos dan
señales, vibran y emiten sonidos de alerta cuando los depredadores andan cerca,
lo hacen para defender a su reina. —, una extensa y ambiciosa narración de
más de 400 páginas que fue finalista del premio BMB de novela negra en la
edición del 2024 y se inscribe plenamente dentro de lo que denominamos rural noir,
porque la trama sucede en un ambiente rural — Esta gente de los pueblos a
veces esconde una vena asesina—, en eso que se conoce de forma muy gráfica
como la España vaciada: ¿Quién decía que en la España despoblada no ocurría
nunca nada?
En
Navahernando, una pedanía del pueblo de Horcajuelas, encuentran asesinado a Ray
Albrid, su único habitante, un tipo misterioso que tras pasar toda su vida en
América decide regresar a su pueblo de origen a pasar sus últimos años de vida.
Obviando las dos únicas cuestiones: una, que desde hacía unos meses se
hubiera producido un homicidio aun sin resolver, y otra, la desaparición de una
cuidadora de la residencia de ancianos, la vida en el pueblo transcurría con
aparente normalidad. El sargento Canales de la Guardia Civil, gitano — Él
no tenía ni lo uno ni lo otro, pero debieron considerar que ser de etnia
gitana, quizás le comportaría alguna dificultad añadida en lo académico—,
es un hombre cultivado y apasionado por la filosofía— Canales continuó
midiendo sus palabras. Pensó en Aristóteles y en su retórica: en el logos, en
el pathos y en el ethos, y pensó en este último para conducir su parlamento,
para demostrarse a sí mismo que en ese terreno él era superior, que siempre lo
había sido, únicamente silenciado por los prejuicios, por la intolerancia—,
lleva la investigación sobre el posible autor o autores junto a su ayudante —
Soy el sargento Canales y él es mi ayudante, el guardia civil Alfonso Pérez,
del puesto de Horcajuelas— de esa muerta violenta y sus causas que no es la
única que se produce en ese entorno en donde aparentemente no sucede nada: Las
palabras, muerta, posible homicidio, prostituta, se engulleron en el túnel
protector.
Canales,
el principal protagonista de esta trama detectivesca, en lucha contra los
estereotipos racistas sobre su etnia que bien merecería una saga, recurre a la
filosofía hasta en los momentos de máximo peligro: En estos momentos de
máximo riesgo, le vino a la cabeza el concepto de lo absoluto en Hegel, el ser
de Parménides, el bien en Aristóteles, la sustancia en Espinoza, de la cosa en
sí de Kant. El sargento de la Guardia Civil es un personaje muy humano, destila bonhomía,
amor por su esposa: Para él, el amor que sentía por su mujer significaba la
densidad del alma, un encantamiento global y planetario, el bálsamo de la
belleza del mundo, la explicación del universo, una energía en continua
expansión. Es un tipo recto y generoso que se hace cargo de un suegro
metido en problemas legales: Y con esta sentencia que más bien sonó a
portazo, cerró Canales la puerta del pasado de su suegro, de su imputación y su
estancia en la cárcel.
Hay
en la novela un personaje ausente fundamental, el muerto, Ray Albrid, que ha
dejado un sinfín de descendencia por el mundo a los que nombra con su propio
nombre, para marcarlos con su impronta paterna. ¿Qué clase de megalómano,
ególatra y narcisista llamaba a todos sus hijos varones por su mismo nombre? No
es una decisión gratuita de la autora el que los descendientes de ese extraño
patriarca que ha regresado a sus orígenes para morir, aunque en sus planes no
entre hacerlo violentamente, lleven el mismo nombre aunque ello genere una
cierta confusión al lector: Esta reiteración del mismo nombre suponía una
repetición absurda que les abocaba, una y otra vez, a poner acotaciones a modo
identificativo: Ray, el del matadero de conejos; Ray, el africano; Ray, el
suizo de Caracas; y Ray, el mafioso panameño.
Le
había estado explicando como las abejas se comunicaban entre ellas y como toda
la colmena estaba al servicio de la reina, aunque también había colmenas que
quedaban huérfanas y, en ese caso, su miel sabía diferente. María
Victoria Embid maneja la analogía de las colmenas en su narración y acierta en
la perfilación de los muchos personajes secundarios que integran su trama
novelesca, algunos de ellos telúricos, que parecen salir de ese paisaje agreste
de la meseta castellana: Román, el mielero, era uno más de aquel paisaje. Un
hombre delgado y atlético que, a pesar de pasar de largo de los sesenta, aún
conservaba un pelo ondulado y blanquecino por ambos lados de las sienes. Su
actividad se reducía a recoger la miel de sus colmenas y echar el resto del día
con las partidas de mus en el bar. O este otro, porque los personajes secundarios
son tan importantes en la novela como en el cine: Daniel, el Mochuelo,
sacaba a su perro y realizaba el mismo saludo de todos los días. Rutinas
circulares que todos repetían con el inicio de nuevo día.
El
escenario lo borda María Victoria Embid con sus descripciones paisajísticas: Los
cortados del río y el paisaje kárstico se dibujaban en un entorno donde se
mezclaba con el olor a boj tan característico. Un lugar donde la guerra
enfrentó a unos y otros a ambos lados y la tierra mezcló las mismas sangres. O
esta otra: Ahora solo quedan estampas desoladoras de ruinas varadas en el
tiempo. Espacios de musgos trepando por los muros derruidos y vigas alimento
para la carcoma. El empedrado de las calles, amorfo y salvaje, proyecta caminos
de líneas pedregosas y sombras grises suspendidas en el tiempo.
La
novela adquiere complejidad cuando, entre los motivos que pueden haber llevado
al asesinato de ese patriarca endiosado que es Ray Albrid, asoman los
económicos: Aunque lo que más le llamó la atención fue cuando vieron, negro
sobre blanco, citado el Instituto de Hidrocarburos de Guinea Ecuatorial y una
empresa constituida por la empresa Navapal CO denominada Shutu Finance Ltd., cuyo
administrador era Ray Albrid Shutu, ciudadano guineano. Y se va descubriendo
que la familia, cuyos miembros llevan el mismo nombre, esconde una entidad mafiosa:
El ciudadano español Ray Albrid, residente en República Dominicana, había
realizado la transferencia de una cuenta de Panamá a la única sucursal de Doscastillos.
¿Es la herencia de Ray Albrid el móvil de su asesinato? La parte
legítima estaba a su vez dividida entre cada uno de sus hijos conocidos:
Palmira, Ray, el suizo de Caracas, Ray, el africano y Ray, el de Panamá. El
tercio de mejora era para su hija Palmira.
María
Victoria Embid acredita, una vez más, ser una escritora excelente y sensible, aunque
en La muerte de la abeja reina haya vaguadas narrativas que se producen cuando
entra en la trama la compleja y extensa familia del finado y su entramado
societario. La primera novela de la escritora madrileña es una demostración de
que el género negro no está reñido con la buena literatura sino todo lo
contrario. Todas abejas reina cuidando de su colmena. Porque el amor de una
madre representaba ese amor incondicional capaz de mover el mundo sin ningún
punto de apoyo.
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